Querido, queridísimo amor mío:
Mi corazón ha vuelto a ser de nuevo joven. Es un milagro, y te lo debo a ti. Cuando cada tarde, en la Residencia, caminas a mi lado, veo luces doradas que alegran mis ojos y una brisa fresca como en tarde de verano, alivia mi cuerpo cansado. Coges mi mano entre las tuyas e imagino un viaje hacia un lugar sin límites, a pesar de que el jardín que rodea el edificio es tan mínimo que cuenta nuestros pasos e inevitablemente nos vemos obligados a cambiar de dirección una y otra vez. Cuando te miro, descubro en ti la perfección de un hombre bueno. Nunca dejas de sonreír y tu alegría llena mi alma de promesas posibles, rosas para un otoño de años compartidos, con que borrar la soledad del alma. Juan, querido mío, ¿Cómo agradecerte cada uno de tus detalles? ¿Por qué el amor a nuestra edad es menos egoísta? Quizá el sabernos cerca de la muerte nos vuelve mejores y capaces de recobrar la inocencia que fuimos perdiendo a jirones de corazón. Cada minuto a tu lado, es un tiempo robado a la desesperanza y a la sensación de sentirme inútil y aparcada en un lugar, lejos de los que amé y a cuyos ojos, cargada de años y de achaques, ya no soy más que un estorbo, un mueble que se arrincona en un desván hasta que llegue el olvido que acalle la conciencia. Por ti, amor mío, he recuperado las ganas de mirar la vida con tus mismos ojos llenos de ilusión. Eres mi amor de invierno, firme, sereno, cálido. Gracias por quererme tanto, por devolver a mis setenta años las ganas de vivir y de soñar amaneceres nuevos para poder mirarte y llenarme de tu presencia. Eres el faro que ilumina mis noches y las hace más tibias porque sé que al despertar, de nuevo, mis sueños a tu lado se verán cumplidos. ¿Sabes, Juan?, contigo han regresado los momentos dulces de la niñez, la fuerza de la juventud y los proyectos en común, porque me has devuelto la fé con la bondad de tu corazón y sabes cambiar la tristeza en alegría, los momentos de dolor en calma y coges mi mano con fuerza para los días que aún nos aguardan. Tienen tus manos calor de primavera, suavidad de terciopelo. Cierro los ojos cuando acaricias mi rostro o mis cabellos...me siento tan plena en esos momentos que nada deseo más que prolongarlos hasta la eternidad, siempre a tu lado. Juan en la vida, casi como cuentas de rosario, desatamos los nudos que el día a día nos señala. Cumplí mi ciclo de amor y nunca imagine que, rosal viejo, volvería a correr en mi la nueva savia. Y sin embargo ha sucedido. Gracias Juan por tu cariño. Gracias por darme tanto, sin pedir nada a cambio.
Tuya siempre: María
SENTIR DE LA PALABRA
Sección para "Curiosón" de Carmen Arroyo.