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Carlos Presto es el talento detrás de las vidrieras de la firma Benson & Thomas que podemos apreciar en distintas superficies comerciales, pero también un reconocido artista autodidacta que ha transitado diversas actividades que forjaron su mirada matemática y multiplicadora de la naturaleza y su entorno.
Nacido en Montevideo en 1960, se traslada a Buenos Aires a sus 21 años, donde reside hasta el 2002, año en que retorna al país, luego de múltiples experiencias laborales que fueron encauzándolo a consolidarse en el arte abstracto, en el cual ha encontrado y definido un estilo propio. Puede asociársele visualmente a Vasarely, Kandinsky, Le Parc, o Klee pero sin dudas ha logrado explotar vetas y estilo propio para hacerse un lugar en la plástica local, así como en muestras y colecciones internacionales.
Conversamos con él en su taller en Pocitos, rodeado de caballetes, obras, cuadernos de apuntes y libros troquelados.
¿Cómo fue tu vida en Buenos Aires en los ´90?
Uno de mis primeros trabajos era en una inmobiliaria, pero como me costaba agarrar el ritmo y la cancha que tienen los argentinos para venderte lo que sea, me inscribí en clases de teatro con Lito Cruz para poder generar un mejor relacionamiento social. Funcionó muy bien y al poco tiempo trabajaba para firmas comerciales entre las que se encontraba la diseñadora Elsa Serrano. Me tocaba interactuar a veces con clientas como Susana Giménez, Mirtha Legrand o Zulemita Menem, pero sobre todo, trabajar junto a Jorge Puente, un vidrierista muy reconocido que armaba instalaciones para todos los diseñadores del momento y eran realmente unos trabajos geniales. En Argentina, a diferencia de acá, se invertía y daba mucha importancia a la presencia visual. De hecho a mí me tocaba dos veces por semana ir antes al local a acompañar al florista que armaba arreglos florales semanalmente.
En algún momento viajé a Europa, quise quedarme algo más de tiempo y renuncié para disponer de mi agenda. A la vuelta capitalicé contactos en el ambiente comercial y exploré otros caminos.
¿Cuándo empezaste a pintar?
En realidad ya desde chico tuve incursiones que incluyeron arte, en épocas en que no existían las remeras estampadas para adolescentes, comencé a pintarlas para amigos con bastante éxito. Más tarde, ya en Buenos Aires, en los ´80 cuando comenzaban a inaugurarse los shoppings como el Patio Bullrich, una amiga que se instalaba con una casa de decoración me pidió personalizarle unos sets decorativos que se vendían muchísimo. A los dos o tres años de comenzar a pintar, un galerista vio potencial en mis trabajos y continué por la veta figurativa, basada en figuras de Jazz.
En esa época me ofrecieron presentarme a un concurso de arte del Ministerio de Economía y gané el 2º premio.
Luego exploré las tramas desplazadas, con dibujos basados en arquitectura, y a partir de allí migré hacia la geometría abstracta. Tengo cabeza de matemático, empecé con la figuración pero enseguida me volqué a la geometría, a la base de la regla áurea y proporciones que se dan observando la naturaleza.
Soy un buscavidas pero la matemática me llama. Mis cuadros se basan en apuntes de números no bocetos formales. Trabajo con relaciones de crecimiento de la naturaleza con matemática implícita.
Mi trabajo tiene mucha previa, las obras están terminadas antes de empezarlas. Se resuelve la matemática, se prepara la paleta y todo el proceso de creatividad es en la previa. Si en la ejecución cambiás de parecer, queda para la obra siguiente.
En paralelo al avance artístico estudiaba música, y tocaba distintos instrumentos como el bajo o el saxo. Mi sueño era ser contrabajista de Jazz y tocábamos con una banda de amigos.
Eventualmente surgió la inquietud de viajar a Barcelona, y antes de instalarme allá, volví a Montevideo donde me encontré con mis afectos, mi espacio y tiempos propios y me fui quedando…
¿Cómo surge tu relación con la firma Benson & Thomas?
Conocí a Santiago Aldabalde su director, cuando en su faceta de artista plástico interactuó conmigo en el espacio que tenía Fito Sayago en el Mercado del Puerto y seguimos en contacto. El gerente de la firma también es artista, escultor, lo que genera un ambiente propenso a la experimentación, hay una búsqueda estética en sí misma y no solo comercial.
Allí pensamos la vidriera como una instalación, hay un estudio del espacio que es incluso independiente del producto o los maniquíes. Luego, un equipo de producción viabiliza la ejecución que puede incluir importar de China 300 hula hulas de colores o patitos de plástico que conformarán composiciones casi siempre basadas en la multiplicación exponencial de objetos que por sí solo no necesariamente tienen valor, pero que adquieren protagonismo en el juego colectivo. No es sólo creatividad e innovación, hay también una apuesta y planificación: nuestro mercado es chico y hay que resolver algo multiplicado en una vidriera que a su vez debe replicarse en varios locales, con los obstáculos que conlleva el no poder ir a un comercio local y pedir 400 elementos equis porque seguramente no haya stock.
Igualmente trabajo con mucha libertad y una infraestructura que acompaña las ideas creativas, con resultados sin dudas diferenciales y muchas veces, memorables.
¿Cómo surgen las ideas? Yo tengo la tendencia a coleccionar o seleccionar objetos que voy encontrando. Me encantan los palillos de madera y los junto en un botellón, o pueden ser encendedores bic con una paleta de colores interesante pop, un amigo que tiene una óptica me regala las micas que traen los lentes antes de colocarles los cristales tallados, y también tengo piezas de contrapeso de lavarropas. En algún momento detonan una idea y pasan a ser parte de una obra o instalación. Es el elogio de la perseverancia, de la búsqueda permanente. El arte sigue teniendo tiempos de reflexión que la vida diaria ha perdido.
¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora estoy con algunas obras en formato chico, vengo de participar en la muestra de arte erótico de la galería de Diana Saravia y estoy preparando la entrega para la feria Este Arte en Punta del Este.
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