En mi primera experiencia laboral, pude disfrutar de un jefe ciertamente especial. Él le regaló a su esposa un cocker spaniel dorado, pero tal y como transcurrieron posteriormente los hechos, el animal pasó a ser más mascota de él que de ella. La posesión de este animal influyó bastante en ciertos hábitos de su dueño, hasta tal punto que incluso, le hizo variar su horario de trabajo.
Tenía que pasear al perrito por la mañana y por la noche, con lo cual su hora de llegada al despacho también cambió. Esto, por mencionar uno de los más notorios, que no relevantes, alteraciones de su cotidianeidad.
De modo que, un día, más satisfecho de su mascota que otros días, sentenció “hay dos clases de hombres: los que tienen perro y los que no”. Y bueno, supongo que en muchas cosas en relación a este tema, tenía razón.
Cumplía escrupulosamente con su cuidado físico (del perro quiero decir), sus visitas médicas y su alimentación (del perro también). Lo llevaba sujeto a una correa de pura piel con anclajes bañados en plata, y una chapita de plata con su nombre y teléfono (nombre del perro y teléfono del dueño, se entiende) con forma de hueso (la chapita, no el dueño). En fin, que en su momento este perrito cayó en mejor casa que los hijos de Sara Montiel.
Mi jefe, que era un hombre extremadamente pulcro, limpio y escrupuloso para todas sus cosas, irritantemente exhaustivo y detallista en el trabajo, le costaba un poquito más el protocolo público del perro.
Es decir, recoger los excrementos, llevarlo convenientemente sujeto, regañarle ante comportamientos agresivos, impedir las muestras de cariño gratuitas a desconocidos… y todos estos recuerdos (de hace unos 25 años) me han venido a la cabeza después de casi esparcirme en mi totalidad por la vía pública, gracias a los reflejos dificultados por mis tacones y desatados por un inesperado resto orgánico animal que acababa de depositar un precioso perro sin raza aparente unos segundos antes de mi paso.
El perro se detuvo, se desahogó, y continuó trotando como si tal cosa. Es lo natural, digo yo. Pero es que lo hizo mientras era esperado con gesto complaciente por su dueño, que con sus manos entrelazadas a la espalda lo miraba sonriente, y que renaudó el paso al tiempo del perro, dejando su rastro cual Garbancito del cuento.
No voy a entrar a discernir la educación social, urbanidad y comportamiento adecuado en sociedad de los humanos, porque a la vista está que no todos los cerebros están capacitados para asimilar los mensajes, instrucciones, ruegos, y ordenanzas que le son facilitados para mejorar la convivencia ciudadana.
Así que me voy a dirigir a vosotros, los perros, que a través de los siglos habéis demostrado vuestro respeto a las normas que os son enseñadas, vuestra sensibilidad respecto a las necesidades ajenas, vuestra paciencia y capacidad de retención de líquidos y sólidos, vuestro buen carácter y sobre todo, sobre todo, vuestra esmerada y ávida actitud positiva hacia el aprendizaje:
Ten en cuenta, querido perro, que cualquier cosa mal que hagas, y cualquier perjuicio que causes en la vía pública, será responsabilidad de tu amo, de modo que debes intentar no complicarle la vida, pues puede ser denunciado, multado, y lo que es peor, si tu amo se enfada más de la cuenta y no quiere reparar el daño, la policía te retendrá a ti (sí, ya sé que es injusto y deberían retenerle a él y llevarte a ti casa, pero recuerda que la polícia son humanos y recuerda lo que he dicho antes de los cerebros humanos…) te llevará a la perrera, y estarás allí hasta que tu amo pague y/o recapacite.
No te sueltes de la correa. Si a tu amo se le olvida ponértela, intenta hacerte entender y si no se entera, no te separes de su lado. Si además eres un perro con buena facha, pinta macho-can, metrosexual o de esos que tienenla mala fama de tener mala leche, no puedes salir a la calle sin bozal, y si a tu amo se le olvida ponértelo, haz el favor de no meterte en líos y contener tu mal genio si te ves envuelto en una reyerta o similar, sea con otros canes, otros animales u otros humanos, especialmente y sobre todo, si los humanos son cachorros.
