(JCR)
Anda estos días el arzobispo de Granada soliviantado por la polémica suscitada por el libro “Cásate y sé sumisa”, y leo que ha afirmado que ésta es “ridícula e hipócrita”. Yo que don Javier, animaría a la autora de la obra a publicarla en el mayor número de países africanos, donde estoy seguro de que sería un super éxito de ventas. En las más de dos décadas que llevo por estos trópicos, me he dado cuenta de que a la mayor parte de los católicos africanos (hombres, me refiero) les encanta la cita de Efesios que da origen al título de la obra: “Mujeres, someteos a vuestros maridos”.
La primera vez que me di cuenta de esto fue en una reunión del consejo de la parroquia donde yo trabajaba entonces en el Norte de Uganda. Un par de hombres, bastante borrachines y aficionados a golpear a sus mujeres, se habían quejado al “mister chairman” porque sus esposas habían conseguido un empleo en la misión católica y de esta forma habían logrado una independencia económica que las permitía librarse de las vejaciones a que eran sometidas en sus casas. “Si una mujer quiere ser empleada en la parroquia, tendríais que pedir como condición un consentimiento escrito del marido”, nos dijeron muy serios los miembros del consejo parroquial, todos ellos hombres excepto una señora que se pasó la reunión callada en un rincón. Los dos responsables de la misión echamos mano de todos los argumentos habidos y por haber sobre la dignidad de la mujer, la igualdad de los seres humanos, etc, etc, pero los miembros del consejo nos respondían una y otra vez citando a San Pablo: “¿No dice la Biblia que la mujer tiene que someterse al marido?”
Por supuesto que no pongo en duda todo lo bueno que la Iglesia ha hecho y sigue haciendo en África para promover la dignidad de la mujer y liberarla de mil ataduras. Pero durante aquellos años, una buena parte de mi actividad se dedicaba a dar cursillos bíblicos a líderes de comunidades cristianas, sobre todo catequistas (todos ellos, mira tú por donde, hombres, con contadísimas excepciones). Me di cuenta de que uno de los grandes problemas de los católicos africanos era la tentación del fundamentalismo. Yo solía insistir en que la Biblia hay que interpretarla poniendo las cosas en su contexto, haciendo exégesis, etc, pero a mis oyentes a menudo no les resultaba fácil entender esto. “Vamos a ver”, solía decirles con un ejemplo, “si vas por la carretera en bici y te encuentras a un hombre que ha sido apaleado por los rebeldes, ¿te vas a poner a buscar un burro para llevarle a una posada porque Jesús dice en la parábola del Buen Samaritano “ve y haz tú lo mismo”. ¿Pasará algo porque le subas a la bici y le lleves al dispensario más cercano?” Echar mano de la Biblia como un manual de recetas preparadas, interpretando las cosas al pie de la letra y sin poner las cosas en su contexto histórico, solo nos llevará a un cristianismo sectario en el que –llevando las cosas al extremo- podremos incluso apedrear a los que trabajen en sábado, circuncidar a nuestros hijos varones y hasta arrancarnos un ojo si nos escandaliza… y ya saben lo que hizo Orígenes en el siglo III cuando a la luz de esta frase evangélica llegó incluso a castrarse.
No he leído el libro, y por lo tanto no juzgo el contenido, pero sí el título. Hay quien ha dicho que no se puede juzgar un libro por su título y que lo que la autora explica después es muy distinto. Pues será verdad, pero me parece a mí que es como si alguien publicara un libro titulado “Muerte a los musulmanes” y después nos saliera con que es un alegato en favor del diálogo inter-religioso, o como si el autor de una obra titulada “Fuera negros de Europa” intentara explicarnos que en realidad su libro trata sobre la acogida a los inmigrantes. Una de las cosas que más me ha llamado la atención durante los días pasados ha sido leer a blogueros religiosos que claman contra la hipocresía de juzgar un libro sin haberlo leído, cuando ellos mismos son los que llevan años tronando contra teólogos como Pagola sin haberse molestado en leer ni dos páginas de su obra “Jesús”.
Termino con un recuerdo muy personal del día de mi boda, en Kampala. Mi esposa Margaret y yo esperábamos al obispo de Arúa, Frederick Dandrua, que muy amablemente se había ofrecido para oficiar la ceremonia. El día anterior se puso enfermo y se excusó diciendo que no podía venir y que enviaría a otro sacerdote. Éste llegó al día siguiente y se presentó. Tenía un nombre inolvidable: padre Picho. Cuando preparábamos la liturgia, nos preguntó si teníamos alguna preferencia especial para las lecturas. “Para el Evangelio, las bodas de Caná, del evangelio de San Juan, y de primera lectura la que a usted le parezca bien, excepto la de Efesios 5 que habla del sometimiento de la mujer al marido”, le respondimos. Cuando llegó la hora, salió un muchacho a leer la primera lectura, que resultó ser… la de “sometéos a vuestros maridos”. Mi mujer y yo nos acordamos mucho del Padre Picho durante esa jornada y los días venideros. O a lo mejor es que nosotros no nos explicamos bien. Vaya usted a saber.
En cualquier caso, mi mujer, a Dios gracias, ha puesto poco en práctica el consejo de San Pablo en nuestro matrimonio. Para algo fue madre superiora de su convento durante los años previos a conocernos, y de someterse nada de nada. Y la verdad es que le cuesta desprenderse del hábito (de mandar, me refiero), y hace bien.