Revista Filosofía

Carta a un falso escéptico

Por Daniel Vicente Carrillo


Estimado,
El escepticismo que dices profesar no está reñido con la creencia. De hecho, la acompaña en muchos casos, pues conocidas son las palabras de Lessing:


Si Dios sostuviera en la mano derecha toda la verdad y en la izquierda el siempre activo deseo de la verdad, aunque éste encerrara la posibilidad de equivocarse, y me pidiera escoger, humildemente tomaría su mano izquierda diciéndole: ¡Padre, dámelo! Porque la pura verdad es sólo para ti.

La frontera que os habéis forjado tú y los de tu secta entre escépticos y creyentes es una ficción interesada para igualar religión y superchería. En nada os parecéis a los escépticos de antaño, y sólo os arrogáis su nombre para revestiros de una dignidad que os es de todo punto extraña.
El escepticismo filosófico consiste en señalar la equidistancia racional entre dos puntos de vista metafísicos opuestos ("Dissoi logoi"), como se ha venido haciendo desde Protágoras o Sexto Empírico hasta, por lo menos, las antinomias kantianas. Sólo en este supuesto en cualquiera de sus niveles, constituyendo el último el pirronismo o duda absoluta, serás con propiedad escéptico. Si, en cambio, quieres señalar la superfluidad o inconsistencia de las revelaciones positivas, serás DEÍSTA; si, además, niegas la plausibilidad de la noción de Dios y lo concibes como no existente, serás ATEO; si, en fin, crees que hay una racionalidad intrínseca a la naturaleza y no distinta de ella, serás PANTEÍSTA.
Exiges pruebas y las mereces. Pero yo también te exigiré pruebas a ti, salvo que sostengas lo que ninguno de los dos pone en duda. Pronunciarse sobre Dios no es hacerlo sobre esta o aquella ley de la física, o sobre tal o cual teoría antropológica: es pronunciarse sobre el todo. Y nadie puede hablar del TODO sin atisbo de vacilación o reserva a no ser que TODO lo sepa. Podemos esbozar posibilidades y probabilidades, podemos refutar dialécticamente lo que de por sí está mal fundamentado o mal desarrollado. Pero muchísimos casos límite se nos escapan, y el diablo está en los detalles. ¿Quién tiene respuestas inapelables en sede de temas como el origen del mundo, el comienzo y término de la vida, el funcionamiento de la inteligencia o los cimientos de la moral? Vuestras aproximaciones no son las únicas ni las mejores. No hay un solo modo de probar, ni tan sólo lógica o en geometría, tanto menos en filosofía o teología.
Todos tenemos una posición metafísica a defender, sea la eternidad del universo o su contingencia, sea la universalidad de las leyes causales o bien su carácter accidental o aparente. Formando parte de las llamadas cuestiones últimas, no consta por hoy evidencia empírica bastante para confirmar ninguno de estos extremos, y probablemente no la obtengamos jamás. Luego se requiere un cierto grado de voluntarismo, misticismo teórico o fe para formar una visión de conjunto que excluya o subordine a las demás. Es por ello que la negación de una conclusión totalizante supone casi siempre la afirmación de la contraria. Plutarco dejó escrito que el escéptico -el auténtico escéptico- molesta más a quien no cree que a quien cree, porque éste al menos es respetado en su creencia, contemplada como posible, mientras que aquél se ve refutado en su tajante desprecio de la misma.
Amigo, tú eres ateo en el mejor de los casos, y en el peor ni sabes lo que eres.

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