Revista Cultura y Ocio

Casas vacías. Brenda Navarro

Por Mientrasleo @MientrasleoS
Casas vacías. Brenda Navarro
     "Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños. Tenía tres años. Era mi hijo. La última vez que lo vi estaba en el subibaja y la resbaladilla del parque al que lo llevaba por las tardes. No recuerdo más. O sí: estaba triste porque Vladimir me avisaba que se iba porque no quería abaratar todo. Abaratar todo, como cuando algo que vale mucho se vende por dos pesos. Ésa era yo cuando perdí a mi hijo, la que de vez en cuando, entre un conjunto de semanas y otro, se despedía de un amante esquivo que le ofrecía gangas sexuales como si fueran regalos porque él necesitaba aligerar su marcha. La compradora estafada. La estafa de madre. La que no vio".

     Tras la recomendación de varias personas dentro y fuera de las redes, finalmente me decidí. Hoy traigo a mi estantería virtual, Casas Vacías.
     Una madre sin nombre pierde a su hijo en el parque. El niño tiene tres años y ahora ella se queda desolada con una niña que no es suya a la que mira lamentando por qué la perdida no fue ella. En otro lugar una mujer maltratada por su pareja espera ser madre de una niña como si fuera el mejor regalo del cielo. Solo que no es madre. Por eso entra a un parque y se lleva a un niño de tres años con ella. El niño es Daniel. Autista.
     Casas Vacías es un libro de desgracias, de mujeres de vidas complicadas o de vidas complicadas que le suceden a mujeres. Vertebrando la historia en el niño raptado conocemos a dos mujeres opuestas. La primera, la madre, la de la vida sencilla con pareja y amante, la que recibió a una niña huérfana en su casa y al perder a su hijo le quedó en herencia resentida ser madre postiza, la mujer que jamás se perdonó, la que tuvo dos hijos en realidad. De otro está la mujer humilde que siempre soñó con ser madre de una niña, o al menos lo soñó desde que su entorno se llenó de niños, la mujer maltratada que todo soporta, la que busca su sueño, la que rapta al niño para llevarlo a su casa. Esa casa que el lector concibe como un infierno. Y de una a otra Navarro nos relata su historia que es mucho más que eso. Nosotros sabemos todos los nombres, los de ellos. Ellas pasan por las páginas sin identificarse, o tal vez mostrando que una vida da más significado que un nombre. Y aquí hay muchas vidas difíciles, algunas incluso, como la de la madre de Nagore, se perdieron en el camino. Pero volvamos a los nombres. Sabemos que Vladimir y de Fran, sabemos de Daniel, de Leonel... de ellas conocemos a Nagore. La niña que crece pensando que debió de ser ella la desaparecida, a la que incluso se lo dicen, aunque luego la abracen. La niña sin padres y acogida es la única que parece haber encontrado una casa, aunque su casa también esté vacía desde que Daniel desaparece... De todas las mujeres, de todas las historias, de todos los lugares, Nagore es la única que se hace fuerte. Quizás por eso Casas Vacías no es solo una historia de maternidad sino que va mucho más allá. Es cierto que la maternidad es importante, sin ella no hay novela, y que sentimos la angustia y el miedo y también las expectativas que las protagonistas le ponen al término. Pero es el miedo lo que sobresale en la historia, la asfixia, la angustia derivada de frases sinceras y desnudos de palabras que nadie dice jamás. Y eso en una primera novela.
"Hay quienes nacemos para no ser buenas madres y, a nosotras, Dios debió esterilizarnos desde antes de nacer".
     Siendo una historia corta la densidad de sentimientos a los que es sometido el lector provoca una lectura pausada y, si bien he tenido algún tropiezo idiomático, no ha sido un problema a la hora de disfrutar de la historia. Aunque disfrutar en este caso tal vez no sea el término más adecuado. Y es que es complicado salir ileso de la lectura de Casas vacías.
     "Mejor no hubiera llegado Leonel a nuestras vidas. Mejor se hubiera puesto a llorar muy fuerte cuando debió hacerlo y no después, ya de camino. Yo era la mujer de la sombrilla roja que se subió al taxi cuando empezó a haber alboroto en el parque. Claro que lo abracé mientras lloraba, pero es que lloraba mucho (...)".
     Casas vacías es una novela de una fuerza descomunal. Apuntemos el nombre de Brenda Navarro. Y leamos.
     Es evidente el drama de la historia y yo os pregunto, ¿sois lectores de drama?
     Gracias.

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