Cuando lleves a tu amo de paseo, recuérdale que tiene que proveerse de unas bolsitas (vale cualquiera) para recoger tus excrementos y depositarlos, convenientemente cerrados en dicha bolsita, en una papelera, contenedor, o elemento especial para ello. Ya sé que lo recogerías tú mismo si tuvieras dedos.
Si tu amo te lleva a pasear por lugares en los que no hay pipicanes (luego te explico lo que es), y el pobre no se ha acordado de llevarse la bolsita, y tú no puedes más, tus opciones son limitadas pero existen:
1- Nunca en la zona de paso de peatones, sea acera o calzada, parterres, jardines, ni zonas de juegos infantiles.
2- Utiliza los imbornales (son esas rejillas que hay en el suelo, normalmente junto a los bordillos de las aceras, y que pertenecen a la red de alcantarillado).
3- Como siguiente opción y si tampoco hay imbornales, hazlo en la calzada pegadito al bordillo (ya sabes, la parte trasera de tu cuerpo hacia la carretera, no hacia la acera) o si los hay, en los alcorques de los árboles (siempre y cuando no tengan enrejado, porque si no se quedará flotando…).
Un pipican es el nombre por el que se conoce el lugar acotado y señalizado que especialmente se destina en la ciudad para atender tus necesidades fisiológicas. Los distinguirás porque llevan un perrito dibujado en un cartel, están delimitados y seguramente habrá un poste en el que haya un expendedor de bolsitas. Si lo ves, aprovecha, porque no son numerosos y casi ningún humano los distingue.
No te acerques a cachorros humanos y no quieras jugar con ellos sin permiso de sus padres aunque los indicados cachorros te inciten. La comunicación a dos vías es compleja, porque tú los entiendes a ellos pero ellos no te entienden a ti.
Cuidado con los humanos que se apoyen en palos (los llamanos bastones o cayados), porque si se te enredan en tu correa o tropiezan contigo se pueden causar daños físicos complicados y te echarán la culpa exclusivamente a ti. Bueno, es posible que encuentres algún humano que diga algo parecido a “qué le voy a decir al pobre animal, si la culpa es de usted que es su dueño”, pero eso no será habitual.
No chupes, lamas ni babees a nadie que no sea tu dueño. Aunque a él le parezca gracioso, te aseguro que al otro humano no le va a dar ningún gusto.
Si tu amo se empeña en que entres en un establecimiento donde tienes prohibido pasar, haz lo posible porque no lo consiga, a riesgo de romperte la tráquea a estirones. Tal vez tengas suerte y desista, dejándote atadito a la entrada. Le harás un favor, y no le meterás en un posible lío. Si a pesar de todo consigue hacerte entrar, procura pasar desapercibido, pégate a su pierna y respira lo justo hasta que salgas.
Y por supuesto, mientras esperas a que salga, simula ser una estatua, no respondas a provocaciones y no ladres para que tu amo se de prisa. Es inútil, hará lo que le de la gana y luego te regañará.
Todo el mundo sabe que los amos acaban pareciéndose a su dueño. Esta es una gran responsabilidad para ti y es la razón por la que debes ser educado, guardar las formas y ser cortés, intentando ser simpático pero correcto, generoso pero no invasivo, y por supuesto limpio y que no se note por dónde pasas. Que si se te tiene que parecer, que por ti no quede.
Y por favor, si tu dueño se cree el encantador de perros, no le dejes mal cuando intenta demostrarlo. Te dejará antes en paz y nos ahorrarás a todos un rato raro.
Estas normas valen para ti y para toda tu familia, todos tus amigos y en general, toda la especie perruna, por lo que te ruego que le des la máxima difusión. Pero no utilices el método de llamada aullido nocturno de tus congéneres en 101 Dálmatas, porque habrá quejas de todo el vecindario y puede que de toda la ciudad. Utiliza el morro a morro durante tus paseos diarios.
Y por favor transmite al grupo VIP que otro día les daré unas instrucciones concretas para ellos, atendiendo a las especiales características de sus dueños, esos que no poseen todos sus sentidos, y concretamente, el de la vista.
Un ¡guau! muy cariñoso para ti.