Revista Cultura y Ocio

Caronte, por Lord Dunsany

Por Leandro Tejerina @LeandroTeje

Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio.

No se trataba de años o siglos, sino de largas oleadas de tiempo y una vieja pesadez y dolor en los brazos que se habían vuelto para él parte de un esquema creado por los dioses, un pedazo de Eternidad.

Si los dioses le hubieran enviado siquiera un viento contrario alguna vez, hubiera dividido todo el tiempo en su memoria en dos partes iguales.

Tan gris era todo siempre donde estaba que si alguna luminosidad brillaba ocasionalmente entre los muertos, tal vez en el rostro de una reina como Cleopatra, sus ojos no la percibían.

Era extraño que últimamente los muertos llegaran en semejantes cantidades. Llegaban de a miles, cuando antaño solían llegar de a cincuenta. No era la obligación de Caronte, ni su deseo, ponderar en su alma sombría por qué podría estar ocurriendo esto. Caronte se inclinó hacia delante y remó.

Entonces, no arribó ninguno durante un tiempo. No era normal que los dioses dejaran de hacer bajar desde la Tierra durante tanto tiempo a nadie. Pero los dioses sabrían.

De pronto, un hombre llegó en solitario. La pequeña sombra se sentó temblando en una playa desolada y el gran bote zarpó; sólo con un pasajero. Los dioses sabrían.  Y el gran y hastiado Caronte remó y remó, junto al pequeño, silencioso y tembloroso fantasma.

Y el sonido del río era como un poderoso suspiro que la Tristeza había lanzado en los orígenes entre sus hermanas y que no podía morir, como los ecos del dolor humano cuando se apagan en las colinas terrestres. Y era tan viejo como el tiempo mismo y el dolor en los brazos de Caronte.

Entonces, del lento y gris río, el bote arribó a la costa de Dis. Y la pequeña y silenciosa sombra, todavía estremeciéndose, hizo pié en tierra. Caronte dio vuelta el bote para regresar pesadamente al mundo y la pequeña sombra habló, había sido un hombre.

“Soy el último”, dijo.

Nadie antes había hecho sonreir a Caronte; ni nadie lo había hecho llorar.

***

Título original en inglés: Charon, en Fifty-One Tales, Lord Dunsany, 1915. “Traducción” propia

Imagen: Caronte, por Crille


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