Dice Andrés Jaque que Ikea ha influido más en nuestras viviendas que la propia arquitectura (ver). Y a pesar de que el discurso de Jaque tiene mucho de eslógan (no digo que sea falto de contenido, aunque en ocasiones éste quizá no da para tanto), a pesar de ello, prosigo, en este caso creo que tiene algo de razón, si bien creo que la influencia del mobiliario sueco es algo superficial o tangencial*. Creo, en realidad, que el problema es previo: la gente tiene la necesidad de hacer algo con su vivienda, de personalizarla, de hacerla evolucionar con el tiempo y adaptarla a las nuevas necesidades. Y sólo puede hacerlo con el mobiliario, y si es barato, mejor que mejor. Ingvar sólo aprovechó un nicho de mercado y lo supo explotar a la perfección.
La casa giratoria, Paul Klee
Me llama poderosamente la atención ver cómo se siguen planteando las viviendas exactamente igual ahora que hace 30 años, o 40, o 50. Sólo cambia la disponibilidad de superficie, cada vez más cara, y la exigencia del promotor de aprovechar al máximo la edificabilidad permitida, lo que deriva en viviendas cada vez más ajustadas en tamaño.
- Recientemente he colaborado en un proyecto para un concurso de viviendas en Madrid. Los condicionantes por parte del organizador para dos bloques de viviendas eran atroces: no sólo exigían un aprovechamiento máximo, sino que manifiestamente pedían más superficie para vivienda de la posible. Así, la única posibilidad de dar satisfacción al número solicitado de viviendas era la reducción al absurdo de las superficies de las estancias, la ausencia de distribuidores, y especialmente la reducción de las superficies de servicio (descansillos, portales, etc).
Voy a hacer dos comentarios a este respecto tomando como base este este ejemplo planteado:
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En los tiempos que corren, inmersos en una crisis sin precedentes (ninguna crisis es igual a las previas), y tras un derrumbe de las estructuras inmobiliarias (sic) en España, cabría pensar que desde los promotores habría un cambio de orientación en los nuevos proyectos. Pero no es así: se insiste en un producto obsoleto.
Ahora que hay tanta vivienda “en stock”, viviendas por lo general acogidas a algún plan de protección y por lo tanto de calidades medias, de superficies muy ajustadas… ¿No sería mejor ofrecer al cliente algo que supere y mejore eso que ya existe? Quizá sería mejor ofrecer viviendas con habitaciones de más de 8 metros cuadrados, con cocinas en las que quepa una mesa para comer, especialmente en viviendas de 4 dormitorios…Quizá sería conveniente entender que los metros cuadrados de superficie de zonas comunes también se venden, y que un portal con cierta riqueza, una escalera bien iluminada, un descansillo en condiciones, también aportan calidad a la vivienda a la que sirven (y de qué manera! me atrevo a afirmar: vaya si aportan!). Que los sótanos, garajes y trasteros no deben ser un simple relleno que cumplir, sino una parte más del proyecto a la que prestar mucha atención.
Sin embargo, se sigue insistiendo en el mismo modelo de siempre, repetido hasta la saciedad, de aprovechamiento mal interpretado, que ha derivado en viviendas mínimas, de sota (que no de Sota), caballo y rey, y son la eliminación casi absoluta de las zonas comunes. Esto tiene unas consecuencias sociales muy complejas, que no son objeto de este texto.
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¿Cuál es este modelo? ¿Por qué seguimos planteando las viviendas en los mismos términos que hace casi 100 años? La sociedad evoluciona, los trabajos cambian (para quien lo tiene), la forma de vivir la vivienda cambia, pero el espacio sigue siendo casi igual. Hay cosas que evolucionan poco, es cierto: digamos que cocina y baños no han cambiado mucho en sus utilidades… pero ¿los dormitorios, el salón, la necesidad de estancias nuevas, híbridas o mutables?. Es evidente que resulta muy difícil (por no decir manifiestamente imposible) proyectar un bloque de viviendas, al no saber quién lo va a habitar: no se conoce al usuario real de la vivienda y es imposible ajustarse a sus necesidades específicas. Por eso, precisamente, las viviendas deberían ser más flexibles, para poder adaptarse convenientemente a las necesidades reales, y deberían ser capaces de evolucionar en el tiempo con el usuario.
