Recuerdo como si fuera ayer tu nacimiento. Fue rápido. En una plaza llena de personas de diferentes países de Europa. Había un árbol de Navidad encendido. El campanario de la iglesia marcando las horas. Conocidos, pocos, a mi alrededor. Digo que fue rápido porque enseguida dio paso a una celebración y tú dejaste de tener protagonismo en ese momento. ¡Pero hay que ver cómo me la has tenido guardada! En los días y meses posteriores te has hecho notar en todo tu esplendor. Y ahora me tienes con papel y bolígrafo poniendo cada mes por escrito y los acontecimientos que en ellos he vivido. Es la única forma que tengo de recordarte como te mereces. Incluso de valorarte, porque los días van pasando y uno se olvida de que todo eso cuenta, va haciendo caja como quien dice. Y al final formas parte de mi historia, no lo puedo evitar pese a quien le pese, incluso a mí. ¡Pero te quiero en ella!
Hay una media de dos de esos acontecimientos por mes. ¿Tanto me diste? Echando la mirada atrás en estos casos, me sorprendo gratamente de lo fértil que fuiste. Doce meses de continuos frutos. Cómo hay cabida para tantas cosas en tan pocos días... Sí, trescientos sesenta y cinco se quedan cortos para ciertas vivencias, para continuar por un camino, para saborear los cambios, para asentarse en la vida. Deberías pedir un aumento, 2016. Supongo que no hay más tiempo sino el que me das, y es un regalo por tu parte. ¡Así lo he recibido! Justamente el poner por escrito todo lo que me has propuesto vivir me ha echo darme cuenta de que no te pedí nada de aquéllo. Y tú vas y te desbordas. ¿Quién te envía? Dime, muero de curiosidad.
Comenzamos juntos en una fría noche de diciembre y madrugada de enero. Ya con un sobresalto. Ahí no me di cuenta, pero ahora que veo cómo ha sido tu desenlace, me percato de que aquéllo fue una pista de cómo ibas a ser, de qué estarías lleno, de cómo tendría que vivirte. Ese sobresalto estuvo marcado por el olvido de mí para acordarme de un tú. De dejar que otros también formen parte de la historia. De salir de mí e ir en busca de ayuda. De ver que todos llegamos a un punto, y sobrepasado éste, explotamos. El soporte es frágil, ¡qué otra cosa podía pasar! Siento, 2016, que no me diera cuenta de aquel primer aviso. Desperté tarde, ¡pero desperté! Y justo a tiempo para despedirte como Dios manda. Con una sonrisa de oreja a oreja. Una sonrisa de satisfacción. Una sonrisa complaciente. Una sonrisa de agradecimiento. Una sonrisa que expresa que todavía hay esperanza. Corrijo, que hay esperanza.
Repasando esta lista ahora mismo, veo que no he anotado ningún acontecimiento negro. Esos que mires por donde lo mires no encuentras ningún atisbo de luz. Haberlo, hubo. ¿Entonces? Estoy preocupada. Se supone que una lista está llena tanto de cosas a favor como en contra. De pros y contras. De ventajas y desventajas. De luces y sombras. De bien y mal. De verdad y mentira. Esta lista no es como todas las demás. O tomo todo como un regalo o nada tiene sentido en esta vida. O veo cada acontecimiento con buenos ojos o me quedo ciega de por vida. O acojo o muero lentamente (aunque ésto es cierto; cada día estamos un poco más cerca de nuestra muerte). O vivo o me desvivo erróneamente. Mi lista está llena de vivencias que conviven entre los extremos de soledad y compañía, de dolor y alegría, de silencio y alboroto, de amor y desamor, de cansancio y de descanso, de cambios y de estabilidad, de lágrimas y sonrisas, de responsabilidades e irresponsabilidades, de muerte y vida, de sombra y luz. Y así es la vida. Unas veces se gana y otras se aprende.
Si tuviera que describirte o, más bien, decir qué has hecho tú en mí durante estos trescientos sesenta y cinco días, sería utilizando como ejemplo gráfico a la verdura cebolla. Acontecimiento tras acontecimiento ha sido una nueva oportunidad de quitar una capa. Capa tras capa para llegar a un conocimiento más profundo. Conocerme. ¡Y pica tanto como la cebolla! ¿A quién le gusta verse realmente como es capa tras otra? Sólo acompañada de otras verduras, el gusto de la cebolla se hace más fino, más amable al paladar. Pues así, también, ese propio conocimiento se torna amable acompañado del conocimiento de otros. Cuando, acontecimiento tras acontecimiento, se conversa con otro, se comparte con otros, se aprende de otros, se escucha a otros. Cuando los otros se convierten en un espejo en donde mirarse y poder conocerse sin miedo. al fin y al cabo estamos hechos de la misma pasta. Y cuando antes nos percatemos de ello, mejor. Las comparaciones son odiosas y, además, no llevan a puerto seguro. Más bien alejan de éste.
Querido 2016, gracias. Se queda pequeña esta palabra, pero sé bien que la recibes y te llenas de gratitud hasta los topes. Se queda corta para ser respuesta a todo lo que me has permitido vivir. Se queda pobre para acoger tanto acontecimiento de golpe. Pero, gracias. No sería justa contigo ni agradecida, ni humilde, ni sincera si no te lo dijera. Y, aunque en algún acontecimiento te lo hubiera dicho, sé que ahora es cuando ese gracias cobra sentido y es más verdadero. Junto con todo lo que he anotado en el papel no puedo evitar garabatear esta palabra con una sonrisa picarona dibujada en mi cara. ¡Quién te ha visto y quién te ve!
Querido 2016, perdón. Se queda pequeña esta palabra, pero sé que eres misericordioso y que aceptas mi perdón sin condiciones. Se queda corta para ser disculpa a todo lo que no he sabido vivir bien de todo lo que me permitías vivir. Se queda pobre para acoger tanto dolor provocado de golpe. Pero, perdón. No sería humana si no te lo dijera. Y, aunque en muchas ocasiones me arrepintiera y te pidiera perdón, en otras tantas no lo hice y con éste quiero envolverlas a todas. Junto con todo lo que he escrito en la lista no puedo dejar de dibujar dos líneas en forma de cruz con lágrimas en los ojos. ¡Quién soy yo!
Querido 2016, ayúdame más. Se quedan pequeñas estas dos palabras, pero sé que estás para los demás y acoges mi llamada. Se quedan cortas para las veces que te presentaste delante de mí dispuesto a ayudarme. Se queda pobre para acoger tanto amor desinteresado hacia mi persona. Pero, ayúdame más. No sería persona si no te lo dijera. Y, aunque en algunos de aquellos acontecimientos extendiera la mano y te pidiera ayuda, en todos o en la mayoría de aquéllos se escondía mi orgullo y por esto, quiero que este ayúdame más se haga eco de todos ellos. Junto con todo lo que he dejado plasmado en el papel no puedo olvidar escribir el nombre del protagonista y artífice de que tú, querido 2016, seas una realidad en mi historia personal. Y lo escribo con una mezcla de sonrisa en la boca y lágrimas en los ojos. ¡Dios, ayúdame más!