La publicidad no puede permanecer ausente del tiempo que le ha tocado vivir. Cada propuesta, destinada a vender un producto, parece esclava de las normas sociales de su época. Pero los tiempos no siempre fueron acordes con una moral equilibrada, y se dejaron impregnar por los prejuicios que por entonces pasaban por una normalidad establecida. Un claro ejemplo son los dos carteles que figuran arriba. En el de la derecha una niña rubia y bien ataviada le pregunta a otra de color, vestida con harapos y descalza, por qué su mama no la lava con jabón Fairy. En el de la izquierda, de 1890, aún le da una vuelta de tuerca más a un racismo poco disimulado y anuncia el Chlorinol, un producto blanqueante que ha dejado a uno de los tres niños negros más blanco, sin contar que sus compuestos químicos además son altamente tóxicos.
Parece algo muy atrevido que la cocaína se anuncie con aparente normalidad, lejos de la idea que se tiene hoy en día. Lo políticamente correcto parece cambiar según la conveniencia de los tiempos, en algunos casos, de la ingenuidad comercial de otras intenciones ajenas a la adicción de sustancias consideradas malignas o, simplemente, perjudiciales para la salud. En el cartel de la parte superior se anuncia gotas de cocaina para mitigar el dolor de muelas. Sus protagonistas no podrían parecer menos apropiados. Dos niños que juegan despreocupados, y que encuentran consuelo con un producto como la cocaína, muy apropiado para el dolor dental de la infancia. En los años de la posguerra se anunciaban perfumes elaborados con la flor de la cocaína, o por lo menos así rezaba en su publicidad. Ignoro si aquella fórmula era real, aunque los efectos que prometía parecen indicar algún poder de seducción desconocido, a pesar de alguna que otra indicación de que era un compuesto exento de cualquier tipo de droga. No siempre se recurría a algo tan rebuscado, en otras ocasiones era un producto más cercano, más propio, al que se le atribuían unas virtudes curativas entroncados más con el concepto popular que con ninguna certeza médica. Hoy en día nos sorprendería que se anunciara un anti-gripal como el coñac y menos aún que fuera un guardia de tráfico el que nos lo recomendara de forma imperiosa. Me lo imagino en un control de alcoholemia y dejando impunes a los borrachos conductores, siempre que tuvieran gripe, claro está. Enlazando también con los dos carteles anteriores encontraríamos otro perfume con un nombre peculiar lanzado en 1922. Orgía no parece una palabra excesiva para nuestra más cercana actualidad, pero para los años 20 quizás podría serlo. Según el diccionario significa "Festín en que se come y bebe inmoderadamente y se cometen otros excesos. Satisfacción viciosa de apetitos o pasiones desenfrenadas". Bueno, puede ser que no escandalizara tanto, al fin y al cabo eran los conocidos como locos años 20. Después vendría la gran depresión y refrenaría tanto júbilo. El machismo es algo que parece que se resiste a desaparecer, aunque hubo un tiempo en que campaba a sus anchas con una naturalidad como mínimo bochornosa. En la imagen superior tenemos dos ejemplos que, de no ser tan repugnantes, habría que tomárselos a risa. En uno de ellos se nos ofrece por un módico precio, 37 pesetas, la posibilidad de dominar a las mujeres, teniendo la tremenda generosidad y humanidad de no tener que usar el látigo. Como si en algunas otras publicaciones regalaran uno con la compra de cada ejemplar. El otro es un anuncio algo ambiguo o malintencionadamente confuso. Un tipo ataviado de boxeador parece emplear a su complacida esposa como un saco de entrenamiento, con la leyenda de "no importa lo que ha pasado. Él es un hombre y Vd. lo ama". No se si al pobre muchacho le han sacudido de lo lindo en el ring, o ha tenido alguna trifulca salida de tono con su parienta.
Naturalmente al hombre se le trata de potenciar. Debe alcanzar sin medida la capacidad de dominar a las mujeres. No sólo es suficiente con una lectura tan prometedora, además tiene que conseguir una fachada física envidiable. Y esa promesa formaba cuerpo en el curioso anuncio del "Vigorizador eléctrico" del Doctor McLaughlin o, lo que es lo mismo, corrientes continuas de electricidad de baja tensión que igual eran útiles para la impotencia que para el estreñimiento, aunque eso si, acompañadas de loor, honor y juegos florales. Para acompañar y estar a la altura del hombre eléctrico, se recomendaba a las mujeres que se tomaran las Pilules orientales para tener pechos exuberantes y tersos. Tan peculiar definición del artículo en cuestión no era más que unas píldoras fabricadas en París, un producto milagroso que prometía toda clase de bondades para obtener unos atributos femeninos generosos. Un mundo peculiar, sin duda, el de los anuncios publicitarios de aquellos años, que no reparaban en nada para obtener la venta deseada, incluso poner en manos de una niña un revólver para incrementar sus ventas. El cartel de la izquierda utiliza una infantil imagen con la consideración de que con semejante arma "la descarga accidental es imposible", e intenta tranquilizarnos con el slogan que la niña lleva escrito en su pijama "Papá dice que no nos hará daño", aunque ya no se si se refiere a que no le hará ningún daño el revólver en sí, o que su progenitor no tendrá un ataque de locura y se quitará de en medio a su familia. El anuncio corresponde a una campaña navideña, que parecía incitar a compaginar como regalos una muñeca parlante y un Magnum 44, el arma favorita de Harry el sucio. Aquí, en España, éramos más civilizados y nunca hemos sido tan apasionados de las armas de fuego. No obstante, no teníamos el menor inconveniente en anunciar juguetes y cuchillería en un mismo cartel anunciador. Si le preguntabas al dependiente dónde estaban los trenes eléctricos, éste te contestaba amablemente: "¡Allí, al lado de los cuchillos jamoneros y debajo de la estantería de las hachas de cocina... y tenga cuidado de no pincharse con algún tenedor trinchante, los que hay junto a las muñecas peponas!". Bromas aparte, es más que evidente que son dos negocios independientes y quizás hubiera convenido separar su respectiva publicidad.
Tiempos distintos, quizás en los que deberíamos de contextualizar semejante técnicas publicitarias en su entorno social. Es evidente que hoy en día todos ellos serían motivo de escándalo, pero incluso con todo lo aprendido y con nuestra pretendida condición de tolerancia universal, no es extraño que, de vez en cuando, se nos cuele algún anuncio inapropiado o polémico. Eso si, con alta definición y con procedimientos de impresión de última hora. Para terminar este pequeño desfile por el pasado, cuatro píldoras publicitarias más. Una jabón* siniestro que parece provocar terribles accidentes a los niños pequeños, una gomina que te hace un hombre de éxito como Mario Conde pero sin cárcel y una comparativa de relojes, mujeres y cristales que no merece más comentario.
ó
*Posdata: Para dar fe de mi conocimiento del inglés, decir que por un momento había confundido la palabra "soap" con "sopa", y me había imaginado a ese pequeño niño huyendo de un tazón de sopa especialmente cocinado para caníbales. Un error estúpido que aún hacía que el cartel fuera más siniestro.