Título original : Post office
Año de publicación : 1971
Presente edición : Editorial Anagrama, 1996
Traducción : Jorge Berlanga
Dicen que para algunos la inspiración aparece justamente en momentos trágicos; pareciera que el gran Bukowski vivió en un limbo inspirador. Aunque desde las primeras líneas de ésta, la primera novela de Charles Bukowski, derroche humor por doquier, percibo que Henry Chinaski –el alter ego del autor- también guarda un tipo de amarga neutralidad con relación a la vida que lleva. Por más recóndita que esté instalada, siempre él tiene la esperanza de que la situación mejore, y al no suceder eso, hace lo más difícil: vivirla tal y cual es, dejándose llevar, no escapando –ni intentando escapar- a su destino, y viviendo cada día como si fuese el último.
De la trajinada rutina que irá descubriendo en su nuevo empleo, pasando y aprovechando los furtivos polvos que encontrará en su agitado recorrido, y hasta ver la suerte llegar y de qué manera en el hipódromo, para luego regresar al punto de inicio; con sus altos y bajos, la vida de Hank es dura hasta en los momentos felices, pues siempre hay una decisión que tomar: si apostarle a tal o cual caballo, si llevarse a la cama o no a tal o cual mujer, eso sí, su vida no es nada aburrida, y Bukowski sabe plasmar y describir muy bien toda la cloaca en la que se movió y lo más importante, cómo se sintió, todo el desespero, el cansancio, el aguante, la resignación; la vida de un superviviente que no quiso encajarse ni por un ratito en lo que todos consideramos llevar una vida normal.
Los estadounidenses pueden jactarse de contar con escritores como Kerouac, Burroughs, Fante, Carver, Faulkner, Hemingway, O’Connor, Maxwell, Oates, Hempel, Auster, Palahniuk, DeLillo, Pynchon, Roth…, (de los cuales no he leído nada…, como diría Bukowski a través de Berlanga: ¡Por Cristo!), pero entre todos estos escritores, algunos malditos, otros en camino de serlo, particularmente resalto a Charles Bukowski, y no puedo dejar de lado a Jack London, que llevaron vidas inimaginablemente tan duras y que se dieron tiempo para vencer las adversidades, el cansancio y/o la resaca y escribir tan sinceramente como pudieron, sin siquiera sospechar que serían eternos.
PD: Haciendo el recuento de escritores norteamericanos que no he leído compruebo que la lista es grande, ojalá pueda aminorar mi ignorancia y enmendar en algo en un futuro cercano esa falta.
Empezó por una equivocación.
Estábamos en navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, y que lo hacía todos los años, que contrataban a cualquiera que se presentase, así que fui y lo siguiente que supe fue que tenía una saca de cuero a mis espaldas y que me dedicaba a pasear a mis anchas. Vaya un trabajo, pensé. ¡Tirado! Sólo te daban una manzana o dos y si te las arreglabas para terminar, el cartero regular te asignaba otra manzana para repartir el correo, o también podías volver y el jefe te mandaba a otra parte, pero lo mejor que podías hacer era tomarte tu tiempo y meter relajadamente las tarjetas de navidad en los buzones.
Creo que fue en mi segundo día como auxiliar de navidad cuando esta mujerona salió y se puso a andar a mi lado mientras yo repartía las cartas. Cuando digo mujerona me refiero a que tenía un culazo y unas tetazas y en general era grande en todos los lugares adecuados. Parecía estar un poco chiflada, pero me ponía a mirar su cuerpo y no me importaba demasiado.
Hablaba y hablaba y hablaba. Entonces salió la cosa.
Su marido trabajaba en una isla lejana y se sentía sola, ya sabes, y vivía en aquella casita de allá atrás, toda para ella.
- ¿Qué casita?- pregunté.
Ella escribió la dirección en un pedazo de papel.
- Yo también estoy solo –dije-, me pasaré esta noche y charlaremos.
Yo estaba liado con una tipa, pero ella a veces desaparecía durante unos días y yo realmente me sentía solo. Solo y deseoso de aquel culo que tenía a mi lado.
- De acuerdo –dijo ella-, te veré esta noche.
Estuvo bien, tenía un buen polvo, pero como todos los buenos polvos, al cabo de la tercera o cuarta noche empecé a perder interés y no volví.
Pero no podía dejar de pensar: “Caramba, todo lo que hacen estos carteros es dejar unas cuantas cartas en el buzón y echar polvos. Este es un trabajo para mí, oh sí.., sí.., sí..”
Páginas 9 y 10
Quienes hemos leído algo de Bukowski sabemos que en cuanto a música clásica Chinaski -al igual que Bukowski- tenía predilección por Gustav Mahler -escuchándolos por las mañanas, mientras desayunaba unas cervezas-, sin embargo esta Tercera Sinfonía -la Heroica- de Beethoven sale a colación en la conversa de Chinaski con Janko (páginas 124 y 125).