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Carta a un niño que nunca nació - Oriana Fallaci

Publicado el 13 marzo 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Carta a un niño que nunca nació - Oriana Fallaci

Oriana Fallaci (Florencia, 1929-2006), periodista intrépida y autora de una docena de obras, publicó en 1975 un libro breve que, por lo controvertido de su tema central, se ha convertido en un referente de la todavía escasa literatura sobre el aborto (aunque, como ella lo definió, "No es un libro sobre el aborto. Es un libro sobre el dolor y la vida"). En efecto, Carta a un niño que nunca nació -también conocido en castellano como Carta a un niño que no llegó a nacer- tuvo una acogida apabullante, vendió más de cuatro millones de ejemplares en todo el mundo y desde entonces no ha dejado de editarse. El texto tiene un trasfondo autobiográfico, pero Fallaci no lo plantea como un testimonio, sino que va más allá y concentra, en forma de meditación literaria, las inquietudes que cualquier mujer puede tener ante un embarazo, ante la decisión de ser madre o no serlo. El resultado es una reflexión lúcida, directa y libre de tópicos que sigue siendo vigente. La presente edición de Backlist contiene, además del texto definitivo, unos apéndices con fragmentos de críticas y entrevistas a la autora, útiles para comprender lo que quiso expresar y conocer el revuelo que ocasionó con su publicación.

La narradora de este libro no tiene nombre ni edad. Se sabe que es una mujer y que se ha quedado embarazada sin buscarlo de forma premeditada. Está soltera y es una profesional comprometida, con una gran proyección dentro de su sector. Poco más se sabe de ella. Esta despersonalización de la voz, por mucho que uno sienta la tentación de reconocer en ella a Fallaci, trata de dar cabida a cualquier mujer, con independencia de su edad y procedencia; no importa que sea joven o madura, de aquí o de allá, porque las preguntas que se hará, las vacilaciones, serán las mismas. El texto se construye como un discurso de esta mujer sin nombre, un discurso dirigido al bebé que espera (al que llama "niño", pese a no saber aún su sexo), en el que reflexiona sobre los contratiempos de la gestación y las dudas acerca de si seguir adelante o interrumpir el embarazo. También le habla del mundo al niño, le cuenta lo que encontrará si nace, los horrores que le esperan. Siempre perspicaz, siempre inteligente.

Estas particularidades hacen de Carta a un niño que nunca nació un libro de difícil clasificación: se mueve entre la literatura intimista, la autobiografía, la meditación existencial e incluso el discurso político por las ideas que reverberan entre sus páginas, inseparables de la profunda implicación de Fallaci con su profesión. Quizá lo único que se puede afirmar con seguridad es que se vertebra sobre la duda, sobre la elección de dar la vida o negarla. No es un panfleto, no pretende llegar a un veredicto, aunque plantea muchas preguntas por el camino. Tampoco se limita a relatar la evolución del embarazo de forma emotiva, si bien hay momentos para la ternura. No faltan los contenidos simbólicos que enriquecen la expresión de una idea (sobre todo, el juicio final). El texto es un vaivén, un vaivén bien planificado, que va del sí al no y del no al sí, que muestra el optimismo desbordante pero también los temores, la angustia y el dolor, físico y mental, que acarrea la decisión. Encarna, al mismo tiempo, la primera relación que una futura madre establece con su hijo no nacido: una relación de amor.

Estoy asustada, y también enfadada contigo. ¿Qué te crees que soy: un recipiente, un frasco donde se pone un objeto para custodiarlo? ¡Soy una mujer, diantre, una persona! No puedo destornillarme el cerebro y prohibirle que piense. No puedo anular mis sentimientos o impedirles que se manifiesten. No puedo ignorar un enojo, una alegría, un dolor. Tengo mis reacciones y experimento mis estupores y mis desalientos. ¡Aunque pudiese, no querría deshacerme de ellos para reducirme a la condición de un vegetal o de una máquina fisiológica que sólo sirve para procrear! ¡Qué exigente eres, niño! (89)

Es bien sabido que tener hijos implica renuncias en la libertad individual y la realización profesional, pero Fallaci pone de manifiesto que estas comienzan antes del nacimiento del bebé: durante los primeros meses de embarazo, la protagonista sufre problemas que la obligan a hacer reposo. Para ella, una mujer tan activa, indómita y entregada a su trabajo, no resulta fácil permanecer en la cama, dejando pasar las horas, cuando en su interior sabe que debería estar haciendo un viaje que sume puntos a su prometedora carrera. El embarazo no es, en absoluto, esa "dulce espera" que proclaman ciertos medios; el embarazo significa inseguridad, limitaciones y sacrificios. La duda, otra vez la duda. Por si fuera poco, los de su alrededor también opinan: por un lado, su jefe la amenaza con contratar a un hombre para cubrir su puesto si ella no está en condiciones de trabajar, la insta a abortar, a no echar a perder su carrera; por otro lado, en los momentos en los que se plantea no tener al niño, un médico la juzga ("Me llamó asesina. Encerrado en su bata blanca, ya no médico sino juez, tronó que yo falto a mis deberes más fundamentales de madre, de mujer y de ciudadana." p. 96). El debate sobre el aborto es otra cuestión fundamental, que culmina en el juicio final, una escena en la que se representan todos posicionamientos habituales en torno al tema.

Yo no creo en la familia. La familia es una mentira construida por quien organizó este mundo para poder controlar mejor a la gente y explotar mejor la obediencia a las normas y a las leyendas. Uno se rebela más fácilmente si está solo, y se resigna mejor si vive en compañía de otros. La familia no es más que el portavoz de un sistema que no puede permitirte desobedecer, y su santidad no es tal. (58)

La protagonista tiene unas ideas poco comunes (al menos para la época) en relación con la familia: piensa tener a su bebé sola, como madre soltera, y no cuenta con el padre. Se entiende entre líneas que mantuvo una relación con este hombre, pero ella quiere conservar su independencia ante todo, no quiere atarse a él ni a nadie. Es, hay que insistir en ello, una mujer terca y autosuficiente, que rechaza cualquier sentimentalismo y se muestra crítica con la institución de la familia y el modo en el que deviene una herramienta de control social. Esta rebeldía, no obstante, en la práctica acrecienta sus limitaciones, porque, si el niño llegara a nacer, solo dependería de ella, sería ella la única que debería renunciar, y lo que ella no quiere es renunciar a su vida, aunque tampoco se la niega al niño -incluso se deja llevar por la ternura cuando siente la primera patadita, cuando piensa que está creciendo-. El padre de la criatura, con todo, decide involucrarse y en cierto momento entra en escena (la premonición de las flores). La perspectiva de la mujer en torno a él también evoluciona a lo largo del .

La protagonista, por otra parte, reflexiona sobre el sexo del bebé, sobre lo que conllevaría que fuera hombre o mujer, con lo que se adentra en el asunto de la igualdad ("La igualdad, hijo, sólo existe donde tú estás ahora, lo mismo que la libertad. En el huevo somos todos iguales", p. 70). En este punto sería fácil caer en el lugar común de señalar a las mujeres como víctimas, pero Fallaci, que fue de todo menos una víctima, no se contenta con ello y en cierta ocasión llega a desear una niña para que esta tenga la oportunidad de batirse, de hacer frente al patriarcado; nacer para ser una mujer fuerte. Algunos lectores han interpretado sus palabras como un rechazo hacia los hombres; sin embargo, nada más lejos de la realidad: por mucho que en determinados pasajes se indigne (y con razón) ante el patriarcado, su mensaje no es de odio hacia los hombres, sino una defensa de la igualdad entre hombres y mujeres, puesto que entiende a ambos como seres inteligentes. Solo reclama que la facultad de concebir no debería utilizarse, en ningún caso, para generar desigualdad. Además, en una de las entrevistas adjuntas señala que a los hombres también se les atribuyen cualidades (valentía, fuerza, etc.) que les generan otra forma de presión social ("No odio a los hombres. Los amo con ira y piedad porque, al igual que yo, son víctimas de ciertos eslóganes", p. 161).

Niño, estoy tratando de explicarte que ser un hombre no significa tener una cola delante; significa ser una persona. Y a mí, ante todo, me interesa que tú seas una persona. La palabra persona es una palabra estupenda porque no pone límites a un hombre o a una mujer, no traza fronteras entre quien tiene cola y quien no la tiene. Por otra parte, la frontera que separa a quien tiene cola de quien no la tiene ¡es tan sutil...! En la práctica, se reduce a la capacidad de madurar o no una criatura en el vientre. El corazón y el cerebro no tienen sexo, y tampoco la conducta. Si eres una persona de corazón y cerebro, ten presente que yo, desde luego, no estaré entre quienes te animen a que te comportes de un modo u otro en cuanto varón o mujer. Te pediré tan sólo que explotes bien el milagro de haber nacido, y que no cedas nunca a la cobardía, que es una bestia que está siempre al acecho. (26)

Una mujer embarazada no es una ñoña que se acaricia la barriga y compra trapitos para el bebé mientras mira fotografías de niños sonrientes. No: también tiene la mente fresca, ágil, lúcida. Fallaci se desliga de la emotividad para construir un discurso politizado, en el que le presenta el mundo al bebé que espera, un bebé que aún no conoce este mundo, que todavía es virgen de todos los dolores, peligros e injusticias que la vida lleva atados. La protagonista se erige en mediadora entre el mundo y el niño, por eso le cuenta, de forma directa o a través de tres singulares fábulas, las desigualdades de la sociedad, los agravios y los abusos sobre los más débiles. En su debate interno sobre tenerlo o no tenerlo, sugiere que renunciar a la maternidad sería una forma de protección, porque libraría al niño de un inevitable sufrimiento ("Sólo quien ha llorado mucho puede apreciar los aspectos bellos de la vida y reír a gusto. Llorar es fácil; reír, difícil. Aprenderás rápidamente esta verdad. Tu encuentro con el mundo será un llanto desesperado", p. 54). Fallaci asume, con una enorme lucidez, que una madre no puede garantizar la seguridad del niño ni su felicidad, que nacer lleva implícito el dolor.

Un día, tú y yo tendremos que discutir un poco acerca de este asunto llamado amor. Porque, honradamente, todavía no he comprendido de qué se trata. Tengo la sospecha de que consiste en un gigantesco embrollo inventado para que la gente se quede tranquilita y se distraiga. De amor hablan los curas, los carteles publicitarios, los literatos, los políticos y los que hacen el amor, y en nombre de ese mismo amor hieren, traicionan y matan el alma y el cuerpo. Yo odio esa palabra que aparece por todas partes y en todos los idiomas. [...] Trato de no usarla nunca, de no preguntarme siquiera si aquello que perturba mi mente y mi corazón es aquello que llaman amor. Pienso en ti en términos de vida. (29-30)

En su discurso llama la atención su crítica implacable de la idea del amor. La autora es plenamente consciente de cómo el argumento del amor se ha utilizado, en los medios de comunicación y en la cultura popular, como una herramienta para canalizar los deseos de la gente y así domar sus inquietudes. ¿Qué es la felicidad? Encontrar el amor. Y si eres correspondido pero no te sientes satisfecho, es por tu culpa, algo haces mal. ¿El embarazo duele, duelen las renuncias? No importa, el amor al bebé todo lo puede. Si te quejas, serás una madre egoísta, que piensa antes en sí misma que en su hijo. Se podrían poner muchos más ejemplos, pero el mensaje está claro: una invitación a la rebeldía, a no conformarse con los dictados de la sociedad y cultivar un espíritu crítico que sirva de coraza a todas estas superficialidades. Ese es su mayor deseo para el niño, que no sea un cobarde, que no caiga en la trampa del sentimentalismo. Ni en la de la biología, porque considera el reloj biológico y la llamada de la sangre otra invención cultural ("La voz de la sangre no existe; es un invento. Madre no es la que te lleva en el vientre, sino la que te cría. O el que te cría.", p. 91).
Carta a un niño que nunca nació condensa, en definitiva, todo aquello sobre lo que una mujer embarazada inteligente medita a lo largo del proceso. La gran duda: tenerlo o no tenerlo. Las implicaciones del sí: dejar de ser dueña de una misma, traer al mundo a una criatura condenada a padecer. Las implicaciones del no: renunciar a ser madre, ser juzgada socialmente. No da respuestas; en su lugar, plantea las preguntas y defiende que ninguna decisión debería ser condenable. Su tono en ocasiones destila rabia, indignación; en otros pasajes, en cambio, resulta más sosegado, cariñoso hacia el niño, aunque nunca pierde la fuerza arrolladora de su personalidad. Quizá por eso, por estar escrito por Fallaci, una autora que dejó su huella en todo lo que escribió -una huella que denota una profunda perspicacia-, este texto sigue resultando actual y, por muy odiosa que parezca esta palabra, "necesario", porque el pensamiento crítico (y perdón por el lugar común) sigue haciendo mucha falta para vivir sin dejarse manipular.


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