Revista Libros

Carlos Pujol. Magníficat

Publicado el 31 enero 2014 por Santosdominguez @LecturaLectores
Carlos Pujol. Magníficat
Carlos Pujol.Magníficat.Cálamo Poesía. Palencia, 2013.
Mantegna me pintó en la dormición,digamos mi serena despedida,junto a un gran ventanal abierto al cielocon barcas en el río y nubes blancas.Entre cirios y palmas, los apóstolesme rodean cantando y uno inciensami cuerpo abandonado.Es una imagen contenida y grave,en mi rostro, arañado por arrugas,puso el artista dignidad, bellezade la vejez que cierra al fin los ojospara mirar a Dios.
Ese espléndido poema, en el que la Virgen contempla el cuadro en el que Mantegna imaginó su muerte, pertenece a Magníficat, uno de los libros que Carlos Pujol dejó inéditos. 
Es el segundo de sus póstumos que publicaCálamo, ahora que se cumplen dos años de la muerte del poeta y tiene como eje la figura de la Virgen, a quien atribuye el evangelio de Lucas (1:46-55) un canto de alabanza (Magnificat anima mea Dominum) de cuya primera palabra procede el nombre de la oración hímnica que da título al libro.
Una oración que en la Liturgia de las horas se reza en las vísperas y que ha dado lugar a una inverosímil atribución a la Virgen, que sería así no solo el sujeto lírico, sino la autora del texto.
Como el evangelista, como Rilke en algún delicado poema, Carlos Pujol cede la voz en los mejores textos de este libro a aquella reina de la paciencia que no está en la letanía, a la protectora de los débiles (Sobre todo me ocupo / de los desesperado), que evoca con asombro el episodio de la anunciación en uno de los momentos más altos de la obra:
Era inimaginable, de repentese encendió la mañana con colores que nunca había visto. El huerto fue una inmovilidad de sol y espera.Sin músicas, los coros celestialescallaron para oír al enviado.Después de su saludo sorprendente(rebosante de gracia me llamó),si no lo entendí malpreguntaba pidiéndome permiso.Durante unos instantes todo el peso de los planes de Dioscayó sobre mis hombros.Y el tiempo, en apariencia inalterablereemprendió su camino,el lento discurrir de cada día.
Esa misma desorientación humilde, ese asombro compartido con la voz del poeta en otros textos, persiste en el recuerdo de la huida (Cuando huimos a Egipto parecía / que aquel era un camino interminable), en la madre desbordada ante los Magos que los visitan  (y al irse reverentes y perplejos / me llamaron Señora (¡esa era yo!), en la promotora de un primer milagro (Dije: No tienen vino /.../ Lo demás de Caná ya lo sabéis), en el dolor contenido cuando oye la profecía de la pasión  (y añadió que una espada / iba a herirme con el mayor dolor).
Es frecuente en la tradición del arte religioso que el autor –poeta, pintor, escultor de retablos- incorpore su figura a la obra en una especie de firma de artista o el autorretrato piadoso del donante. Como en él coinciden esas dos condiciones, eso es lo que hace también Carlos Pujol en el poema especular que cierra el libro, en el que dice la Virgen:
Érase un niño muy zarandeado en un tiempo de guerras y más guerras.Es posible que guarde en la memoria demasiado estropicio y fantasía, muchas contradicciones y la música que parece imposible del ayer.Ahora ha escrito para mí estos versos.
Santos Domínguez

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