Tras la sublevación y golpe de estado del coronel Casado y siguiendo sus instrucciones, el cuatro de abril de 1939 los mandos de la Base Naval de Cartagena, comandados por el coronel Gerardo Armentia Palacios, comandante jefe del Parque de Artillería de la Base Naval, se adhieren a la rebelión contra el Gobierno de Juan Negrín, contra la República. Tres días más tarde, la 206 Brigada Mixta, a las órdenes de Artemio Precioso, recuperó para la República la Base Naval y los cuarteles de Cartagena. Al referirse a estos hechos, la sublevación de los mandos navales de Cartagena, los historiadores y cronistas lo hacen como “La sublevación de Cartagena”, yo mismo lo he hecho el alguna ocasión, expresión que induce al error de pensar que el pueblo cartagenero participó o apoyó la sublevación. No fue así, ni mucho menos.
En “La Escuadra la mandan los Cabos”, obra de Manuel D.Benavides, editada en México en 1944 y prohibida en España hasta 1976, se dedica el último capítulo a los sucesos de Cartagena de abril del 39, capitulo que por su extensión transcribiré extractado en varias entregas.
Así comienza:
Cartagena fue una de las ciudades cuya población obrera trabajó mejor para la guerra. En los últimos meses los mineros solo se alimentaban a base de ensalada de alfalfa, no obstante bajaban diariamente a las minas y trabajaban hasta la extenuación. Estaban agrupados en las dos centrales sindicales, UGT y CNT, ni recibieron elogios ni los pidieron. Semanalmente extraían entre 2.000 y 2.500 toneladas de pirita.
En la ciudad, la lucha sindical no hizo desmerecer la calidad y la cantidad del esfuerzo. La fábrica de cartuchería, -sacada de Toledo, llevada a Madrid primero y después a Cartagena- que, nueva, daba un rendimiento normal por jornada de ocho horas de 75.000 cartuchos, en manos de los obreros de Cartagena, que ignoraban las conspiraciones y las anécdotas del Ministerio de Marina, llegó a producir, trabajando dos jornadas y media, 210.000 cartuchos diarios.
La fábrica de dinamita, la única de las Zonas Centro-Sur-Levante que, en fabricación normal, solía entregar de 60 a 70 cajas, produjo hasta 400 cajas. Hubo semanas que se enviaron a Madrid 10 toneladas diarias.
La Constructora Naval reparó los barcos averiados y terminó los destructores que se hallaban en periodo de armamento el 19 de julio de 1936 – “Almirante Miranda”, “Gravina” y “Escaño”-, y en el transcurso de 1937, los tres últimos destructores del mismo grupo: “Ciscar”, “Jorge Juan” y “Ulloa”.
En el Arsenal se fabricaban proyectiles de acero de 10,2 con una producción diaria de 450 unidades.
Granada de mortero Valero
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Todo eso se hizo con material requisado, sin importar ni una tuerca. Las mujeres realizaron el 30% del esfuerzo.
Fue a esos obreros a quienes abandonó la Flota, a los hombres y mujeres de los talleres y de las fábricas y a los mineros, todos trabajando llenos de fe en la causa republicana. Ellos no supieron nunca de los complots de la Base.
La población obrera de Cartagena, se dirigía al tajo cuando se produjo la insurrección de los mandos y de los burócratas. El mundo de los trabajadores era un mundo aparte; el de los mineros que en julio del 36 se ofrecieron para bajar a la Sierra y reducir a los marinos sublevados; el de las Juventudes Socialistas Unificadas, que se incorporaron a las fuerzas de Ortiz para rendir el aeródromo de San Javier y marcharon luego sobre Hellín y Albacete; el de los auxiliares y marineros que se sometieron a sus jefes…..
¡Cartagena no se sublevó !
Benito Sacaluga