Conocemos a las personas a través de sus actos.
A veces, solamente asoma en ellos una de sus facetas, o incluso varias de ellas. Sin embargo, su personalidad más íntima pasa desapercibida cuando se trata de alguien que triunfa por sus valores profesionales. Don Miguel Frechilla era un gran profesor y a la vez un excelente concertista. Luego, descubrí su lado más humano. Un amor generoso que hizo feliz a su familia, y una sincera amistad hacia sus amigos. Y fue gracias a que un día de junio de los años 70, me examiné de 5º de piano, como alumna libre en el Conservatorio de Valladolid, situado entonces en un piso pequeño e incómodo donde los alumnos sufríamos nervios y sudores, ambos parejos en muchos casos, en el mío también. Dos de mis hijos también estudiaban música. El tiempo para tocar -de las 6 de la tarde a las 10 de la noche-, lo repartíamos de forma equitativa. La verdad es que ese año, no llevaba mis estudios para nota, pero había decidido sacar el curso y dejar el piano libre para ellos en años sucesivos. Quizá la programación mental de este esquema hizo que la responsabilidad de persona mayor y mi sentido del ridículo -abuelita entre los niños y adolescentes o jóvenes que nos examinábamos- quizá, digo, puso a prueba mi capacidad de control. Por mi apellido, ocupaba el número tres en la lista. Pero algo debió de notar Don Miguel (que ya me había examinado un par de ocasiones en otros cursos) y me dejó para el final. El hombre bueno y comprensivo que era, le hizo intuir mi intranquilidad y decidió darme una oportunidad para la calma. La verdad es que de poco me sirvió, debido a mi temperamento. Los alumnos que tocaron antes que yo permanecían en la sala, apenas cuatro o cinco salieron del aula. Llegó mi turno. Al levantarme arrastré con el codo derecho los libros que salieron disparados, precediéndome, hacia el piano. "Mal empezamos"-, me dije. Saqué las bolas con los números que en suerte me señalaban estudios y sonatina que debía interpretar. La mirada de Don Miguel se cruzó con la mía en un intento de transmitirme calma y confianza. Su rostro sereno llenaba mis pupilas. Sentada ante el piano, mis manos temblaban. Volví los ojos hacia los tres miembros del Tribuna, solicité unos minutos para lograr serenarme. No lo conseguí. Me atranqué en el primer estudio, lo inicié dos veces... -opino que si Don Miguel no hubiese echado un capote habrían interrumpido mi "concierto particular", porque lo peor vino luego, al llegar a la sonatina: la interpreté con un zapateado rítmico e inoportuno, quiero decir, que mis pies brincaban en el suelo como si también ellos quisieran alcanzar el teclado del piano...
No pude más, recogí los libros y salí llorando de aquel aula. No me avergüenza reconocerlo.
Bajé las escaleras y me senté en el descansillo con la cara entre las manos; trataba en vano de controlarme. No quería bajar a la calle en aquel desconsuelo.
Entonces una mano se apoyó en mi hombro y oí su voz, tranquila y dulce, diciéndome:
-"Cálmese". Y añadió: ¿Necesita Ud. aprobar por algún motivo de trabajo?...
- No señor, contesté, únicamente estudio porque me gusta...
- Bien, dijo, cuando llegue setiembre llame a este teléfono, unos días antes del examen. Veré cómo lo lleva en mi casa, quizá así se templen sus nervios-.
Lo hice y en la calle Teresa Gil, bajo la mirada de unos ojos negros que pintara Romero de Torres, toqué los estudios y la sonatina que Don Miguel me iba pidiendo. ¿Por qué estaba serena en aquellos momentos? Don Miguel hablaba quedamente con mi marido, a la vez, no perdía detalle y corregía mis errores. Su voz era la de un buen amigo que aconsejaba. Me examiné a los pocos días y aprobé. Sigo de alguna manera con la música, toco, pero no me examino. Mis hijos terminaron estudiando piano, ambos profesores y, a pesar de las dificultades, viven y sienten la Música como una vocación. Creo sinceramente que Don Miguel ya está en el Cielo dando conciertos para ángeles y santos. Hasta el Padre Dios se habrá alegrado de tenerlo tan cerca para deleitarse con su música.
Don Miguel, querido Don Miguel, que la paz llegue a todos los suyos y que su memoria siga acompañando nuestros días. Emocionadamente...