Revista Arquitectura

Casas canarias

Por Federicogbarba
CASAS CANARIASLa arquitectura tradicional de Canarias inseta en un entorno urbano. Calle de San Juan del Puerto de la Cruz en la isla de Tenerife. Acuarela de Francisco Bonnín. 1928

¿En que consiste el arte adaptado a un sitio concreto? ¿Que factores estilísticos llegan a ajustar adecuadamente una obra a la idiosincrasia de una cultura determinada? ¿Como hacer propuestas que respondan adecuadamente al espíritu del lugar y también al carácter de tu época? Son preguntas que muchos se hacen y en mi caso, específicamente en relación a la arquitectura, me obsesionaron durante bastantes años.

Porque la arquitectura entendida como actividad cultural tiene una responsabilidad que va más allá de la mera construcción de edificios y, en algunos casos, se transforma en la representación física de una específica manera de comprender el mundo, de la forma en que tus contemporáneos habitan un lugar concreto del planeta.

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CASAS CANARIAS Tipo arquitectónico básico y su crecimiento hasta formar una casa con patio central. Análisis tipológico de la arquitectura tradicional de la ciudad de Garachico en la isla de Tenerife. Grafíco del autor. 1996

Cuando empecé a trabajar como arquitecto, aquí donde vivo hace ya unos cuantos años, había una cosa que me intrigaba y casi me acosaba en mi entorno próximo. Consistía en una constante demanda relativa a una supuesta arquitectura canaria. Así, con denominación de origen. Eran años, allá a comienzos de la década de los 80, en los que se dedicaban importantes esfuerzos intelectuales orientados a la reivindicación de identidades locales. Un reflujo romántico tardío con resabios políticos excluyentes muy útil para la construcción de nuevos espacios de poder. En este archipiélago atlántico, y también en el entorno del estado español, en un tiempo y un lugar en que se estaba definiendo el sistema cuasi federal de las autonomías que ha caracterizado a este pais durante las últimas décadas.
Pero la cuestión principal para nosotros, aquellos que comenzábamos una carrera profesional en Canarias a comienzos de los años 80, era determinar en que consistía aquello de la arquitectura archipiélagica de la casa canaria. ¿Cuales eran los elementos con los que se componía ese concepto de lo canario en arquitectura que se nos presentaba como una abstracción formal y constructiva indeterminada pero irrefutable en la mente de nuestros interlocutores?

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La influencia mudejar en la arquitectura tradicional de Canarias. Despiece del artesonado de madera de la ermita de San Sebastián en Santa Cruz de Tenerife. Dibujo cortesía de Cristo Caballero.

Para esta representación demandada, algunos recurrían al ejemplo de la arquitectura popular de raíces campesinas, a la que se asociaban por doquier las referencias etnográficas a los modos de vida tradicionales ligados a una agricultura de subsistencia. Otros señalaban algunos elementos explícitos, morfológicos y constructivos, como fundamentos espaciales de una supuesta expresión canaria, galerías y balcones abiertos al paisaje. Casi siempre se señalaban las carpinterías de madera, las tejas y los muros de piedra enfoscados a la cal como los modos constructivos característicos de esta condición. Algo que los historiadores canarios definían como una herencia derivada inicialmente de lo mudéjar y transmutada en algo peculiar durante generaciones a lo largo de sucesivos baños estilísticos y formales venidos de la Europa continental. Una expresión cultural que estaría ligada a un pasado andalusí más remoto y su posterior filtrado desde el suroeste de la península ibérica y Portugal.

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Una calle de la ciudad de Trinidad en la isla de Cuba

