Foto: Silvia Corbelle
Todo el barrio lo llama por el peculiar apellido que heredó de su abuelo vasco. Vertical para cuestiones ideológicas, siempre dejó claro que él era “un hombre de la causa”. Reunión tras reunión, informe tras informe, denuncia tras denuncia, pocos lo superaban en pruebas de fe dadas al sistema. Lo caracterizaban también el rostro adusto ante los inconformes y el abrazo dispuesto para quienes compartían su ideología. Así fue, hasta hace una semana.
El árbol genealógico rindió frutos y el combativo hombre acaba de sacar su pasaporte español. En su núcleo del Partido Comunista le dieron a elegir: la nacionalidad extranjera o seguir militando en esa organización. Fiel, pero no tonto, se decantó por la primera. Desde hace apenas unos días estrena su nueva vida sin carnet rojo ni estatutos. Ya le ha empezado a hacer algunos guiños a los disidentes del vecindario. “Tú sabes que siempre podrás contar conmigo” le espetó ayer a uno, a quien hasta hace poco vigilaba.
Curiosa organización partidista que se pavonea de ejercer la solidaridad internacionalista, pero no quiere en sus filas a comunistas con dos nacionalidades. Al menos tal estrechez de miras está ayudando a la conversión de ciertos extremistas en “mansos extranjeros”. Dada la rapidez con que cambian, queda la pregunta si antes habían creído en lo que hacían o eran simples oportunistas. Quizás al preferir un pasaporte comunitario sólo están eligiendo otra máscara, un nuevo tono para su piel de camaleones.