Revista Psicología

Casarse o no casarse

Por Saval

Creo que era 2011. Casi verano, aunque viviendo en Valencia este dato puede ser erróneo porque todos los meses hay días de calor. Tenía 24-25 años y ya había terminado el máster y la formación para empezar el doctorado. No hace tanto tiempo pero por aquel entonces aún era católico. También pensaba que los individuos éramos capaces de ser libres y escapar de los alargados tentáculos de las instituciones. Aquel día tenía una reunión con un profesor, de la pública. Había contactado con él gracias a los ambientes que frecuentaba entonces. Sí, soy muy de cambiar de ambiente. La reunión fue breve, aunque mis pensamientos ya eran bastante osados, mi actitud era bastante tranquila. Es decir, no discutía. Llegué, le planteé el tema, él me dijo que eso era mentira y que no podía hacer un doctorado sobre mentiras. Yo le dije que lo había leído y que había varios artículos sobre causas económicas y que yo quería ir a las causas personales, sociales. Él dijo que no. Yo dije que vale. Luego sugirió otros temas, todos ellos afines al catolicismo. Y no a ese catolicismo feliz de Jesús es bueno y Dios nos protege. Al catolicismo de Rouco y Reig Pla. A lo malo del sexo y a la santidad de la castidad. Le dije que  yo quería hacer el doctorado por entretenimiento y que esas cosas no me gustaban. Me despedí amablemente, le agradecí su atención y me marché. El párroco de mi parroquia (con él que este año he hecho los debates) me mandó un mensaje y me dijo: “ya te lo había dicho, hay cosas que no se pueden”. ¿El tema? El cambio de concepción de soltería (a mejor) y que la gente se casaría cada vez menos.

Hoy, he visto este artículo colgado en Facebook. Facebook es la herramienta perfecta para analizar las bodas. Y las bodas suceden muchas veces por una cuestión social. En mi grupo de amigos del colegio no se ha casado nadie pero en aquellos grupos donde se casó uno, fueron haciéndolo todos, o todas. Sí, sí, estoy generalizando. Pero vamos a un tema de raíz. La gente puede estar muy enamorada a los 15, a los 21 o a los 24 pero se casará a los 30-35. Se casará con quién esté en ese momento. Más allá de los “sentimientos”. Se casará porque es el siguiente hito evolutivo en una línea del tiempo social que viene determinada. (Ya, seguro que tú eres un espíritu libre que se ha casado por amor o que ha conseguido escapar del devenir social y vive perfectamente integrado en la sociedad pero sin afección por los vaivenes de la misma. Eres la hostia y todo esto no va para ti). Tenemos por tanto gente de 25-28 (y eso es lo magnifico de las redes sociales) que llora profundamente la pérdida del “amor de su vida” porque resultó ser infiel o irse con alguien mejor. Esa gente dos años después se casa con otra gente de la que lo mejor que puede decir es aquello de: “es buena persona” y “me quiere”. Ojo al matiz, dice “me quiere” y no “nos queremos”. Uno quiere y otro se deja querer.

Casarse hoy en día es una estupidez. Es un gasto superfluo que obliga a realizar inversiones no sólo a los padres de la feliz pareja sino a todos los invitados. Teniendo en cuenta que los amigos se casan todos seguidos, el soltero del grupo acaba palmando el sueldo de varios meses en ir a bodas. Y al final se casa casi por venganza. Como estupidez, eso sí, es muy entretenida. Las fiestas son necesarias, imprescindibles. Por tanto, en aras del entretenimiento me parece muy bien que la gente se case. Igual que me parecería bien que la gente empiece a celebrar los divorcios. Dos fiestas son mejor que una. Y que la vida vaya a ser peor después de una ruptura no está manifiestamente demostrado en ningún lado.

Os dejo la canción que siempre pondría en ambas fiestas.


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