Revista Cultura y Ocio

Carpe diem en nápoles

Publicado el 08 marzo 2011 por Franciscogarciajurado

La semblanza de hoy tiene algo de Julio Caro Baroja, de sus recuerdos italianos. Pocas veces tenemos la ocasión de asistir a una fusión tan sutil entre vida y obra como con el poeta Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.). Así lo siente sin lugar a dudas el escritor francés Anatole France (1844-1924), en cuya novela titulada Le crime de Silvestre Bonnard aparece, aprovechando una estancia en Nápoles, este pasaje alusivo al carpe diem Horaciano. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
“Viven (sc. los napolitanos) a un tiempo con todos los sentidos, y, filósofos por naturaleza, comprenden sus deseos y la brevedad de la vida. Me acerco a una taberna muy bien alumbrada, y leo en la puerta este cuarteto en dialecto napolitano:
Amice, alliegre magnammo, e bevimmo;
Nfin che n'ce stace noglio a la lucerna:
Chi sa s'a l'autro munno n'ce vedimmo?
Chi sa s'a l'autro munno, n'ce taverna?
(Comed, bebed, alegres, sin medida;
con el aceite brilla la linterna.
¿Nos veremos acaso en la otra vida?
En la otra vida, ¿habrá alguna taberna?)
Horacio les daba consejos semejantes a sus amigos. Tú los recibiste, Póstumo; tú los escuchaste, Leucónoe, hermosa insurrecta que deseabas conocer los secretos de lo porvenir. Aquel futuro es para nosotros el pasado, y lo conocemos. En realidad, hiciste mal en atormentarte por tan poco, y tu amigo demostró ser un hombre de buen sentido cuando te aconsejaba que fueras prudente y filtrases los vinos griegos. Sapias, uina liques . De este modo, una tierra hermosa y un cielo puro aconsejan las tranquilas voluptuosidades; pero hay almas atormentadas por un sublime descontento: son las más nobles. Tú fuiste una de ellas, Leucónoe; yo saludo respetuoso tu sombra melancólica aparecida en el ocaso de mi vida y en una ciudad donde resplandeció tu belleza. Las almas semejantes a la tuya que aparecieron en la cristiandad fueron almas de santas, y sus milagros llenan La leyenda dorada . Tu amigo Horacio ha dejado una posteridad menos generosa, y reconozco a uno de sus descendientes en la persona del tabernero poeta que en este momento llena de vino los vasos a la sombra de su muestra epicúrea.” (El crimen de un académico, trad.de Luis Ruiz Contreras, Barcelona, Orbis, 1986, pp.33-34)
A mí sólo se me ocurre decir ahora cuánta felicidad me reportan estas llamadas a la litetura clásica en los textos modernos. Durante nuestro viaje a Nápoles recordé este pasaje y el viaje se convirtió también en literario. FRANCISCO GARCÍA JURADO

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