Revista Arquitectura
Esta semana pasada, al parecer, apareció en Nueva York una pintada en la principal calle, la 5ª avenida, en la que se separaba en dos carriles el tránsito peatonal de sus aceras. Por un lado los turistas y por otro los neoyorkinos. Es la provocadora propuesta de un artista, del cual no he sabido el nombre, para apaciguar a los enervados transeuntes de Manhattan siempre quejosos de lo lento que somos aquellos que visitamos la metrópolis.
Y es que los estresados habitantes de la isla, dicen reconocer quién es residente de la urbe tan solo viendo la velocidad de su caminar, con el inconveniente de frenarles en su constante y acelerado desplazamiento en cuanto se cruzan a un turista. Es la misma percepción que nosotros los españoles tenemos para distinguir alemanes e ingleses en nuestras playas: combinación de calcetines y chanclas, o un color más próximo a rojo langosta que a moreno, son suficientes indicativos.
El NYPost (enlace) ha recogido varios testimonios de vecinos que defienden la propuesta, claro ejemplo de la diferencia entre una ciudad que se sabe el centro del mundo, y nuestra cultura, en donde más o menos sabemos valorar la importancia del turista, en una España que es visitada por más gente que habitantes tiene el país, siendo como diría mi padre, la primera fábrica nacional.