Revista Cultura y Ocio

Carta a Alejandro López Andrada

Por Calvodemora
Hay veces en que crees en Dios, lo ves en el fondo de la taza del café, lo escuchas en la masa orquestal de una sinfonía de Stravinski, lo percibes en el sueño, convertido en un personaje de una trama que no gobiernas. Dios debería ser un fijo en los sueños, pero solo sale de vez en cuando, antojadizamente. Anoche soñé, bendita ilusión, que me visitaba Edgar Allan Poe y me contaba el secreto de un buen cuento, de cómo dejar escrito un cuento que perdure y sea leído como si acabase de estar escrito. Juro que escuché con atención y hasta estoy por decir que me enteré de lo que decía, pero nada más despertarme, a poco de abrir los ojos, lo olvidé. Vi a Poe o vi a Dios o los vi a los dos, hablándome. Está bien que dos personaje de tanta enjundia reparen en uno, aunque sea en los sueños. Hay cosas que solo se conocen en los sueños, destinadas a que la vigilia las borre. De igual modo hay cosas que solo consiente la vigilia y que el sueño, que es un zorro viejo, elimina, quizá por dañinas. La realidad más dolorosa que los sueños y lo es mucho más que la ficción. Por eso quiero acercarme a Dios y a Edgar Allan Poe, por ver si me cuentan algo de interés que luego pueda usar en el trasiego de las horas, que a veces se ponen duras y no sabe uno cómo domeñarlas. A lo mejor, en mis sueños, Poe y Dios son la misma sustancia. No sabemos si siempre hubo un Poe que devino en Dios o viceversa. Admito opiniones. Ninguna que se me facilite logrará que yo deje de sentirme fascinado por lo que no está a mi mano o que yo no me sienta en deuda con todo lo que no conozco. Dios suena dentro de mí como un tambor levantando un rumor de luciérnagas y de alas. Has dejado eso escrito en tu faceboo, tú, el letraherido, el sensible como pocos que yo conozca, que se deja contaminar por la luz y por las sombras y escribe con dolor el dolor que ve en el mundo. Los poetas somos seres desvalidos, Alejandro. Somos como Poe en mi sueño, personajes que suenan dentro del orden secrerto del cosmos, registradores de todos los rumores del universo, observadores fieles de las luciérnagas y de las alas. Somos pobres, siendo tan ricos, Alejandro. Me conmueve tu honestidad. Yo aspiro a ser honesto en lo que hago, en mi descreimiento, en mi corazón escuchando a Dios a lo lejos, pero no sintiéndolo en el corazón. No habrá nadie que me ilustre, quien me indique cómo mirarlo y ya no dejar de hacerlo. Dices que tus mejores amigos son ateos o agnósticos. Los míos son cristianos firmes. Está bien ese ir y ese venir y ese encontrarse en mitad del camino. Somos como Dios y como Poe, como Emilio y como Alejandro. Nadie va a venir a decirnos si marramos o estamos en la vía correcta. No hace falta. No estaría n bien que viniese nadie a decirnos nada. Disfrutamos con estos desvaríos. Yo sé que tú lo haces. Se ve en lo que escribes. Eres muy transparente, haces que leerte sea un abrazo, aunque no compartamos (no hace falta) el ruido que hacen los ángeles o la voz que duerme dentro y nos despierta en medio de la noche, como un salmo. Somos espirituales, Alejandro. Nos mueve el espíritu, el alma a medio hacer. No sé si será la religión el texto, pero las palabras que usamos no son religiosas, las mueve el alma, el aviso de que todo esto no debe quedar únicamente en una fuga cerrada. No se puede escribir más, vernos otra vez en Lucena, cuando encarte, con un café. 

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