
de Libros.com
Puede verse a dos mujeres paseando por la playa enebrando sus brazos. De lejos, parece una pareja más de buenas amigas contándose sus cosas en el Peñón de Ifach, en Calpe. Ellas son Carmen Conde y Amanda Junquera que, están de vacaciones sin sus maridos, en plena Guerra Civil Española. Esta escena tiene lugar en 1937, cuando todo lo que se espera de una mujer es que se case y sea una buena esposa, hacendosa, cariñosa, comprensiva con el hombre de la casa y si tiene hijos, una madre ejemplarizante. Que no se le pueda poner ni un pero. Antonio Oliver y Cayetano Alcázar, los maridos de Carmen y Amanda, se encuentran luchando por el bando republicano. Esas mujeres que pasean por la orilla, escritoras de mente inquieta y de corazones aún más inquietos, sintieron una conexión especial que las llevó a intercambiarse libros y cartas. Carmen, poetisa, escribía poemas para Amanda que, decían sin ningún pudor, sus ganas de estar con ella íntimamente. Y fue en aquellos días de vacaciones en el mar, cuando se hicieron amantes. Durante la guerra, su amor se hizo más profundo a fuerza de mantener su correspondencia epistolar y de verse de vez en cuando, evitando levantar sospechas. Todo tenía que ser secreto, pues en aquella época era impensable el divorcio y mucho menos, proclamar públicamente su condición. Su amor sobrevivió a sus maridos. En 1958 murió el de Amanda, y diez años después el de Carmen. Entonces, Carmen se fue a vivir a casa de Amanda, pero sin poder mostrar al mundo su verdadero ser, sintiéndose como un tigre enjaulado. Muchos de los poemas que Carmen Conde escribió, hablaban de lo difícil que era la situación para ella y de la lucha que se libraba continuamente en su interior:
«El universo tiene ojosNos miran;nos ven, nos están viendo, nos miranmúltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo, desde todos los rincones del mundo. Los sentimos fijos, movedizas, esclavos y esclavizantes. Y, a veces, nos asfixian.»
Carmen escondió muy adentro ese amor por su Amanda y lo dejaba escapar en sus escritos con sumo cuidado y lenguaje ambiguo, sin pronombres delatores, sin descripciones gráficas. Amanda fue la primera en dejar este mundo y Carmen vivió sus últimos años compartiéndolos con el Alzheimer, como una anciana más, en una residencia. Se fue a la edad de noventa años en 1996, y ahora...
Puede verse a dos mujeres paseando por las brumas del otro mundo enebrando sus brazos. Ahí nadie las observa ni las vigila. Se sienten libres.