Revista Comunicación

Carta de amor a una página y a una mujer misteriosa…

Publicado el 05 marzo 2014 por Jbarea3

Carta de amor a una página y a una mujer misteriosa…

Querida página,

Hacía ya un tiempo curioso que no estábamos en contacto, y te extrañaba, vieja amiga. Tengo tantas novedades que contarte, endiablada, que no sabría ni por donde comenzar a escribir. Sólo te digo que cuesta imaginarse una vida triste pero de ensueño.

En toda mi ausencia, me dio tiempo a ver mundo y a través de las personas. Pude olvidarme de cuentos y narraciones fantásticas que llenaban mis horas y mis días. Tuve la ocasión de sentarme y soltar el bolígrafo y el papel, para pararme a reflexionar, ¿sabes?. No te puedes hacer a la idea de cuanto te he extrañado. ¿Qué precio más desagradable para el saber, que la falta de musas que te inciten a hundirte en peleas contra sombras, y duelos con espadas, dagas y bombas? ¿Qué mejor recompensa que conocer la historia de una dama que espera a rescatar a un joven perdido?

Pero te digo que no todo han sido aventuras, canciones e historias. También… También estuvo ella…

“Y bien, dime, ¿qué haces aquí?” —preguntó, curiosa e inclinándose ante mi lectura— . “¿Es un libro?” La miré de reojo; era una completa extraña, aunque me cogió por sorpresa con su pregunta un tanto absurda. “¿Perdona?” —le dije desconcertado y mirándole a los ojos, tratando de ganar tiempo para pensar una respuesta inteligente. “Que si es un libro” —volvió a preguntar entre risas. Opté por jugar la misma carta. “Puede; dímelo tú”. Ella, sin cambiar el tono risueño e infantil de su cara, empezó a dar pasos hacia atrás sin quitarme un ojo de encima. Cuando hubo una distancia considerable entre ella y yo, se giró y echó a caminar dando pasos muy amplios, con las manos entrelazadas tras su cintura. 

Pareció que iba a volver, pero bastaron unos segundos para que yo cerrara mi libro y una sonrisa apareciera en mis labios, entusiasta y curiosa a la vez. Interesante la atracción que puede ejercer un cuerpo femenino sobre un hombre acompañada de un reír. Primero iba a paso lento, pero al ver que conforme iba pasando el tiempo no le daba caza, aceleré. 

Un cruce. Otro. Demasiada gente paseando para mi gusto. No la encontraba con la vista, excepto en raras ocasiones cuando la intuía doblar una esquina. Me vi obligado a pararme en seco; estaba caminando en círculos. Miré a todos lados, algo poseso, esperando que ese juego llevara a un final, y no a una incógnita. No aparecía nadie, por lo que no me quedó más que echar la cabeza abajo y comenzar a caminar sobre mis pasos… o eso parecía ser, pues me equivocaba. 

Lo que ves, querida amiga. Ha habido un poco de todo en mi vida pasada. No me atrevería decir que haya sido tan emocionante como la tuya, pero no está nada mal. Te pido disculpas, ya sabes como soy: constantemente hablando de mí pero sin hacer ni una sola pregunta. Aunque la verdad es que te pienso a cada rato que puedo. Los momentos pasan tan rápido a diario…

Alguien me había tapado los ojos con unas manos delicadas aunque frías. Lo primero que intenté hacer fue librarme de mi agresor, pero percibí un aire a canela que simplemente me hizo parar y relajarme. “Cierra los ojos, fuerte” —oí a mi vera. Un susurro. Lo hice, obediente. Comencé a oler con la nariz, buscando otro rostro, que vino al momento, posándose ligeramente sobre el mío. Cerré aún más fuerte los párpados y aspiré fuerte para absorber todo lo posible de aquel extraño y complejo momento. Escuché pasos de nuevo, mientras ella se apartaba de mí, lentamente. Los pasos rehuían de mí. A pesar de ello, no abrí los ojos por temor a que todo se desvaneciese. A tientas, intenté encontrar su figura con las manos, pero todo lo que encontré fue el resto de olor a canela. 

Me decidí a mirar de nuevo, ya que dudaba que volviera a aparecer. ¿Qué iba a hacer yo en medio de la calle más que volver? Algo me decía que si no la veía en aquel instante, no volvería a aparecer más en mi vida. Fui atrás echando la vista sobre mi hombro, esperando que mi creencia fuera incierta. Me senté al final de mi vuelta en el mismo banco del que había partido. Miré el reloj. 

Fue eso lo que duró mi romance casual: veinte minutos. Acabé cuerdo al final del todo, aunque algo melancólico en cada ocasión que levantaba la vista del libro. Pero, al fin y al cabo, amiga mía, ¿no son todos los amores igual?


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