Querida madre:
Espero que al recibo de esta carta se encuentre usted perfectamente, la Fermina, el niño y yo, quedamos bien a Dios gracias.
Mucho me alegró recibir la suya y las noticias que en ella me da de los parientes y amigos del pueblo. Bueno, de la muerte del Eufrasio no me alegro, no se vaya a creer. Pero sí de que por fin puedan arreglar el campanario con el dinero del cepillo. Parece mentira que en apenas treinta años se haya podido juntar las quince mil pesetas necesarias para el arreglo. Aunque teniendo en cuenta que ese presupuesto lo hizo el Matías, que en paz descanse, habrá que hablar con el hijo para ver si mantiene los precios, pues a lo mejor con el euro los materiales han subido un poco.
Madre, la verdad es que no me esperaba de usted esa desconfianza que me muestra en su carta después de haber visto la foto del niño. ¿Para qué quiere que me haga la prueba de paternidad? No me insulte madre. ¡Por supuesto que no es mío! Ese niño está sin terminar y usted sabe que yo nunca dejo las cosas a medias. Seguro que es del “tarao” del quinto derecha, que es medio tonto, pero sin el medio. Que si la mujer no le pone el dinero en la cartera sale a la calle sin un duro. Me da que mi Fermina le hizo un favor un día porque le dio pena y no tomaron las debidas precauciones. ¡Si es qué es tonto! Usted no enseñe mucho la foto y así se evita preguntas, que la gente es muy mala y le gusta meter baza en todo. Si no le queda más remedio que enseñarla y alguien le pregunta, haga como yo, silbe y disimule, que quien quita la ocasión quita el peligro. A mí no me parece que eso sea tan importante. Al fin y al cabo uno no es de donde nace, sino de donde pace, y el “jodío” niño pace en mi casa y además, como una lima sorda. Se pasa todo el día comiendo, durmiendo y cagando. Así que a todos los efectos, como si fuera mío. Además, que si se pone uno muy puntilloso con esas cosas, luego pasa lo que pasa. Que si hay que lavar el honor con sangre. Que si un hombre que se viste por los pies no puede tolerar eso. Y al final, me voy a tener que liar a mamporros con el medio lelo del quinto derecha y la cosa puede terminar mal. Ahí en el pueblo no pasa nada, porque el Nicasio el cabo de la guardia civil es del plan antiguo, pero aquí en la capital le das un sopapo a uno y te pone una denuncia que se pasa veinte años comiendo a tu costa, él y su abogado, y bueno está que le dé de comer al niño, que al fin y al cabo no importa de quien sea la criatura y tiene hambre, pero a dos hombres hechos y derechos ya me parece abusar.
En cuanto a que mi Fermina es una buscona: de verdad que no madre. Ella no busca nada. Lo que pasa es que tiene un corazón muy grande y no sabe decir que no. Y yo ¿qué quiere que le diga? me gusta que sea tan bien dispuesta. Se le nota que es de pueblo, porque por aquí son todas más ariscas… en cuanto les tiras un pellizco a la nalga te sueltan un guantazo en lugar de agradecerte el cumplido. Mi Fermina no es así, mi Fermina lo agradece y le devuelve al pellizcador su mejor sonrisa, y una cosa lleva a otra cosa y pasa lo que pasa. Pero ella, buscar, no busca nada. Y ya le digo, madre, que a mí no me molesta. Por las noches, cuando tengo ganas de guerra pues la verdad es que es un poco raro. ¿Cómo se lo explicaría yo? Es como cuando uno llega en invierno a un baño público y se sienta y lo encuentra calentito, si no se para a pensar en quien se pudo sentar antes, hasta resulta agradable ¿a qué sí? Pues eso madre, que yo no pregunto donde aprende las cosas que aprende, pero las disfruto.
Bueno madre, que no la entretengo más que la conozco, se pone a leer y leer y se olvida de darle de comer a los animales. Ya le contaré más cosas en la próxima, que aquí en la capital se pone uno a contar y no para de las cosas que pasan. La verdad es que son más raros que un perro verde.
Quedo a la espera de sus prontas noticias y reciba un beso de la Fermina, del niño no, que aun no sabe y de este su hijo que lo es,
El Gervasio