Sweig relata siempre de la manera más simple, a la vez que punzante, aquello que hiere. No son historias felices, debería llevar el código de contraindicaciones para los sensibles. Pero su prosa te embarga y emociona, y lloras sin poder evitar estar ahí, dentro del relato. He vuelto a releerlo tras recibir la sorpresa de Sigrid. No se trata de la misma historia, pero sí de la sorpresa. Sí de ser yo en este caso quien no esperaba, quien ha estado a la sombra mientras ella tejía para mí. Como la desconocida vivía la vida del escritor, mientras él ni la pensaba. Sigrid tejió para mí los Northern Socks, así porque sí. Porque quiso, porque le apeteció sorprenderme, alegrarme, porque quería arrancar mi sonrisa y ya. ¿Nos conocemos? No, no nos hemos visto nunca, somos conocidas online. Tejedoras que comparten su día a día lanero, más el resto de vida que viene detrás. Y ella, aun así, quiso fascinarme y que flotara. Floté. Me conocéis. Me recordó cuando Sonia el año pasado tejió para mí, también porque sí. Este año, casi en las mismas fechas, se repite la recepción de los calcetines más bonitos jamás tejidos. Ahora tengo los dos pares más hermosos, perdonadme tejedoras. Y con ellos vuelvo a creer en lo bonito del online. En que hay gente al otro lado del espejo que emplea su tiempo en sorprender, que teje para alegrar la vida a los demás, que crea lazos para siempre. Lazos con hilos de lana de Zaragoza a Lleida. 
Enfundados en mis pies son calcetines perfectos. Un fair islealucinante que dejaría a cualquiera con la boca abierta. Milimétricos, cariñosos. Llenos de una dicha que consiguió hacer magia un día gris, como siempre consiguen las sorpresas. Las postales, ¡de las mejores! Recordé también las Dos letters de Atxaga, donde Old Martin recibe los dos sobres desde su Euskadi natal. Sorpresas en forma de carta que, digan lo que digan, nos hacen levantar una ceja, asombrarnos y disfrutar de la ventura que nos visita. Asombrada, feliz y afortunada por el regalo de Sigrid. La llegada de sus calcetines ha hecho que relea dos de mis libros, y eso ya es meritorio para mí. Ahora, consejo aquí de la esperadora de sorpresas, tened siempre las rosas blancas en el jarrón. Sorprended gratamente, y dejaros sorprender, disfrutando siempre de quién os brinda la sonrisa. Cuidándole, no dejéis que se convierta en invisible. “… algo le atravesó el alma y pensó en aquella mujer invisible, etérea y apasionada como el recuerdo de una lejana melodía.”
