El 18 de enero de 1997, al promediar el día, un fuerte dolor en el corazón doblegó mis fuerzas y caí. Fany, como siempre, presurosa llamó al médico, éste, fríamente, dijo: infarto al corazón. Yo no quise creerlo porque pensé que yo moriría riendo, de cara a la vida. Como las cosas no llegaron al final, apenas repuesto, le escribo a mi corazón para que no vuelva con esos ataques arteros….
CARTA A MI CORAZÓN
Orestes Romero Toledo
Hola viejo amigo, qué te pasó ? Te cansaste ? Te aburriste? o simplemente quisiste jugar conmigo; estrujaste mi alma como quien coge una flor entre sus manos y la exprime sin compasión. Duro golpe me diste; sentí como que se me partía el pecho en dos y que el aire se me escapaba sin poderlo retener. Vi de cerca a la Muerte esperando que mis ojos se cerraran para siempre y llevarme entre sombras y olvidos. ¡Qué terrible momento!
No vuelvas con esas cosas, amigo viejo de tantas aventuras. Lo que hiciste duele tanto y tantos recuerdos vienen a la mente en esos precisos momentos del estertor de la muerte, que uno quisiera vivir mil años más para gozarlos nuevamente. No te parece ?
Te acuerdas, por ejemplo, de nuestros juegos infantiles allá lejos y hace tanto tiempo; te acuerdas de las chiquillas que corrían sin cesar por la orilla del mar mientras el rocío mojaba, cariñosamente, sus rostros. Te acuerdas del pueblito petrolero donde nacimos, sin árboles, sin verde, con cerritos distraídos que formaban senderos por donde hacíamos caminar alegremente nuestra niñez. Te acuerdas de la escuelita trepada en ese cerro grande que miraba al mar y por donde veíamos venir, sabe Dios desde dónde, las aves migratorias en correcta formación hacia su destino final. Te acuerdas de los muchachos de entonces con quienes jugábamos a los trompos en las calles polvorientas. Oye, hermano, qué bonito era todo aquello, no?
Amigo, tantas cosas a los dos nos han pasado que por eso me dolió tanto cuando me clavaste, al descuido, tu filosa navaja. !No puede ser, dije, si somos tan amigos!. ¡Qué dirá Fany que con nosotros fue tejiendo amorosamente la vida! ¡Qué dirán los hijos y los hijos de los hijos a quienes queremos tanto! Me sentí triste, abatido, casi traicionado. No pensé nunca que me hicieras esa jugada.
Yo, viejo corazón que te amo tanto, creo que no volverás por las andadas. Un infarto es parte de tu oficio, un golpe más que das en tu vida. Sin embargo tú eres querendón y te gusta jugar con los nietos en alegría interminable. Cómo vas a morir amigo mío? Cómo vas a dejar de latir quitándome la vida. No pienses en eso. Todavía tenemos mucho verde por vivir. Yo creo, pícaro corazón que has querido probar mi fortaleza y reírte un poco de mi andar ya cansino por el paso de los años. Tú te sientes joven, ríes a carcajadas y, por ahí, todavía, haces un guiño travieso. ¡Ah bandido, juguetón y pinturero!; pero yo no me quedo atrás, ahí voy contigo.
Te propongo una cosa: caminemos juntos sin hacernos estas bromas, volvamos a ser los mismos niños de aquellos viejos años en que amorosamente nos abrazábamos del cuello de mamá, corramos tras de Milor, aquel perro chusco con el que solíamos jugar por lo cerros y por el que dábamos la vida. Vámonos al mar, a nuestro querido mar, a echarnos sobre la arena blanca en sueño inacabable. Vámonos a ver pasar los celajes deslumbrantes y cómo el Sol revienta en mil colores al final de la tarde. Vámonos, pues, corazón herido, a restañar las heridas. Vámonos pronto, estoy dolido.
Mira, hermano, entiende: nosotros, no podemos separarnos nunca porque, en realidad, nos queremos; porque no podemos vivir uno sin el otro. Tú has sido noble, solidario y buen compañero. Yo te recuerdo en mis noches de desterrado, bajo cielos distintos conteniendo mis lágrimas de dolor y de añoranza. Te recuerdo, también, angustiado cuando la magra paga que recibía en Buenos Aires apenas nos alcanzaba para comer. Sorteábamos el hambre y juntos, con alegría, salíamos del apuro. Te acuerdas viejo? ¡Cómo vas a olvidarlo! Aquellos años de nuestra niñez, adolescencia y juventud son inolvidables. Cómo, pues, me vas a dejar solo, tendido en una cama de hospital ahora que estoy envejecido y que tanto te necesito. No. No me dejarás, me prenderé fuerte de tu alma, te hablaré despacito al oído y te diré cuánto te quiero. ¡No me dejarás. No me dejes nunca ! Nosotros hemos vivido juntos muchos años bajo noches enlunadas cargadas de estrellas, hemos caminado por largas calles sin tiempo. ¡Hemos tenido hambre! Cómo vamos a separarnos. Cómo vas a dejarme sin recuerdos abandonado en el camino doloroso de la muerte.
Pero si a pesar de todo quieres irte, te pido, por favor, que no me dejes solo; no me dejes solo tendido en una cama de hospital. Llévame al primer golpe, no me hieras, no me causes dolor, no me abandones. Tómame de la mano y vayámonos juntos repletos de recuerdos, como dos hermanitos, por un monte solitario cargado de ceibos y algarrobos, tamarindos y limoneros, en donde solamente quepan tu alma y la mía.-
Marzo 1997