¡Casa!
Hay veces que tu casa es un abrazo. Y cómo puede caber tanto entre unos simples brazos, por fuertes que sean.
Al ver a Carlos sintió que nada había cambiado. No habían pasado dos años de traiciones, huidas, engaños y despropósitos, aunque también de momentos únicos, como sacados de un cuento.
Pero al sentir su abrazo cálido, todo se le agolpó en la cabeza, en el corazón y en sus ojos, inundados de lágrimas. Cómo se puede ver tanto y tan claro con los ojos cerrados, cómo pueden pasar por la mente dos años de una vida en tan sólo unos segundos.
Hacía todo ese tiempo que había iniciado un viaje a lo que había querido ser toda su vida. Un viaje que por causas del destino, de su inmovilismo o quizás de su cobardía, había ido aplazando o descartando. Era feliz, siempre había aceptado de buen grado lo que la vida le había dado, no era poco, pero no se puede vivir anhelando lo que pudo haber sido.
Y apareció Él.
Alguien que no esperaba y que representaba todo lo que ella quería ser o conocer, que le abría las puertas del mundo al que siempre había querido pertenecer.
Lo conoció en El Prado una tarde de lluvía, de esas que le gustaba resguardarse perdiendose en sus salas. Contemplaba absorta, una vez más,”El Jardin de las Delicias” de El Bosco .
“¿Encuentras lo que buscas?” – Le dijo.
Tenía unos 40 años, pelo castaño poblado de prematuras canas, barba cuidada y unos chispeantes ojos negros que le sonreían.
– Hola, soy Marco – Comentó con un leve acento italiano.
– Yo Lucía.
Fue el principio de algo que ahora sabía que sólo fue un sueño, y que como todos los sueños, cuando se cumplen, dejan de serlo.
Trabajaba en el mundo del Arte, tenía una galería en Florencia, donde vivía, y poseía una mirada que le transportaba a mundos hasta ahora desconocidos.
Primero un café, después otro, risas, mucho Arte, y dos semanas después estaba inmersa en una relación clandestina pero maravillosa.
“¿Cómo puedo estar haciendo esto? Yo, la buena chica, la intachable. La que nunca ha roto un plato.”
Una vez alguien le dijo que cuando nunca rompes un plato, al final los acabas rompiendo todos juntos. Y qué gran verdad, sin vajilla se había quedado. Sin cabeza, sólo tenía corazón, que le latía más fuerte que nunca, no sólo en el pecho, entre las piernas.
Quería a Carlos pero menos quería renunciar a Marco y a todo lo que le ofrecía .
“No quiero pensar, sólo sentir”
Y sintiendo se pasaba los días, feliz y enamorada, hasta que su nueva ilusión le propuso irse a vivir con él a Florencia a compartir vida y trabajo. Eso suponía dejar su trabajo, su aburrido y mecánico trabajo, y a Carlos. Había llegado el momento.
“No quiero pensar, sólo sentir.”
Y partió rumbo a su sueño, a la vida que siempre había deseado, a realizarse trabajando por fin como historiadora del Arte, a vivir en la ciudad más hermosa del mundo y a compartir la vida con un hombre de ensueño.
“¿Ensueño?”
Qué distintos son los sueños cuando los ves de cerca y cómo terminan de golpe, apenas despiertas.
Ni el marco inigualable de esa ciudad impresionante, ni el trabajo, ni él, cumplieron sus expectativas. Es lo que tiene la realidad, que a veces decepciona.
Sí, el no querer pensar, le llevó a sentir, pero no sólo cosas buenas. Cada día la vida se le hacía más difícil, la ciudad le parecía más fea y él más de mentira. Marcos estaba más lejos y Carlos cada vez más cerca.
Apostó por lo que nunca fue, y las cosas que nunca fueron, no existen.
Ahora, dos años después, estaba allí, inmersa en un abrazo interminable con alguien que sí existía, que la apretaba con fuerza y que sí la quería.
Dos años después había vuelto a casa.
“No quiero pensar, sólo sentir”.
Visita el perfil de @hipst_eria