He leído tu texto de hoy, 14 de enero, sobre los niños en el franquismo: los golpeados, los maltratados (entre otros sitios, en los colegios), los muertos, los secuestrados y entregados a otras familias consideradas mejores, católicas, claro. Es terrible, como todo lo que ocurría bajo aquella sórdida y católica dictadura, y sigue siendo terrible que las cosas se vayan sabiendo al cabo de los años, poco a poco, con detalles aún más sórdidos.
Parece como si la crueldad de aquel régimen fuera infinita, inacabable y no se detuviera ante ningún colectivo humano: ya no bastaba con haber provocado una guerra y provocar la muerte de miles de combatientes, de los represaliados en la llamada zona nacional, ni el bombardeo de la población civil, la represión posterior extensa, sistemática y concienzuda para ejecutar y castigar no sólo a los inermes enemigos de la guerra, ya rendidos, a sus mujeres, a sus familias, a los niños; todo lo que fuera preciso para extirpar las ideas -el gen rojo, del que hablaba aquel nazi que era Vallejo Nájera-, para borrar los recuerdos, para intentar silenciar las barbaridades que hicieron falta para someter a todo un país y poderlo expoliar y evangelizar.
La propaganda, la censura y el terror sobre la población facilitaron aquella labor de ocultación, con lo cual las generaciones posteriores, la nuestra, creció en la ignorancia de todo aquello y habiendo perdido los lazos políticos, ideológicos y culturales con la etapa anterior. Sufrimos una gigantesca mutilación, pero con el pacto de silencio con que se tejió la transición, las generaciones posteriores sufrieron otra.
El otro día leí, ya no recuerdo a quién ni en dónde, a uno de estos que se alarman por las gestiones que realizan los que pretenden encontrar y enterrar a sus familiares asesinados durante la guerra o en la postguerra; decía que eso ya lo habían tratado los historiadores hace años y que no tenía sentido insistir en ello, salvo por otros intereses poco nobles (revanchismo, postfranquismo sobrevenido, lo llamaba).
Los historiadores, en primer lugar los ingleses y bien pronto y bastantes españoles, no han dejado de trabajar sobre la II República y la guerra civil, pero como se está viendo aún queda mucho por investigar, pues siguen saliendo cosas de mucho bulto (los muertos abultan mucho; los desaparecidos reaparecidos molestan), pero lo más importante es que ese discurso crítico sobre el franquismo todavía no ha calado entre la mayor parte de la población, entre otras cosas porque sigue habiendo el intento de una parte importante de la clase política (jurídica, administrativa) y de la Iglesia en que esa parte tan fea del pasado no se conozca. Es normal; no es para sentirse orgulloso de ella y mucha gente sigue viendo la emergencia de ese pasado como una amenaza a su actual situación.
Estos parones en la transmisión de hechos, de valores, de ideas, de situaciones explican en parte las carencias políticas y culturales -y más: civiles- de este país, que en setenta años se ha visto privado en dos largas ocasiones de conocer a fondo su pasado más inmediato. Y qué suerte han tenido los canallas que por dos veces lo han conseguido.
J.M.Roca