Un 28 de diciembre, día de inocentes, mi padre se enteró por una boca ajena en la que confié, que en mi interior crecía un bebé. Había planificado dejarle una carta explicándolo todo y salir huyendo de casa hacia quién sabe donde... Mi miedo era una mala reacción que no existió nunca. Antes de que pudiera recoger mis cuatro tesoros y seguir mi plan de escape, alguien se me adelantó, contó mis planes y mi padre encontró mi carta y "despedida" en borrador...
Fue un día duro. Lejos de lo que yo creía, mi papá habló con serenidad y consoló todas mis lágrimas: "no había porqué llorar". En cambio, no le gustó mi intento de huida y aquella carta que pensaba dejar como único rastro. No me había criado cobarde.
Hablamos largo sobre mis planes futuros sobre lo que implicaría la crianza de un bebé; cómo compaginarla con mis estudios (que yo no quería dejar y no dejé); cómo hacer para que a pesar de las circunstancias adversas, había que intentar hacer siempre el mejor esfuerzo. Disfruta de tu embarazo, sé feliz. Haz de tu vida algo extraordinario.
Han pasado 17 años desde entonces. Mi mayor lección de aquella fecha es justamente ese mensaje. Un mensaje que quisiera poder transmitir a mis hijas a diario: Quiero que sepan que pequeñas acciones pueden cambiar el mundo. Que no hace falta ser el más importante, ni el más reconocido para ser buena persona, ser parte del cambio y para hacer de nuestras vidas algo extraordinario. Que hay que seguir los sueños, aprovechar el momento y vivir el presente intensamente.
A punto de terminar el año, quiero abrazarlas fuerte y visualizar el futuro. Saber que conseguirán aquello que se propongan y que saborearán cada día la vida. Que podrán pensar libremente, actuar con conciencia y ser felices. Su felicidad, será la mía.
CARPE DIEM. Extracto de una de mis películas favoritas: Dead poets society