"Todos los padres lo saben: hay hijos a los que se quiere con total facilidad y otros que exigen un esfuerzo.
Hay hijos luminosos como Juliet Mayfield. Inocentes, sin sombras, felices.
Y hay hijos difíciles como Cressida. Sumergidos en la tinta de la ironía como si estuvieran en el interior de un vientre.
Los hijos felices y brillantes agradecen el amor que se les da. Los oscuros y retorcidos tienen que poner ese amor a prueba."
Joyce Carol Oates es una escritora estadounidense (Nueva York, 1938) que ha cultivado todos los géneros literarios: novela (“Qué fue de los Mulvaney”, “Blonde”, “La hija del sepulturero”, “Hermana mía, mi amor”, “Ave del paraíso”, “Carthage”, “Rey de picas”); relatos (“Infiel”, “La hembra de nuestra especie”, “Mágico, sombrío, impenetrable”); ensayo (“Del boxeo”); autobiografía (“Memorias de una viuda”); poesía (“Women In Love and Other Poems”, “Tenderness”); y teatro (“The Perfectionist and Other Plays”).
Su obra es extensísima. Ha sido galardonada con numerosos premios, entre ellos el National Book Award, el PEN/Malamud Award y el Prix Femina Étranger. Desde 1978 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, y desde hace unos años es una permanente candidata al Premio Nobel de Literatura.
Gatopardo ediciones ha publicado sus libros de relatos “Dame tu corazón” (2017) y “Desmembrado” (2018), así como “Persecución” (2020), su novela más reciente.
Mi resumen sin spoiler, de qué va la novela
Estamos ante un auténtico dramón, el que se cierne sobre la familia Mayfield cuando la hermana menor desaparece, se esfuma. La tarde del sábado 9 de julio, Cressida (19 años) salió de su casa en Cartaghe (Nueva York) para pasar la velada con una amiga, pero nunca regresó. Con su mejor amiga sí que estuvo, incluso algunos testigos la vieron por última vez esa medianoche en el aparcamiento de un local de copas en el lago Wolf’s Head, en compañía del excombatiente en la guerra de Irak, Brett kinkaid, su futuro cuñado y novio de su hermana Juliet, la mayor, la hija guapa de Zeno y Arlette.
De hecho, él fue la última persona que la vio con vida, Brett, un auténtico héroe que había regresado del frente totalmente destrozado por dentro y por fuera. Por fuera, un inválido con tan solo veintiséis años, la cara deformada y en silla de ruedas, pero un inválido que a pesar de todo se iba a casar con Juliet, porque ella le aceptaba así, ella le quería de cualquier manera.
Lente intraocular para su destrozado ojo izquierdo. Implante de titanio para mantener unido el cráneo roto. La piel o pieles de la cara cosidas y un picor infernal como de hormigas urticantes, pero no te podías rascar las puntadas porque podías deshacerlas y las pieles se soltarían y sangrarían y se infectarían. Cables muy tensos en la parte inferior del cuerpo (intestinos, ingles) y un catéter introducido en su verga, floja como de goma, para drenar la orina venenosa.
Lo peor no son los cambios corporales externos, los que se ven, los más dañinos son los cambios internos, esos que no se ven pero que están dentro, las heridas en el alma, en la mente, en el corazón, unido a su dificultad en el habla, las pérdidas de memoria y los problemas para percibir la realidad, eso es lo peor que se trajo consigo de Irak.
La mayor parte del tiempo Brett Kincaid no hablaba. No hablaba en voz alta. Aunque, como truenos incesantes, los pensamientos le estallaran dentro de la cabeza. El cabo los podía controlar como podredumbre interior, pero sin dejarlos salir, porque entonces se desprendía un hedor real que llamaba la atención. Desde la explosión dentro de su cabeza tenía tendencia a ver cosas que no estaban allí y a oír cosas que tampoco estaban allí.
