En uno de mis posts de Wodpress, mi amiga Lucía escribe:
“1. Lucía M. abril 28, 2013 at 9:31 pm Editar ¿Por qué hasta los insultos están cargados de ideología?. O mejor, ¿nos damos cuenta de que cada vez que insultamos a un hombre, directa o indirectamente insultamos a una mujer? Supongo que sí, pero no tenemos otras palabras ofensivas, de forma que utilizamos las “rudimentarias” y conocidas. Son hábitos que nadie está dispuesto a cuestionar y que emponzoñan la vida de los hombres, algo así viene a decir Sloterdijk sobre las costumbres. Deberíamos de ser mas creativos con el léxico ofensivo.”.
Mi querida amiga Lucía: Discrepamos, que es de lo más sano intelectualmente.
Dices que casi siempre en los insultos proferidos contra los hombres va implícito uno contra la mujer. Puede ser en otros casos, no, en el mío.
Cuando he tratado de establecer la genealogía de la hiioputez de Rajoy he tenido especial cuidado en situar a salvo la honestidad de su madre, poniendo incluso en juego la de mi madre y la de mi mujer. Y no por otra cosa sino porque creo firmemente que un tío puede ser el más perfecto de los hijoputas sin culpa alguna de su santa madre.
Pero es que hay algo más absolutamente decisivo en el asunto, en ningún momento he pretendido insultar a Rajoy, sólo he pretendido interpretarlo, definirlo. Aborrezco, detesto, insultar a la gente, creo que el que insulta es un incapaz, que, al no poder, defender sus ideas de otra manera recurre, a algo tan inhumano, tan descalificante respecto a sí mismo, como el insulto, que es, además, una clara muestra de falta de imaginación.
Tengo por ahí escritos un par de posts relativos al asunto, uno de ellos creo recordar se titulaba "teoría general del insulto" y en él mostraba toda la repugnancia que me inspira aquel que utiliza el insulto como sistema de confrontación dialéctica.
Y niego también la mayor. Si me hubieras leído desde siempre y no tan recientemente como lo has hecho, sabrías que abomino del lenguaje porque lo considero esencialmente anfibológico, no por otra cosa sino porque está concebido sobre todo para engañar. Le he dedicado un par de post al tema, basándome en el libro que sobre la mentira escribió ese maravilloso filósofo que fue Castilla del Pino.
Consciente de ello, hago todo lo posible por ser creativo en el uso de la palabra, tanto que creo que me excedo en ello, pero me da igual, hago siempre todo lo que puedo para ser más convincente y ni siquiera recurrí al insulto cuando en el chat de Saco se utilizaba éste ́única y exclusivamente para rebatirme, tan consciente de ello soy que sabiendo la connotación peyorativa de la expresión, he estado a punto de renunciar a ella, tal como digo al principio del post, pero no lo he hecho porque creo sinceramente que ello hubiera empobrecido decisivamente mi intento de la mayor y mejor comunicación.
En la medida de mis fuerzas y conocimientos actuales no encontraba yo una mejor definición de la actitud actual de Rajoy que la de calificarlo de hijo de puta, haciendo como hice una suficiente defensa, por otro lado absolutamente debida, de la total e indudable honestidad de su madre comparándola con la de mi madre y la de mi mujer, porque un hijo de puta, además de bastardo es un resentido integral, alguien que se considera ofendido no sólo por la suerte sino también, y esencialmente, por la jodida vida y que, por ello, se considera autorizado para cometer todo tipo de tropelías contra los demás sin desdeñar el latrocinio y el asesinato.
Si bien te fijas, observarás que en la genealogía de Rajoy, que forzosamente por requerimientos de tiempo y espacio no podía ser tan prolija como debiera, sólo he hablado de su padre, el magistrado que dirigió el juicio sobre aquel formidable escándalo del aceite de Redondela, al que, por cierto, se unieron una serie de muertes extrañas, después de su perído de reflexión sociopolítica que se concretó, seguramente porque no daba para más, en sus 2 celebérrimos articulos propugnando la desigualdad esencial de todos los hombres, y, por último, haciendo especial referencia a su actuación en una de las tragedias marítimas más graves de la historia que él sintetizó y resolvió diciendo que aquello sólo era como unos hilillos de plastilina.
Esto, repito, sólo es un estudio genealógico del personaje, que posteriormente culmina su actuación sumiendo a este desdichado país en la peor de las crisis de su historia y que, además, tiene el santo valor no sólo de no reconocerlo sino de afirmar que está haciendo todo lo que se debe hacer mientras la gente se muere avergonada en las puertas de los dispensarios de Cáritas, se cuelga por el cuello o se tira por la ventana, y, cuando un loco periodista se atreve a decir que lo aprobado en el último consejo de ministros si no es un acto de la peor y más clara de las demencias es la hijoputez más grande de la historia, el tío va y en plan chulo se arranca y dice a través de su presidenta que no le molesten más con eso de que la cifra de parados sube y baja porque va a seguir subiendo hasta el final de la legislatura.
Es por esto, mi querida amiga, por lo que yo, buscando desesperadamente, no he hallado un calificativo mejor para describir este conducta que la que he utilizado y que, por lo tanto, no es calificativa sino eminentemente interpretativa y descriptiva.
Te juro por mis muertos que no he tenido, no tengo y creo que nunca tendré la menor intención de insultar a Rajo ni a ninguno de sus secuaces porque yo no pertenezco a su estirpe, a esa especie de jauría hambrienta de dolor y de sangre que cuando se aprueba llevar el horror de la guerra a Irak irrumpe en la más clamorosa de las ovaciones y que cuando se pone de manifiesto el inmenso cúmulo de sufrimiento que con sus polìticas están infligiendo a la población española, la hijda de Fabrae, el pretor que el César imperator gallego mantiene a sangre y fuego en Castellón dice lo que todos ellos sienten de verdad: “que se jodan, coño, que se jodan”.
Como verá, Andrea Fabra, también es partidaria, como yo, de utilizar el idioma con el mayor vigor posible.
Y ahora, si me lo permites, voy a hacer algo que muy pocas veces he hecho: presumir de mi feminismo. Y lo he hecho tan poco porque no me gusta a hacerl.
Suelo decir que soy el tío más de izquierdas que conozco, también soy el más feminista que he hallado en mi deambular por este río que nos lleva. Toda la felicidad de mi vida siempre se ha debido a una mujer. Mi madre, mi tía y mi esposa han hecho siempre todo lo posible para que yo fuera feliz. No lo han logrado porque ser feliz en esta puñetera vida es realmente imposible, pero lo han intentado con todas sus fuerzas. Tal vez alguien diga que yo lo que soy es un jodido interesado, y, a lo peor, es verdad, pero yo siempre que puedo tengo cerca de mí a una mujer porque lo que he hallado siempre en ellas nunca lo he encontrado ni en el mejor de los amigos.
Un beso,