Esta señora, de setenta y cinco años de edad, fue expulsada de un templo católico en Barcelona por ser portadora de una bandera española, comunicándosele por parte del personal que atendía el culto, que la expulsada era la bandera, y no ella.
El nacionalismo aldeanista y excluyente de algunos catalanes, les lleva a sufrir un sarpullido cada vez que se nombra la palabra España, país donde han nacido, quieran o no, pues de ninguna otra forma puede uno alcanzar tal condición. No se persigue a quien sea portador de una camiseta con la imagen del “Che”, pese a que D. Ernesto fue un asesino; tampoco a los portadores de un pañuelo palestino, aunque estos señores disparan sus zambombazos desde escuelas y utilizan mujeres y niños de escudos humanos; también se permiten camisetas con alegatos francos contra la religión o el catolicismo, pero ser portadora de la enseña nacional es más grave. Dios, que es infinitamente misericordioso, ve superada su capacidad de tolerancia cuando una anciana entra en el templo donde se le rinde culto, con nada más y nada menos que una bandera de su país. Escandaloso. Lo extraordinario es que haya podido recorrer el espacio existente entre su domicilio y la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, sin ser detenida, vituperada, insultada o simplemente agredida, por esa parte dialogante de la población que impone el catalán como lengua vehicular a sangre y fuego, y sufren un insoportable rechinar de dientes cuando se ven obligados a considerar el español en igualdad de condiciones y aunque lo denominen siempre castellano. En fin que hasta los sacerdotes se meten donde nadie les llama y prohíben una seña de identidad nacional que nada tiene de política. Me pregunto si hubiesen hecho lo mismo en el caso de que la señora en cuestión portase una “señera”. Temo que, desgraciadamente, no.