Amelia Luzardo
Pensé por varias horas en escribir estas líneas, ante la persecución a la idea y al pensamiento, las circunstancias muchas veces impiden que expresemos lo que sentimos, posiblemente porque hay temores de ser señalados como traidores, porque ese ha sido el adjetivo que encontró el gobierno de Maduro para quien asome o manifieste la crítica.
Ahora bien, hoy no le escribo a Maduro, hoy me dirijo a quien compartió con el pueblo estos últimos años de revolución, al hombre que despertó el entusiasmo de los militantes, al camarada comprometido con las luchas del pueblo y con el que recorrí en distintas marchas mi Estado, al compatriota que desburocratizo su cargo de primer vicepresidente del PSUV y se lanzó a las calles a abrazar al pueblo que Chávez abrazo, con el pueblo que Chávez lloro y el pueblo en el que Chávez confió, con el que lucho y batallo hasta consagrar todas sus victorias.
¿Por qué le escribo a Diosdado? Porque es mi deber decirle, lo que muchos militantes sentimos, después de ver su conducta pasiva, neutral, fría e indiferente, ante la situación que padece el país, en algún momento, fuiste nuestra referencia en la crítica a la burocracia, a la corrupción, al amiguismo, a la decadencia, a la ineficiencia del Gobierno actual, por algunos años, sentimos en ti, el carisma y el temple de Chávez, muchos pensamos y nos creímos el cuento de que “Rondon” iba a pelear, por eso, sin dudarlo, te acompañamos, vestido de militante, también de militar, con boina, con una sonrisa siempre, porque sabíamos que contigo rectificaríamos y retomaríamos el camino del Comandante Chávez.
Pero no fue así, como te imaginamos, como te soñamos, como estrechamos miles de veces tus manos, seguimos paso a paso los recorridos que le hiciste a cada pueblo, a cada ciudad, y creímos en ti, sin dudarlo. Incluso en medio de la violencia fascista, tuviste el valor de recorrer el país. Confieso, que te vimos y te vivimos hecho candidato. Sin embargo, cargamos en ti la esperanza de un líder chavista que se asustó y se acobardo al final de la batalla.
¿Qué le paso a Diosdado? ¿Dónde está Rondón? Quizá abismado o escondido, quizá envilecido o humillado; donde está el Diosdado que defendería el legado de Chávez. ¿Dónde estás?, donde esta la voz que esperábamos escuchar en este momento, porque tanto temor al debate dentro del PSUV y dirigir políticamente una transformación revolucionaria de nuestro partido.
Porque te prestas para hacer del congreso socialista del PSUV como instancia máxima y estructura orgánica, un apéndice más del Gobierno ¿por qué someter a los delegados a solo aplaudir? porque no crear un debate de la situación actual que vivimos los venezolanos, ¿por qué no considerar revisar el Plan de la Patria? y preguntarle al Presidente y Ministros ¿Qué hemos cumplido? ¿Por qué no asumir con gallardía que el Gobierno de Maduro es un fracaso? Y repensar y reconstruir una izquierda verdadera, con el proyecto del Comandante Chávez al frente, y de nuevo convocar a la patria y convencernos que aun equivocándonos somos el camino correcto.
Estimado Diosdado, el viernes mientras los delegados hacían la cola para entrar al poliedro, había niños de la calle pidiendo sus refrigerios para poder comer. Y quien se preocupó o se ocupó de esa situación. Nadie. Porque ya ni los niños de la calle nos inquieta la humanidad. Ahora los revolucionarios nos preocupamos más por el pendón, el ensayo, el aplauso, la televisión, el show, el twitter, mientras nuestros niños nos esperan afuera de un acto presidencial, por un pedazo de pan.
Al Rondón que no peleo, al capitán que quedo para recibir órdenes, al hombre que defraudo nuestra esencia como militante, al líder que se convirtió en solo un presentador de un programa de Televisión con fines caricaturescos, al dirigente que no levanto la voz por temor a perder su “statu quo”, al militante que decidió defender los privilegios del Gobierno y no los intereses de su pueblo, a ese hombre le escribo desde mi corazón, desde mi alma y le digo: solo las circunstancias difíciles paren los grandes líderes y en política se arriesga, porque aun perdiendo, se gana en dignidad.
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