El cabo fue encontrado a las ocho de la mañana del día siguiente a la desaparición, dentro de su vehículo en un estado de semiestupor alcohólico, mal aparcado en un camino sin asfaltar a la entrada de la Reserva Forestal Nautauga, con arañazos en la cara y manchas de sangre en el asiento delantero de su todoterreno que algunas resultaron ser de Cressida. Huellas, sangre, cabellos, demasiadas pruebas incriminándole, demasiadas pistas señalándole como para seguir negando lo obvio, lo a todas luces innegable. ¡Culpable!
Y a pesar de que sus declaraciones siempre fueron incoherentes y contradictorias, y no se consiguió hallar el cuerpo de la víctima por mucho que la expedición de voluntarios se esforzara sin descanso durante esas primeras horas, esos intensos primeros días, tan cargados de esperanza para sus seres queridos, a pesar de todo ello, el cabo fue condenado y encarcelado, porque al fin y al cabo un mea culpa es un mea culpa. La familia ya tenía por fin a su chivo expiatorio, ya podía dormir tranquila.
Pero no, la familia nunca podrá dormir tranquila, porque de todos es sabido que cuando una tragedia de estas características asola un entorno familiar, todos los miembros quedan tocados, nadie se salva, los lazos se empiezan a romper entre aquellos que deciden seguir adelante y los que se niegan a rehacer su vida. Porque las distintas formas de afrontar las cosas pueden acabar disolviendo los vínculos, como si la persona común desaparecida en sus vidas hubiese sido lo único que las había mantenido unidas y ancladas en la cordura.
Después de una muerte en el seno de una familia, se producía un reajuste sísmico entre los supervivientes. Rotas las antiguas conexiones, han de establecerse otras nuevas, pero ¿cómo? El miembro ausente permanece al mismo tiempo ausente y tentadora, burlonamente presente.
Y ya . . ., no os digo más, no puedo decir más. Tendréis que leerlo vosotr@s para averiguar que pasa con la hija lista desaparecida, Cressida, y con sus padres, Zeno y Arlette, con su hermana mayor, Juliet, la guapa y su prometido el cabo Kinkaid. Tendréis que leerla para saber si permanecen todos unidos ante la adversidad, o no, y para ser testigos del destrozo que puede causar un sufrimiento y una desgracia familiar de tal calibre.
Ha ocurrido, sí, algo que es poco frecuente en mí, que repita con un autor o autora en dos lecturas seguidas (de hecho, creo que no lo había hecho nunca, ni siquiera con mi querido Murakami). Pero ya sabéis que yo me muevo mucho por impulsos, por mis ansias lectoras y si encima me lo ponen a huevo . . . Os cuento que recién acabada “Persecución”, con el todavía dulce regusto en la boca de la prosa de mi nueva conocida Joyce Carol Oates, va alguien (ese alguien es mi querida cantinera Norah Bennett, que me conoce ya un poquito en esto de las preferencias lectoras) y me dice textualmente: “sin duda alguna y por tus gustos te recomiendo Carthage, es un mazazo, dura donde las haya”. Entenderéis que, ante eso, no podía hacerme la sorda, darme media vuelta y hacer como si nada, mis ansias lectoras ya se habían despertado sin remedio. Así que me pongo manos a la obra, la busco por las estanterías de la biblioteca, la encuentro y la hojeo solo por pura curiosidad como quien no quiere la cosa, la meto en el bolso, me la llevo a casa y ya es un sin parar de leer hasta terminar en pocos días las casi seiscientas páginas que tiene.
Ha vuelto a ocurrir, sí, de nuevo me he visto atrapada, casi sin pretenderlo en las letras de esta para mí maestra de las palabras y no quiero salir, no quiero escapar de este drama familiar, de este drama que me es ajeno, pero que poco a poco me va engullendo como si me fuera propio. En él me sumerjo encantada de la vida, porque esta mujer escribe que da gusto, es una delicia leerla, dejarte arrullar por su prosa, incluso aunque la trama sea tan dura y te golpee como “un mazazo”. Y es que tras esta segunda novela de la autora que leo, quedo convencida de que con ella, más que lo que nos cuente, importa el cómo, las palabras y las frases que elije para contárnoslo.
