Revista Opinión
Un trozo de carne, atravesada por el tiempo; solo eso. Somos una materia inconsistente, deformada por la vida, que lo erosiona todo. Nada más, y nada menos; ¿por qué sino puede salir de un mamífero perplejo esta estética autorreflexiva? La obra es del críptico Francis Bacon -el pintor, que no el filósofo, aunque aquel alimente más aún si cabe las ganas de romperse la cabeza pensando qué quiere decirnos detrás de su esperpento pictórico-, Crouching nude on rail, un cuadro en realidad sin título, abandonado al albedrío del espectador, como el peregrinaje azaroso de esa carnaza humana, presa de su danza resignada, herida por el metal de la necesidad.
Sotheby's se frota las manos; ha conseguido venderla por 9,24 millones de euros. La crisis no afecta a quienes viven en el Olimpo terrestre. El arte, antaño expresión exaltada de la belleza de la naturaleza, más tarde eco subjetivo del genio creativo de su autor, sobrevive hoy, cautivo en la sala de los museos, tasado por un mercado que todo aquello que merece lo transmuta en cifras. Va a ser que Bacon tenía razón: solo somos carne al peso, humo que el tiempo disipa. O no, quizá el pintor solo nos oblige a quebrar nuestro ego autocomplaciente, a mirarnos reducidos a un cuerpo sin forma ni rumbo, a la espera de encontrar entre sus entrañas un rastro de alma, un amago de humanidad.
Ramón Besonías Román