"Horroroso, chiquillo". Días de Levante en el Colorado, retiro vacacional de Carlos Villoslada. "Menos mal que a la sombrita, en esta casa a la antigua usanza, se está de categoría". El músico onubense, establecido en Cádiz desde hace un par de décadas, publica un disco extraordinario, inclasificable, más personal que nunca. "Tabanqueando en la Plaza Niña" ofrece, de primeras, una portada sensacional, una foto de dicho enclave, paisaje urbano estrechamente vinculado a la infancia y adolescencia de Carlos, una imagen tratada por María Durán. Y en los recovecos del álbum, el jazz y el flamenco, músicas del alma, frecuentan las tabernas, los tabancos, los baches más punteros del lugar con asombrosa naturalidad. Ojo, nada que ver con un disco de jazz con acento flamenquito. Villoslada ha facturado "un trabajo conceptual" que el artista se planteó como "una suite musical" donde todo guarda sentido, desde la imagen, la textura del envoltorio y las canciones. "Dice Salvador Catalán que el disco contiene canciones", capaces de sobrevivir en solitario y de darse calor en un todo nada ordinario.
Por cuenta y riesgo. Carlos ha invertido en sí mismo. Y su hermana Verónica, despierta y eficaz representante artístico, "mueve" el disco por Holanda, Inglaterra, Nueva Zelanda, Australia ... El plantel de músicos se antoja impresionante, en dos palabras: desde el legendario percusionista Rubén Dantas hasta el cantaor Raúl Gálvez, pasando por Juan Gallardo al piano, Antonio Corrales al contrabajo, Dani Domínguez a la batería y Diego Montoya y Pedro de Chana a las palmas.
Villoslada destaca la sutilidad y brillantez del cantaor, así como su dedicación y sacrificio al captar las melodías al vuelo y desplazarse con garbo por las armonías no estrictamente flamencas, sin cadencias típicas, piezas contaminadas de tradiciones gitanas y afroamericanas, tiempos lentos de cocción, cantes al aire al margen de la norma, música dispuesta a todo, perfecta para el sol y para la luna, encrucijada de sones clásicos, jazzísticos, flamencos y copleros que retratan a Carlos como una foto en contraluz. "Y una nanas que escuché a mi abuelo cuando chico". Y un golpe de nudillos en el mostrador a cargo del mítico Paco Toronjo, que "era casi vecino mío en Huelva", a quien el saxofonista conoció cantando alrededor de las barras, tabanqueando por una copita de aguardiente, por la voluntad. "Toronjo era como un tenor sonando con una proyección tremenda y un timbre de voz fantástico". Villoslada se bandea sin apuro entre Paco Toronjo y Charlie Parker, la pena negra de la Andalucía profunda y el espíritu universal del blues. De ahí que alentase a los músicos, en plena grabación, de esta guisa: "Lo quiero melodramático". "Yo siento la vida así, como muchos andaluces. La concepción del arte andaluz ofrece energía, tensión, luces y drama. Andaluces en el mundo, García Lorca en la Gran Manzana. Saxo libre, saxo con amor a las raíces y a lo inesperado.
Carlos, como su admirado Miles Davis, a quien dedicó "Kind of Cai", no necesita tocar mil notas, huye de protagonismos y excesos fatuos, busca la expresión a través del lenguaje cantado, acaso la simplificación de la música popular, el lirismo del jazz profundo, la nueva tradición, la libertad y las estructuras antiguas, de las canciones añejas que escuchó en la Plaza Niña y de los discos de música negra que descubrió a renglón seguido. Villoslada escribe un disco magnífico, ciyas claves podrán conocerse el día 15 en la Perla de Cádiz. "Música en la que creo, música que siento". Un disco que gusta tanto a su madre como a los buscadores de ritmos, armonías, giros, melodías y fraseos en blanco y negro. Media vida en Huelva, cuarto y mitad en Cádiz.
En la casa de los balcones suenan tientos rearmonizados que el cantaor gobierna con gusto sublime. La música de Villoslada está llena de macetas, como su casa gaditana de la calle Solano.
Julio 10, Cultura, Diario de Cádiz