Los tres meses han pasado. Incluso alguno más, y nadie contesta a su petición. Eso no es preocupante para el escritor no-nato, joven o cuarentón (sí para el sesentón que se acerca a la tumba a pasos agigantados sin haber publicado; cosas de la vida).
Sabe que su obra tiene muchas lecturas y un cierto nivel de hipertextualidad metaliteraria que estará haciendo las delicias del lector de turno. Incluso Carmen Barcells habrá rejuvenecido con esa dosis de brillantez y osadía. Por tanto, seguirá yendo a la universidad (a copiar en los exámenes) o al trabajo (a perder el tiempo en internet) o a la tasca (a seguir acumulando cirrosis) con la conciencia bien tranquila. Es la consecuencia del trabajo bien hecho.
Hasta que un día cualquiera abra el mail de su ordenador y se encuentre la respuesta, esa respuesta tan dada a perjudicar la salud de los escritores:
"Estimado Sr. xx:
Le escribo de nuevo para informarle de que nuestros lectores han podido evaluar ya la obra que nos remitió. Al respecto debo comentarle que, a pesar de que los informes destacan diversos aspectos positivos de su obra, finalmente no nos han recomendado emprender gestiones editoriales con ella. Sentimos no poder darle otras noticias, pero sin contar con un convencimiento absoluto preferimos declinar su ofrecimiento.
Le agradezco la confianza que nos ha demostrado y le hago llegar un cordial saludo,
xx"
Tras unos segundos de desconcierto, lo comprenderá. El escritor novel es sagaz e interpreta cada frase con detalle. Los aspectos positivos son mucho más que los negativos. Claro. Ese comentario debe ser de Carmen Barcells en persona. Pero le falta el convencimiento absoluto. Es comprensible. Un adjetivo tan potente es difícil de alcanzar. Y la pobre está mayor. Ha perdido el interés por la narrativa hispana. Igual ya no se fía de los escritores.
Pero no le importará. El pulidor-de-palabras ha comenzado a moverse en el sub-mundo literario con cierta desenvoltura. Ya mira a sus congéneres de tú a tú.