Revista Cultura y Ocio
Tomaron la casa. Dejaron las baldas, se llevaron los libros. Abrieron los armarios, desocuparon las perchas. Todos los cajones estaban a medio abrir y no había nada adentro. Vaciaron el frigorífico, lo despojaron de su dignidad, sólo quedó un olor a rancio y unos tappers huecos. No era la voluntad de hacer daño, no se disfruta con esas cosas. Fue un acto de amor lo que hicieron. No debía quedar nada que indicase cómo eran los moradores. Lograron que la casa dejara de serlo. Era cualquier otra cosa, pero no una casa. Luego estaba el silencio. Parecía colocado a posta. Como si lo hubiesen traído de afuera y dejado allí para que colaborase al expolio. El silencio juntamente con el frío. Hay casas que viven en ese limbo sin sustancia. Las ves desde la acera o desde un coche. Piensas que nunca fueron habitadas. Dan esa sensación de orfandad. Te parece inverosímil que antes hubiera conversaciones, afectos, actos de amor y de odio, pequeñas o grandes evidencias de que la vida pasó por allí y se animó a quedarse. Están proliferando las casas vacías, tomadas, descompuestas, desoladas, ciegas y muertas. Las hay en número que rivaliza con el de las ocupadas. Toda esa abundancia obscena de bloques a medio construir o de pisos no estrenados jamás hace pensar en que cierto mal está asentándose en la sociedad y de que estamos encantados de que nos haya visitado. De no estarlo, no habría bloques fantasmas, pisos muertos. Duelen más los que no llegaron a ser útiles siquiera. Los otros, los que habitaron y dejaron, pronto se enmohecen, se cuartean, ofrecen la impresión de que algo extraordinariamente perverso los impregna. Un piso deshabitado es como un libro que no se ha abierto nunca o como un corazón que no ha amado nunca o como una palabra que nunca se ha dicho. Hay una inminencia trágica, una terrible presencia que se esfuerza por contarnos su dolencia íntima, su absoluta flaqueza, su deseo de que la poseamos y nos volquemos en ella fieramente al modo en que el amante se vacía en su amada y la colma como si no hubiese venido al mundo a otra cosa. Las ciudades son cada vez más fantasmales. El hombre es cada vez más insensible. Las casas son cada vez más absurdas.