Una colaboración de Iván La Cioppa para HRA.
Audaz, valiente, impetuoso, despiadado, fiel: son tan solo una parte de los adjetivos con los que se puede describir a Lusio Quieto, uno de los personajes más singulares del imperio de Trajano; el primer bárbaro, y además de tez morena, en ascender a la cumbre del Imperio. Su historia demuestra la apertura y la clarividencia de Trajano al igual que la forma de pensar de la sociedad romana que, por una parte desconfiaba de los “no romanos”, sin embargo premiaba a los que destacaban en nombre de Roma, más allá de toda diversidad.
La fuente principal sobre su vida es Dión Casio. El célebre historiador nos cuenta que Quieto era hijo de un cacique de la tribu de los Mauri, asentada en Mauritania Tingitana. Cuando Calígula mandó asesinar a Ptolomeo de Mauritania, hijo de Juba II, una imponente sublevación estalló contra los romanos y el padre de Quieto apoyó al Imperio, ayudando a sofocar el levantamiento. Por la lealtad mostrada a Roma, fue honrado con el regalo de la ciudadanía romana y otros privilegios.
Jinete mauro de la guardia de Trajano(principios del siglo II)
No sabemos nada de la juventud de Quieto. Su nombre entra en la historia de Roma durante el reinado de Domiciano, por el que luchó al mando de una unidad de jinetes mauritianos de su propia tribu. Por los servicios prestados, fue elevado al rango de «eques» (literalmente, “caballero” pero, por razones que desconocemos, fue dado de baja con deshonra del ejército y enviado de vuelta a su tierra. Volvemos a perderle la pista hasta las Guerras Dacias de Trajano, que reincorpora a Quieto en su rango, pues necesita a un comandante hábil y, sobre todo, a su formidable unidad de caballería ligera, leal sólo a él. La elección del «Princeps» fue afortunada porque el mauro fue decisivo en la victoria sobre los Dacios: gracias a su caballería en la primera campaña, los Romanos consiguieron sitiar Sarmizegetusa, lo que obligó a Decébalo a pedir la paz.
Lusio Quieto al frente de la caballería numida ataca a los dacios.
En el 115 d.C. lo encontramos en la Campaña Parta donde, al mando de la retaguardia, compuesta por sus mauros pero también por tropas legionarias, hizo posible para los romanos una retirada táctica, salvándolos del desastre. Con su caballería él solo logró someter a los amardos en Armenia (esta noticia también la confirma Temistio, hombre de letras y político al servicio de Teodosio). Más tarde, sitió y saqueó brutalmente ciudades como Nisibe, Singara, Babilonia y, según informó Arriano, mató en batalla a Sanatrace, comandante del ejército parto. Estas acciones permitieron a las legiones cruzar el Éufrates sin inconveniente alguno y aumentaron la reputación de hombre sin escrúpulos que se había ganado el príncipe mauro.En plena Campaña Parta, de repente, estalló una gran revuelta entre los Judíos y Trajano envió a Quieto para sofocarla. Aquí se mostró implacable y feroz al reprimir el levantamiento tanto que la guerra que siguió tomó su nombre griego, “Guerra de Kitos”, y durante siglos la memoria negativa del comandante bárbaro se conservó en fuentes judías, como en los actos de Sharbel y Barsamya del siglo V. Basta con recordar el exterminio de todos los judíos que sobrevivieron al sitio de Lydda (un hecho mencionado en el Talmud) y el trato especial reservado a Edesa, que fue arrasada y su rey Abgar VII ejecutado. Para sellar la victoria sobre los rebeldes, Quieto mandó erigir una gran estatua de Trajano entre las ruinas del templo de Jerusalén.
Tras estos nuevos éxitos, la carrera de Quieto recibió un gran impulso porque fue nombrado senador, cónsul y, finalmente, gobernador de Siria: honores jamás concedidos a un bárbaro hasta entonces y que le acarrearon incontables enemigos en Roma y en el entorno del emperador.
Lamentablemente, la fortuna de Lusio Quieto estaba destinada a terminar prematuramente.
El 8 de agosto de 117, Trajano murió y Adriano fue proclamado emperador. Uno de sus primeros actos, según relata la «Historia Augusta», fue la destitución de toda la caballería maura a la que consideraba como una amenaza a su poder al igual que su comandante y luego la desautorización del propio Quieto. A estas alturas, los enemigos del Mauro tenían campo libre. El prefecto Attiano, que siempre le fue hostil y celoso de los honores que le había tributado el difunto «Optimus princeps», presionó al Senado que lo acusó de haber tomado parte en una conspiración contra Adriano con Celso, Palma y Nigrino. La sentencia a la pena capital era segura y, para escapar de la ejecución, Quieto intentó volver a Mauritania, entre su gente, pero fue detenido por el camino y ajusticiado. Esta noticia también se menciona en el Talmud, subrayando el hecho de que fue un acto inesperado.
Finalmente, sus enemigos lograron eliminar al hombre pero, con razón, el juicio de la historia lo hizo inmortal.
Así terminaba la parábola de un hombre que se había enfrentado al destino sin miedo y lo había doblegado a su voluntad gracias a su carisma y gran talento militar. En los siglos siguientes, a pesar de sus detractores, se conservó un recuerdo positivo de Lusio Quieto. Lo elogian como un gran general Arriano, Dión Casio y, en el Bajo Imperio, Temistio y Amiano Marcelino, quien incluso lo cuenta entre los mejores comandantes de toda la historia romana. De gran importancia es también la consideración en que lo tiene el emperador Mauricio en su manual militar «Strategikon» (Στρατηγικόν).
Finalmente, sus enemigos lograron eliminar al hombre pero, con razón, el juicio de la historia lo hizo inmortal.