Pero lo mejor de todo es que lo que nos cuenta también importa y mucho, porque los temas que trata te sacuden, te sorprenden y cuando crees que ya te ha sorprendido lo suficiente, te sorprendes más aún. Y encima, los personajes que concibe esta mujer no son simples, ninguno que pase sin pena ni gloria. Son de los buenos, psicológicamente complejos, aunque reales, difíciles de entender porque no se entienden ni ellos mismos.
Así es Cressida, la protagonista de esta historia, complicada como la que más y cuya intrincada forma de ser iremos conociendo a raíz de su desaparición, a medida que avanzamos en la historia. La pequeña de los Mayfield no se quiere a sí misma y cree que nadie en el mundo la quiere, fue una adolescente solitaria e incomprendida. Todos los que la conocen se han preguntado en alguna ocasión ¿será autista, será Asperger? ¿tendrá un Trastorno Límite de la personalidad?La intención de sus padres era buena, por supuesto. Sus padres hacían alarde de quererla. Cressida, sin embargo, sabía la verdad: su amor por ella no era más que piedad, como el amor por un niño tullido, o enfermo de leucemia.
Cressida, la egoísta y amargada, la insolente y cruel, la fea pero inteligente Cressida, la inadaptada, la a veces inaguantable hija menor por sarcástica y mordaz. La que parece indiferente a todo, pero que realmente no lo es.
Mi hermana es moralmente deficiente. No es una persona normal. Siempre ha sido especial, una artista. Los demás, que no somos especiales ni artistas, estábamos obligados a excusarla, a adaptarnos a sus necesidades, a perdonarla siempre cuando era descortés y mezquina. Su actitud sarcástica, su costumbre de interrumpir a los demás —en particular a su hermana mayor—, ¿creían de verdad que eran cualidades encantadoras? La mezquindad con que trataba a sus pocas amigas, la manera desdeñosa con que hablaba de compañeras de clase «populares» y de muchos de sus profesores.
La que no puede evitar sentir celos de su hermana mayor, la guapa, la que tiene novio, la que se va casar y es feliz, porque ella es incapaz de alegrarse por la felicidad de los demás, tan solo la envidia.
Además de estar siempre muerta de envidia, de celos y de rencor hacia su hermana, tan guapa y tan popular, a la que todos adoraban, y a quien ella misma también adoraba.
Y el cabo Kinkaid, otro personaje que tela marinera. . ., totalmente traumatizado por los efectos de la guerra, por tener que haber hecho y visto cosas moralmente inaceptables que también iremos conociendo en el trascurso del relato, que no se perdona a sí mismo, que se adjudica su propia penitencia, otro inadaptado.
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
Después de todo lo que ya os he contado, supongo que no tendréis ninguna duda, me ha encantado, he disfrutado como la que más con esta segunda novela que leo de esta maga de las letras que es Carol Oates, a la que he tenido el placer de conocer hace poco y que sin duda quiero seguir conociendo.
Fue acabarla y sentir que toda ella, enterita (la novela me refiero), había merecido la pena y que seguro muy pronto volveré a las andadas con esta autora, porque tengo mucho para elegir, para seguir deleitándome con su prosa mágica, me queda mucho suyo por leer. De hecho, Oates queda en este preciso momento oficialmente proclamada como una de mis autoras favoritas, ostentado dicho honor junto a Murakami y Sara Mesa.
Resumiendo: "Cartaghe" me ha parecido una novela dura, fascinante, con personajes profundos, de personalidades enrevesadas, que nos cuenta una historia con altas dosis de drama y temas de fondo que te llevan a cuestionarte ciertas aseveraciones como “en la guerra y el amor todo está permitido”, “el sufrimiento une a las familias” “la pena de muerte vulnera los derechos humanos” y te plantea preguntas como ¿qué se cuece en las instituciones penitenciarias? ¿quieren realmente los padres a los hijos por igual, o siempre tienen un preferido? ¿Hasta qué punto "un mazazo" de esos que a veces te da la vida, puede llegar a cambiar totalmente a las personas, incluso sus creencias religiosas?
La única forma de borrar los errores y la vergüenza era borrar el yo, «extinguir» el yo.
Os la recomiendo, no os la podéis perder. Mi nota esta vez como no podía ser de otra manera, la máxima: