Estimado Sr. Raposo:
Entiendo que recibirá con recelo la carta de un humano… Sé que no está acostumbrado a leer misivas de los míos; que lo único que obtiene de los hombres a menudo es el más absoluto de los desprecios, el plomo de sus escopetas, o en el mejor de los casos, la burla en forma de insulto denigrante para las hembras de nuestra especie...
El motivo de mi carta no es otro que el de expresarle mi preocupación por su integridad. Usted ya sabe de que va esto… Lo que quizá no sepa, amigo mío, es que esta próxima madrugada, mucho antes de despuntar el alba, sus andanzas nocturnas se verán interrumpidas por el estallido de los petardos, el ruido de los silbatos y la algarabía de un grupo de hombres. No se asuste, no son mala gente. Sólo huya, márchese de allí lo antes posible y aléjese todo lo que pueda.
Los malos son otros, querido zorro. Los reconocerá por sus ropas color caqui y su calzado. Intentarán pasar desapercibidos. No se engañe, van armados… ¡Y vienen a por usted, a por su familia! Matarán a todos los que encuentren a su paso. ¡No espere a ser alcanzado por el fuego!
Quiero que sepa, hermano zorro, que yo le defenderé. Que yo no soy como los demás... Quiero agradecerle el cumplimiento de su desinteresada labor como eficaz controlador de roedores, como el mejor de los jardineros del bosque, como eslabón único e irremplazable en la maravillosa cadena de la vida. Pero por encima de todo, estimado señor Raposo, quiero pedirle disculpas por todo el dolor y el sufrimiento que hemos causado a los de su especie...
Esperando que consiga escapar ―una vez más― de los cazadores, espero su pronta contestación.
Atentamente,
Manuel Sobrino Senra, "El Naturalista Cojo"