Revista Cultura y Ocio

Carta a Bartleby

Publicado el 26 septiembre 2011 por Serlibre

Había escrito para usted un texto lleno de detalles subjetivos que se parecían mucho más a un ensayo lleno de principios ideológicos que a una verdadera carta.
Creo que manifestar una  ideología de vida (equivocada o no) sólo tiene sentido si no se logra interpelar. Y no lo tome a mal, usted, señor Bartleby no está en condiciones de ser interpelado. 
Lo que nunca sabré es si su condición obedece a una enfermedad o no.  Pero eso para mí es lo menos preocupante dado que en torno  al concepto de locura ronda una lógica extraña en la que preferiría no ahondar. 
Lo cierto es que estoy acá escribiéndole de esta manera que me evita un extenuante soliloquio.  
Yo no quiero ser como usted, al menos no de manera constante. Necesito,  señor,  poder pasar las fronteras de mi caparazón para no morirme antes de mi muerte.
 Desconozco por qué extraña razón no pudo dialogar con sus contradicciones y se sumergió en las profundidades de la apatía ahogándose en el vaso de agua que ni siquiera quiso probar.
Usted me agrada señor Bartleby, y mucho.  No sé si sabe que cuenta con esa cuota de desamparo que a uno lo hace querer acudir en su rescate. ¿Será por eso que su Jefe fue tan tolerante?
¿Habrá sido esa la única causa que lo llevo a actuar con usted del modo que lo hizo? ¿Cree usted que es fácil escapar de la curiosidad que genera un dilema? ¿No es acaso usted una persona dilemática? 
Creo que usted despierta una gran curiosidad y cuando tratamos de interpretarlo acabamos, sin remedio, pensando en nosotros mismos. Por esa razón y sin restarle mérito es que creo que a su Jefe no lo motivo sólo la compasión sino la irresistible atracción hacia la búsqueda de sus propias contradicciones.
¿Soy clara verdad? No estoy diciendo que usted y su Jefe fueran iguales en un sentido estricto, pero si puedo afirmar que sólo una suerte de identificación con una parte suya lo pudieron haber hecho actuar de la manera que lo hizo. 
Hablar de compasión siempre resulta reduccionista mi estimado señor Bartleby. Si, reduccionista. ¿De qué lado quedamos los interpretadores de desvalidos? ¿Qué mirada se nos brinda cuando tenemos conductas compasivas? ¿Alguna vez pensó que la compasión que no intercala con lo que subyace se transforma en ese tipo de virtud cuasi divina? 
 Pero yo no me volveré como usted, al menos por el tiempo que dure esta carta y me voy a permitir no darle la espalda a  las contradicciones que me provocaron los rumores de su existencia.  
¿Qué quiero decirle con esto estimado señor Bartleby?  Quiero decir que usted sucumbió frente a sus contradicciones y quedó atrapado en un denso monólogo interior que lo alejo hasta de usted mismo. ¿Quizás por un amor no correspondido? A lo mejor sea esa la razón por la que le tengo tanto cariño. 
Su rara existencia motivó en mí un ferviente deseo  de exacerbar mis percepciones. De adentrarme en los significados aunque tenga que hamacarme en un compás de espera. 
 Y en esa espera  no dejo de interrogarme sobre que hubiera podido ocurrir si alguna gran decisión hubiera dependido de  alguno de ustedes dos. Un  blando Jefe subyugado por un enigma que lo confronta y un melancólico incapaz de disfrutar de cualquier pasión humana.  
Yo creo que las relaciones humanas son de significado a significado y no de persona a persona.  Y si no nos ejercitamos en los destiempos corremos el riesgo de perderlo todo. Como usted y su Jefe que quedaron los dos en distintas prisiones.  
 Sé que para muchos, ustedes dos  no son la misma cosa, pero le permito a mi subjetividad explayarse y decirle que ninguno de ustedes dos me han parecido la clase de personas capaces de pasar a una acción efectiva, no en vano su Jefe llegó al extremo de querer comprar para usted un lugar de privilegio dentro de la prisión.
Si no recapitulamos nos será difícil dejar de creer que existen males menores y  terminaremos todos formando parte de la gran masa de cartas que usted quemaba en la hoguera. De todos modos quiero agradecerle señor Bartlebly, no sólo a usted sino a su Jefe por haberme llevado a pasear por esos laberintos de significantes y significados que sin ustedes no me hubiera sido posible.
Si hubiera podido elegir al igual que usted señor Bartleby hubiera preferido no hacerlo. Hubiera preferido no tener que enredarme con ustedes, hubiera preferido no admirar su terquedad aún en la soledad de la cárcel. Hubiera preferido no enojarme frente a esa tonta compasión que esconden los cobardes como su Jefe. Pero no pude Señor Bartleby, me fue imposible renunciar a caminar de la mano de personajes tan ricos que me llevaron a pasear por el interior de mis propios laberintos.
No quisiera despedirme de usted, no al menos sin decirle que quizás debamos mitigar a la vehemencia que nos coloca de cara a la pared.   Piénselo señor Bartleby, qué  hubiera sido de usted si en vez de sumirse en ese detestable autismo hubiera salido de atrás del biombo para volver a intentarlo. ¿No le hubiera gustado envejecer al lado de alguien que le pusiera pantuflas a sus frías pisadas mientras usted le acariciaba el desconcierto?
Si Sartre viviera no dudaría en afirmar que ustedcomo todos los soñadores, confundió el desencanto con la verdad.

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