Valorada con objetividad, la arquitectura popular y culta desarrollada en Canarias forma parte de un longevo proceso colectivo, integrado en la expansión de la civilización europea hacia el Atlántico, con su posterior ramificación por el Caribe y América del Sur. Ejemplos construidos similares a la arquitectura popular canaria los podemos detectar, con pequeñas y casi imperceptibles diferencias, tanto en la arquitectura del sur de Andalucía, el Alentejo, y Madeira, como en Cuba, Santo Domingo, Colombia e, incluso, Perú. Una base endeble para el afianzamiento de una cultura nacional cuando el elemento más característico es precisamente su fuerte internacionalismo. Quizás este carácter de crisol de experiencias relacionadas con una zona del mundo sea efectivamente, su valor. Algo que no debería servir de soporte a un planteamiento identitario caduco, cuya única razón es una política maniquea, aquella de ellos y nosotros.
Sin embargo el resultado de esa etiqueta, la arquitectura canaria a la que se referían mis contemporáneos, en las últimas décadas del siglo XX, se caracterizaba por una baja calidad estilística, una mezcla de pastiche formal y sistemas constructivos modernos basados en el cemento. Un inventado escenario de lo cotidiano que reflejaba una nostalgia por un pasado idealizado. Por todos lados, se presentaban como ejemplos de correcta “arquitectura canaria” edificios contemporáneos, de volúmenes prismáticos sencillos de una blancura inmaculada, con tejados a cuatro aguas y carpinterías de madera que remedaban los diseños característicos de un neoclasicismo local de cortas miras. En el imaginario popular, el balcón canario era el elemento arquitectónico que mejor expresaba este anhelo por una arquitectura enraizada con la tierra. Su traslación constante a la arquitectura turística fue la culminación de un pensamiento artístico muy mal entendido, reflejo de un déficit cultural muy importante. En los espacios turísticos de las islas se aprovecho esta pulsión formal para consolidar una especie de disneylandia del folklore local.

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Casa cuartel de Colmenar, isla de Gran Canaria. Foto: Marianne Perdomo, Flickr

Andando el tiempo pude acceder a las fuentes ideológicas en las que se había basado todo aquello, que se remontaban al peculiar esfuerzo de investigación sobre nuestro pasado como colectivo social, realizado esencialmente por personajes amateurs hacía ya casi un siglo. Esforzados etnógrafos que, probablemente, tomarían esa tarea como un hobby, todo lo serio que se quiera pero muy débil en argumentos sólidos, con el que contribuir a dignificar culturalmente a una región insular como la nuestra. En su base estaban aquellas aproximaciones etnográficas de raíz romántica que se habían extendido por Europa a finales del siglo XIX.
Lo curioso es que toda esta parafernalia de elementos formales ignoraba verdaderamente las raíces sociales y económicas de aquella cultura campesina ennoblecida, perteneciente a un remoto pasado arcádico. Una vida insular idealizada como reflejo de una supuesta buena relación con el medio y una alta autenticidad personal. Sin embargo, se ocultaba una realidad de centurias pasadas en las que existió el hambre, fuertes penurias y una incultura popular muy alta. Suponía también una insconciencia notable y deliberada sobre la increíble transformación económica experimentada por estas islas en la segunda mitad del siglo XX, el paso de una estructura agraria de subsistencia a una economía de servicios basada principalmente en un pujante sector turístico y comercial.
Lo que se imponía como el canon de lo canario, era en realidad una tergiversación inconsecuente de algunos elementos estilísticos extraídos de aquella arquitectura popular y que se emplearían masivamente en la decoración exterior de las edificaciones e instalaciones turísticas. La recreación de un escenario idílico que enmascaraba unas apetencias especulativas desaforadas y una arquitectura de bajísima calidad formal y constructiva.
En contraposición a ello pensé que un camino alternativo para una integración entre esta demanda expresiva, potentemente asumida por las elites locales en sus aspiraciones representativas, y la realización de una arquitectura residencial renovada debía de volver a analizar realmente los orígenes de aquella arquitectura popular.
Con los años, tuve ocasión de visitar en profundidad las islas Canarias orientales y ver in situ los restos de la arquitectura popular existentes en Lanzarote y, sobre todo, en Fuerteventura. Recorrer los núcleos urbanos fundacionales en los que se asentaron aquellos normandos que llegaron a estas islas a comienzos del siglo XV, desde la Rochelle en la costa atlántica de Francia. Y más tarde, todo el aluvión de castellanos, portugueses, genoveses, etc. que, con sus bagajes culturales respectivos, han tenido una influencia decisiva en la formalización de la historia de la arquitectura realizada en Canarias.
En Fuerteventura, en los años 80, aun permanecían los restos de aquellas arquitecturas campesinas de una altísima austeridad constructiva. Por no tener, no tenían ni madera para las cubiertas y carpinterías. Un material que tenía que importarse desde otras islas. Las escuetas casas de Betancuria, Antigua y el valle de Santa Inés, con sus muros de argamasa, piedra del sitio y techumbres de paja soportadas con troncos de palmera, ejemplificarían para mí una primera manera de hacer arquitectura aquí en Canarias. Unos recursos escasísimos que dictaminarían una arquitectura altamente pobre y austera. La simplicidad era un corolario necesario que se reflejaba en unos arquetipos de volumetría prismática de pequeño tamaño bajo cubiertas a dos aguas.

