Esta semana escuchábamos en la radio al veterano periodista Vicente Romero decir que “Hay cascos azules que pagan un euro para pasar una noche con una niña” y a algunas se nos quedaba helada el alma. Es algo sabido. Dolorosamente sabido y ya recuerdo haber escrito alguna cosa sobre esto, pero no por ello resulta menos doloroso.
Es sabido, hasta el punto que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el pasado 11 de marzo del presente año una resolución en respuesta a las crecientes denuncias de abusos sexuales cometidos por soldados o policías en misiones de paz de esta alta institución.
Se trata de la resolución 2272 que insta a repatriar unidades específicas “cuando haya pruebas creíbles de la existencia de actos de explotación y abusos sexuales generalizados o sistémicos”.
El informe que el propio secretario general de la ONU Ban Ki-moon presentó ante el el Consejo de Seguridad, señala que la ONU recibió en 2015 un total de 99 denuncias contra su personal por abusos sexuales, 69 de ellas contra tropas de paz procedentes de 21 países distintos. Las otras 30 denuncias son contra funcionarios del organismo.
La mayor parte de los casos se concentraron en dos operaciones, las desplegadas en la República Democrática del Congo (Monusco) y en la República Centroafricana (Minusca), donde las repetidas acusaciones llevaron a la ONU a forzar la dimisión del jefe de misión y a repatriar a centenares de soldados congoleses.
Y eso sólo son los casos denunciados que seguramente serán sólo la punta del iceberg de lo que está ocurriendo en los países con tropas de la ONU desplegadas.
Al horror y dolor de ir conociendo este tipo de atrocidades se suma la impotencia de saber que pese a las diferentes resoluciones también aprobadas por la ONU para incorporar a mujeres en los procesos de paz, se sigue sin soluciones este grave problema que afecta a las vidas de tantas mujeres y niñas.
Estoy completamente convencida que si las resoluciones ya aprobadas se llegaran a ejecutar de forma adecuada, el mundo sería un lugar más seguro para las mujeres y niñas, sobre todo en aquellos lugares en donde existen conflictos armados.
Si echamos la vista atrás hemos de recorrer muy poco años para encontrar la primera resolución de la ONU en la que se ponen las bases para incluir la perspectiva de género en el mantenimiento de la paz. Se trata de la resolución 1325 del año 2000 en la que se trató el efecto desproporcionado y singular que los conflictos armados tienen sobre las mujeres y niñas y en la que se subraya la importancia de que las mujeres participen en pie de igualdad e intervengan plenamente en la prevención y solución de los conflictos, la consolidación de la paz y el mantenimiento de la misma.
Como sabemos, la utilización de los cuerpos de las mujeres y niñas como potente arma de guerra para humillar a los adversarios es algo que se está haciendo en todos los conflictos armados. No se trata sólo de placer o como ejercicio de poder, se trata también de la utilización de sus cuerpos con el objetivo de limpiezas étnicas forzadas y, por supuesto como un ejercicio de autoridad masculina, como un reto de virilidad mal entendida cuyas consecuencias sólo traen dolor y desolación para esas mujeres y niñas que quedan estigmatizadas por todo el mundo y para el resto de sus días. Algunas han tenido la suerte de encontrar en sus caminos gentes que las han ayudado a salir de su estado de victimización devolviéndoles su dignidad y empoderándolas para poder recuperarse de sus infiernos personales e incluso colectivos. Tras la resolución 1325 que marcó un antes y un después en el intento por incorporar mujeres en los procesos de resoluciones de conflictos y en el mantenimiento y consolidación de la paz, vinieron otras como la resolución 1820 de 2008 en la que se vincula explícitamente la violencia sexual como táctica de guerra con la mujer, la paz y la seguridad y en ella se destaca “que la violencia sexual en los conflictos constituye un crimen de guerra y se exige que las partes en un conflicto armado adopten de inmediato las medidas apropiadas para proteger a los civiles de todas las formas de violencia sexual, incluso mediante el adiestramiento de las tropas y la aplicación de medidas apropiadas de disciplina militar.” Pero a pesar de ello y como hemos comprobado los casos de violencia sexual ejercida incluso por los cascos azules contra mujeres y niñas a las que deberían proteger, siguen dándose.
A partir de este momento, al parecer los gobiernos comenzaron a tomar consciencia de la necesidad de continuar complementando la resolución 1325 dados los continuos incumplimientos de la misma.
De ese modo y casi cada año se han seguido aprobando resoluciones en ese sentido para intentar un doble objetivo: Por una parte reducir el número de agresiones sexuales que como arma de guerra siguen sufriendo mayoritariamente mujeres y niñas; Y en segundo lugar lograr una mayor incorporación de mujeres en los procesos de resoluciones de conflictos y mantenimiento y consolidación de la paz, así como incorporar un mayor número de mujeres en las operaciones que la ONU tiene en las zonas de conflictos.
De ese deseo nace la resolución 2242 aprobada en la reunión del Consejo de Seguridad del pasado 13 de octubre de 2015. En ella se insta a los Estados a que implementen sus recursos económicos a formar a un mayor número de mujeres para que puedan participar como mediadoras en los conflictos, entre otras medidas como por ejemplo: “reitera su llamamiento a los Estados Miembros para que velen por una mayor representación de las mujeres en todos los niveles de decisión de las instituciones y mecanismos nacionales, regionales e internacionales de prevención y solución de conflictos, alienta a quienes apoyan los procesos de paz a que faciliten la inclusión significativa de las mujeres en las delegaciones de las partes negociadoras en las conversaciones de paz”.
Sería injusto por mi parte afirmar que no se ha evidenciado preocupación política por lo que está ocurriendo con las mujeres y niñas de las zonas que viven conflictos armados y que el Consejo de Seguridad de la ONU se ha manifestado reiteradamente como hemos visto en este sentido.
Pero mientras esas manifestaciones de preocupación política por parte de los Estados Miembros no vayan acompañadas de agenda política concreta y lo que es más importante por recursos económicos concretos, creo que se seguirán aprobando resoluciones pero las mujeres y niñas seguirán sufriendo en sus cuerpos y en sus vidas lo que significa dejar de tener la condición de personas para convertirse, simple y llanamente en otra arma de guerra. Y no podemos olvidar que las guerras siguen siendo negocios muy lucrativos para las empresas armamentísticas a quienes la vida de las víctimas les importa un pimiento.
Y tampoco podemos olvidar que la ONU está financieramente en manos de uno de los principales países productores y exportadores de armas como lo es USA.
Las declaraciones de intenciones y las manifestaciones de preocupación política en forma de resoluciones están muy bien y marcan caminos teóricos, pero una vez más creo que obras son amores y no buenas razones. Si realmente se buscan procesos de paz, en primer lugar dejen de fabricar armas y en segundo lugar, cumplan con esas resoluciones que manifiestan preocupación por la situación real de mujeres y niñas en zonas de conflictos armados.
De lo contrario y como ya dije en alguna ocasión, todo quedará en una bonita declaración de intenciones que de antemano se sabe que no se va a cumplir.
Y, de nuevo, la hipocresía patriarcal en todo lo que se refiere a la vida de mujeres y niñas, sobre todo las que sufren en sus carnes las guerras que no han declarado, campará a sus anchas por los despachos oficiales de la ONU y de los Estados Miembros.
Ben cordialment,
Teresa