Título original: Quicksand House
Año: 2013
Editorial: Orciny Press (2016)
Género: Bizarro
Valoración: Recomendable
Agarraos que vienen curvas, porque entramos de lleno en el pantanoso y extravagante terreno del bizarro, un género literario que se está extendiendo cual tentáculos de Cthulhu y que en nuestro país cultiva con pasión y entusiasmo la editorial barcelonesa Orciny Press. Pero, ¿qué es el bizarro?, os estaréis preguntando. Si entráis en la web de la editorial, obtendréis la respuesta: “El bizarro a veces es surrealista, a veces vanguardista, a veces ridículo, a veces sangriento, a veces al borde de la pornografía y casi siempre una ida de la olla. Kafka combinado con John Waters, Anime dirigido por David Lynch, Alicia en el país de las maravillas para adultos”.
Con estas premisas, el lector creativo no tardará en hacerse una composición de lugar y barajar las muchas posibilidades que tiene el género: Gregorio Samsa con la peluca empolvada de Divine, el agrimensor K presentándose a un concurso de baile de los años 60, Totoro cantando Blue Velvet … ¿Estáis ahí? ¿Habéis entendido de qué va el asunto? Pues enhorabuena, ahora solo os queda zambulliros en una de sus obras. Si no sabéis cuál elegir, La casa de arenas movedizas de Carlton Mellick III, es una muy buena opción.
Leemos en la solapa del libro que Carlton Mellick III es el autor más destacado del movimiento y que sus obsesiones son los cómics, la cerveza artesana, los videojuegos y aprender pasos de baile de K-pop. La biografía va acompañada de una foto digamos que curiosa. Jugando de nuevo a las asociaciones, nos imaginamos a ese hombre patilludo y gafapasta bailando Gangnam style con mallas y calentadores mientras degusta una jarra de cerveza desbravada elaborada en un infecto garaje de Portland. Bizarro.
Pero, curiosamente, la primera impresión que se recibe cuando se empieza a leer el libro no es de extrañeza, sino de ternura. La novela se inicia con la conmovedora descripción de una de sus protagonistas:
“Polly ha crecido demasiado para la guardería. Los brazos y las piernas se le salen por los lados de la pequeña cama de color rosa en la que duerme, y descansan sobre el suelo frío como blandas serpientes enrolladas al tronco de un árbol”.
A pesar de no ver nada extraño en estos primeros párrafos (tan solo se trata de una niña enfrentándose al vertiginoso cambio físico que implica la adolescencia), el lenguaje y las comparaciones utilizadas ya nos avisan de que esta novela no es como las demás. Pero vayamos primero con el argumento.
Polly y Rick (Pulga) son dos hermanos que viven bajo la tutela de la tata Warburough, en lo que parece la zona infantil de una casa y que ellos llaman la guardería. El tercer hermano, Sanguijuela, todavía es un bebé. Polly está entrando en la pubertad y Pulga contempla fastidiado la transformación que está experimentando su hermana. En la escuela, un matón acecha a Pulga, pero él tan sólo piensa en Darcy, la niña de la que está enamorado. Hasta aquí todo normal: relación conflictiva entre hermanos, padres ausentes, el primer amor, acoso escolar… pero pronto repararemos que no es normal, nada es normal.
El aspecto de Polly no es el convencional. La joven tiene cuernos. Sí, hemos leído bien, cuernos. Parece ser que esa es la señal de que ha entrado en la pubertad o, al menos, eso es lo que le dice su tata:
“Las astas son un símbolo de tu feminidad. Deberías estar orgullosa de ellas. Cuanto mas crezcan, más fácil te resultara encontrar marido”.
Pero no acaban ahí las sorpresas. No tardaremos en comprobar que no es que los padres estén ausentes, es que nunca los han conocido. ¿Son huérfanos? No. Saben que un día vendrán a buscarlos. Además, los niños no pueden salir de la guardería ¿Están encerrados? No. Al parecer ahí fuera están los siniestros, unos personajes muy peligrosos que los acechan continuamente. ¿Y el colegio? ¿Salen para ir al colegio? No. Se teletransportan. Y así sucesivamente, en un constante ir y venir entre lo cotidiano y lo extraño, entre lo normal y lo bizarro. Pero, a pesar de todo, Mellick juega sus cartas con honestidad. Nada de sorpresas de última hora ni de ases guardados bajo la manga. La información está magistralmente dosificada, de forma sutil pero contundente.
El arranque de la novela es espectacular. Atrapa de una forma abrumadora. Poco a poco, Mellick nos adentra en el mundo distópico visto a través de la mirada de Pulga, que va perdiendo la inocencia gradualmente hasta enfrentarse a la dolorosa verdad. El mundo que creían que había ahí fuera no es el que ellos pensaban. Ha habido un error en el sistema. Si quieren sobrevivir, deben salir de la guardería, enfrentarse a los siniestros, tratar de encontrar a sus padres… Se inicia entonces la aventura, una odisea narrada con las dosis justa de suspense para mantener el interés suscitado. Puede que el ritmo decaiga hacia la segunda mitad de la novela y que se acumule un exceso de información al final pero, en conjunto, la novela está bien calibrada.
Mellick juega de forma excepcional las bazas que sabe que domina bien: la violencia tarantinesca (tan exagerada que, en ocasiones, pierde su crudeza y se convierte en hilarante), la imaginación ilimitada a la hora de crear personajes únicos, (la combativa y desconcertante Darcy, la terrorífica Humana Reina…), la creación de ambientes claustrofóbicos más propios del género de terror que de la ciencia ficción y, sobre todo, el hilo narrativo, una trama original y excelentemente bien urdida, como una tela de araña que te va atrapando hasta el final, un final rotundo, con un clímax adrenalínico y un hermoso desenlace.
La casa de arenas movedizas es, por lo tanto, una novela notable por original y bien contada. La mejor forma de comprobar que el bizarro no es un cajón de sastre donde englobar toda obra weird o inclasificable, sino una fórmula química muy bien pensada, con los ingredientes justos para obtener una rara y preciosa aleación.
También te puede interesar
- Alicia Sánchez Martínez: Violeta en el jardín de fuego
- Keri Smith: Destroza este diario
- VVAA: Cuentos desde el otro lado
- VVAA: Malditas bastardas
- Gerard P. Cortés: La taberna de Bloody Mary
- Gema del Prado y Miguel Martín: Maldita mi ciudad