
“Mi vida es una puta mierda como para que crean que yo soy la mala”, aúlla una de las protagonistas de esta novela de Brenda Navarro. Y quien lo dice es una mujer que, tras aprovechar el descuido de una madre distraída, que estaba en el parque mirando su móvil, ha secuestrado a la criatura y la ha escondido en su casa. ¿Acaso resulta legítimo que no consideremos “la mala” a quien realiza esa acción vituperable? ¿Acaso no es “la mala” quien deja a una persona huérfana de hijo (para repetir al poeta español)? Contra todo sentido común, acabada la lectura nos sentimos inclinados a considerar que las circunstancias exoneran de parte de culpa a la secuestradora, porque ha seguido “el camino del corazón”, por acudir ahora al Popol-Vuh y su famosa sentencia.
Pero actuemos con orden y expongamos las dos líneas “femeninas” de la obra, con el fin de que los lectores no se pierdan: imaginemos de un lado a la madre que, candorosa, lleva a su hijo Daniel al parque y que, mientras el chico juega, se entretiene un par de minutos mirando su móvil; imaginemos del otro lado a la joven pastelera que, ansiosa y decepcionada porque su marido no quiere tener hijos, ve en este chiquillo la solución para todos sus males y opta por llevárselo a su hogar, donde ansía rodearlo de todos los mimos posibles. Ahora añadamos las dos líneas “masculinas”: imaginemos al esposo que, tras la llegada al mundo de Daniel y la constatación de que tiene autismo, se despega de su crianza; e imaginemos, en el otro lado, al esposo que, engolosinado con otra mujer, evita que la suya quede embarazada, a pesar de saberla su máxima ilusión. Y ahora añadamos (pero esto dejaré que lo descubran ustedes mismos) las dos familias, tan iguales y tan distintas, donde afloran mezquindades, recelos, violencias de género, pobreza y odios apenas disimulados.
Al cabo, lo que la mexicana Brenda Navarro nos propone con esta magnífica e inquietante fabulación es una exploración, angustiosa, por zonas muy desoladas y muy amargas del espíritu humano; un viaje por los meandros del corazón, que tantas veces se desgarra de contradicciones y de dolores invisibles (la ansiedad del hijo, la repulsa del hijo, la felicidad de la maternidad, la asfixia de la maternidad, etc.). Léanlo, háganme caso. Les va a impresionar.