No hablo de tabiques móviles, aunque pueden ser una solución, si se plantea convenientemente. Sino que plantear estructuras más abiertas, que una vez vendidas, se puedan distribuir de forma personalizada. ¿Más trabajo? Seguramente. Pero mejores resultados, sin duda alguna.
Para que esto fuera posible harían falta dos premisas:
Primero que nada, unos planes de ordenación que vayan por delante de la sociedad, en la medida de lo posible. Está muy bien que la RAE espere a que una palabra sea utilizada por escritores en varias obras antes de acceder a introducirla en el diccionario, lo que hace que desde que se extiende su uso hasta que se normaliza, pase mucho, mucho tiempo. ¿Pero en urbanismo y vivienda es eso admisible? ¿No deberíamos exigir un planeamiento más audaz, más abierto, con instrumentos de ordenación más adaptables, escalables, y fácilmente actualizables?
Claro que esto que pido es complejo, pero es que vivimos una sociedad compleja que no puede ser ordenada con unos planes que nos obligan a vivir a todos casi de la misma manera, sea cual sea nuestro gusto, nuestra necesidad real, nuestra circunstancia. Planes abiertos, en red, con unos cuantos elementos fijos y fundamentales que establezcan un marco normativo básico, y a partir de ahí, mayor libertad al técnico, al promotor y al usuario para dar satisfacción a las necesidades, y con arreglo a las posibilidades de cada momento.
Un ejemplo material muy fácil de entender: Si al final el promotor lo que vende son metros cuadrados, quizá sería mejor que el planeamiento no ajustase tanto el número máximo de viviendas previsto, para “forzar” a viviendas más grandes, o a espacios comunes más adecuados, o simplemente, a no colmatar la edificabilidad (que tampoco pasa nada: construyes menos, gastas menos).
Con la situación actual, cualquier barrio residencial de reciente factura se convierte en un muestrario de fachadas de colores, ya que es la poca libertad que le queda al arquitecto en el diseño de bloques de viviendas (eso, y el efecto pavo real que tanto gusta a algunos promotores). Lo cual, unido a una distribución urbana anodina, triste y aburrida a más no poder, genera nuevos barrios que lo mismo valen para Valladolid que para Pamplona. ¿Es esto correcto?
Viendo cualquier publicación de vivienda en bloque, prácticamente la variación tipológica se reduce a salón pasante sí o no. ¿Las fotos? El 99% son de los exteriores, nunca de las viviendas, porque los espacios interiores no tienen ninguna riqueza. Serán los usuarios los que conviertan el lienzo blanco normalizado en algo que acabarán llamando hogar, ya que no han tenido la posibilidad/oportunidad de intervenir como futuros usuarios en el proyecto de su propia vivienda.
Y ahí entra Ikea, que se ha adueñado de la posibilidad abierta: nada que objetar (yo mismo soy usuario, aunque también ikea-hacker, un fenómeno derivado a tener muy en cuenta).
Por otro lado está la industrialización de elementos constructivos tanto estructurales como de acabado exterior y de división interior que puedan ser más fácilmente montados y desmontados sin menoscabo de las prestaciones acústicas, técnicas, de mantenimiento, etc. En pleno SXXI, debería ser algo muchísimo más estandarizado y asumido. Sigo sin comprender el miedo cerval que se tiene a lo prefabricado, cuando el control de la calidad del producto es mucho mayor y su eficiencia (en muchos sentidos) mucho más rentable.
La vivienda es el lugar donde pasamos más tiempo, donde más cosas nos pasan. Mientras tanto, sin embargo, a la vivienda apenas le sucede nada.
*Aludo al comentario de Anatxu Zabalbeascoa de que el hecho de que Jaque coloque el nombre de Ikea en el título de su intervención, responde a una estrategia comercial, al utilizar un nombre conocido casi en cualquier lugar del mundo. La influencia del mobiliario de Ikea en la vivienda española no puede ser más que anecdótica, al menos hasta hace muy pocos años, dado que la entrada de Ikea en la península se remonta a los muy recientes años 90, y su masificación no ha llegado hasta mucho después. La crítica del eslógan relativo a la vivienda como “república independiente” se corresponde con un momento en el que la presencia de Ikea ya es más que dominante.