Esta semana los medios de comunicación han aireado dos correspondencias privadas: Las del agónico empresario Ruíz Mateos a Emilio Botín, y las del agónico Presidente Zapatero al Presidente del Consejo de la Unión Europea.
De la Nueva Rumasa yo no pienso decir nada más. Ahora es el turno de los disfraces de superman, de las manifestaciones de expoliados ante las Instituciones Públicas, y de los juicios paralelos en Sálvame Deluxe y La Noria.
Ya sé que lo de Zapatero tiene menos gracia, pero supongo que a alguno de los quince millones de españoles que todavía trabajan quizá les interese más conocer lo que su todavía Presidente opina de su todavía puesto de trabajo.
Les resumo lo dicho, entrecomillado y sin corrector ortográfico. Zapatero se muestra a favor de «prestar especial atención al mercado laboral, alineando salarios y productividad, e incrementando la empleabilidad y la formación de nuestra fuerza laboral».
Para empezar por el final. El término ‘empleabilidad’ no existe. No lo encontrarán ni en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, ni en el Panhispánico de Dudas.
Se trata de un neologismo que, de asentarse en la lengua, será consignado en su momento en los diccionarios. Pero, ya que lo menciona el visionario Presidente, lancemos un humilde dardo en honor del gran Lázaro Carreter.
El concepto ‘empleabilidad’ lo he encontrado en internet en el ‘Diccionario de neologismos en línea’, que lo define como ‘la capacidad de sintonizar con el mercado de trabajo, de poder cambiar de empleo sin dificultades o de encontrar un puesto de trabajo’.
Está claro que la ‘empleablidad’ no se relaciona con la capacidad de un determinado ente de generar empleo, sino con la cualidad del individuo de ser susceptible de conseguir un empleo, es decir, en el sentido de mostrar flexibilidad y disposición de adaptarse al mercado de trabajo.
Sin esta matización conceptual alguno entendimos, en una primera lectura, que Zapatero pretendía aumentar la oferta de trabajo. A estas alturas nadie le creería. Con la ayuda de los diccionarios las cosas vuelven por sí solas a su sitio.
Vamos ahora con la próspera productividad. Para empezar unifiquemos conceptos, no vaya a ser cometamos el mismo error dos veces en el mismo artículo: La productividad no es más que un cociente entre los ingresos de una empresa y las horas trabajadas. Dicho de otra forma, cuanto menor sea el tiempo que lleve obtener el resultado deseado, más productivo se es.
Pues bien, Zapatero, tras una vida defendiendo el alza persistente de los salarios y su alineación matemática con el IPC, en defensa de la clase obrera, ahora se nos vuelve arbitrista y creyente racional.
Lo malo es que, en España, las empresas ya han ajustado sus plantillas de manera radical y dramática, y nos quedan pocos nuevos trabajadores a los que despedir.
Nadie es capaz de señalar con exactitud el lugar del cerebro de Zapatero donde se generan sus grandes ideas, pero supongo que alguien en Europa le habrá explicado que el alza salarial ‘por decreto’, en función de un índice de precios, condena a una parte de los trabajadores al desempleo, y por eso la demanda de bienes y servicios de los nuevos desempleados cae hasta cero.
Neo-Zapatero pretende ahora referenciar los salarios a la productividad. Pero, ¿a qué productividad? ¿A la del conjunto de la economía, a la de Inditex, a la del Banco Santander, a la de Repsol, a la de las Administraciones Públicas Españolas?
Llegados a este punto, y admitiendo la buena nueva orientación académica del Presidente, yo me pregunto si no sería más eficaz para el mercado laboral que dejara en paz a las empresas y a sus trabajadores, y que les permitiera fijar a ellos mismos sus condiciones laborales, para no acabar emulando a los viejos países comunistas, donde la gente primero hacía como que trabajaba, y luego hacía como si les pagaran.