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Pequeña vivienda tradicional en Valle de Santa Inés, isla de Fuerteventura

En la isla occidental de La Gomera, siguiendo los caminos de la colonización del archipiélago, se podía rastrear la evolución posterior de esa arquitectura popular que tanto caracteriza al paisaje canario, ya con una disponibilidad de una mayor variedad material; algo que se debe a la presencia de importantes masas boscosas, piedras basálticas más duras y arcillas ricas en hierro. Los tipos edificatorios siguieron conservando aquel carácter primigenio y arquetípico, pequeños paralelepípedos rectangulares que se distinguen de los de Fuerteventura porque empiezan a combinarse y agregarse formando ya elementos ligeramente más complejos. La influencia cultural del estilo mudéjar árabe del sur peninsular establece una impronta formal que se refleja en el mimo con que se ejecutan las tracerías de algunas cubiertas de madera y sobre todo en la carpintería de puertas y ventanas. En estas épocas remotas de los siglos XVI y XVII empiezan a realizarse ya esos balcones canarios tan ensalzados que tienen parientes en lugares tan remotos como el Cairo y Bagdad.

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Paisaje urbano en Agulo, Isla de La Gomera. Finales del siglo XIX

La aparición en las islas de los núcleos poblacionales más densamente organizados, algunos puertos de mar, como Las Palmas, Santa Cruz de la Palma, San Sebastián y Garachico y otros interiores, como Betancuria y La Laguna, define una nueva forma de hacer la ciudad y las arquitecturas asociadas. Se produce una arquitectura más urbana, rica y compleja en sus formas y tipologías de ordenación espacial. Toda esa manera de hacer la arquitectura tradicional fue exportándose paulatinamente hacia América Latina con las sucesivas oleadas de emigración obligatoria, que tantos y tantos canarios tuvieron que asumir partiendo hacia el nuevo mundo y formando parte de tripulaciones y contingentes de colonización.
Lo más interesante de todo ello, era la forma en que las arquitecturas populares y cultas habían ido construyendo un cuerpo de modelos organizativos y espaciales urbanos de crecimiento en base al incremento de las necesidades familiares. Los espacios de la arquitectura tradicional desarrollada en Canarias presentan una riquísima casuística de ejemplos de adaptación al medio, tanto al paisaje rústico como a las ordenaciones urbanas. Esto tuve ocasión de comprobarlo cuando hicimos a mediados de los años 90, los trabajos de ordenación y protección del casco histórico de la pequeña ciudad de Garachico en la isla de Tenerife. Allí pude establecer sobre la base de ejemplos existentes un árbol de tipologías urbanas, constituido por las innumerables variantes organizativas de las plantas de las casas tradicionales. Algo que se repite en otras ciudades del archipiélago y, curiosamente, en las soluciones adoptadas en algunas fundaciones del Caribe.

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Colección de tipos tradicionales existentes en la ciudad de Garachico. Gráfico del autor. 1996

Toda una vasta experiencia de organización del espacio que constituye un precedente muy interesante de adaptación al medio geográfico local. Un conjunto de ejemplos y formalizaciones espaciales que constituyen un repertorio espacial, fruto de una experiencia de siglos, caracterizado por un enraizamiento al lugar y una buena respuesta al clima, al paisaje y a la disponibilidad local de materiales. En suma, ideas y bases para una arquitectura realmente sostenible y poco consumidora de recursos externos que poco tiene que ver con formalismos y remedos de estilo.--->


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