En 1965, la editorial Aguilar publica una versión adaptada a niños del poema anglosajón Beowulf. El autor se llamaba José Luis Herrera, y el libro incluía varias ilustraciones de Julio Castro de la Gandara. El título elegido para la historia era Beowulfo. El texto de Herrera era claramente una adaptación de la primera traducción completa del poema al castellano (Beowulf. Madrid: Alianza: 1959), obra del chileno Orestes Vera Pérez.
La historia de Beowulfo simplifica o altera los detalles que podían sorprender a la audiencia infantil; por ejemplo, y a diferencia de lo que sucede en el poema medieval, el héroe se enfrenta al formidable dragón mientras es aún joven, sobreviviendo al combate. Igualmente, Beowulfo es, a todas luces, un héroe cristiano, con lo que se pierde la casi totalidad de referencias paganas.
Pero lo más interesante de esta adaptación es que Herrera (con la ayuda de las ilustraciones) consigue que el héroe sea percibido, gradualmente, como un icono familiar. Me explico. El hecho de castellanizar el nombre, haciendo que termine en “-o”, es en parte responsable de esto. No tanto porque infinidad de nombres españoles acaben en esta vocal (Eugenio, sin ir más lejos), sino porque Beowulfo se parece mucho a Ataulfo, el primero de los reyes visigodos de España, cuya interminable lista los niños memorizaban en la escuela. Al menos, Ataulfo era recordado por todos, de modo que Beowulfo, mire usted por dónde, era percibido como algo casi propio.
Pero hay más. La agonía del dragon, lanceado por el héroe, era descrita de un modo que los niños de la época fácilemte visualizarían de un modo muy concreto (y totalmente ajeno a lo descrito por el poeta anglosajón): "Los ojos del animal –tremendos fanales en la penumbra del crepúsculo– dejaron de lanzar odio para tomar una patética luz de dolor, pálida como los muertos. Dilataba sus narices, no para lanzar malignos vapores, sino en busca del aireque faltaba a su vida. Las garras se hincaban quebrando las rocas en su afán de permanecer firmes. Pero Beowulfo sintió que la muerte del dragón acechaba desde todos los árboles, y empezó a galopar en torno al cuerpo fabuloso, haciendo graciosas cabriolas con su caballo bien domado. La bestia lanzó un nuevo rugido, y se desplomó, dejando abierta la fuente ancha por donde acabó de salir la sangre. Aún tuvo algún movimiento; algunos de esos tristes e inútiles movimientos convulsos de los animales que acaban de morir". ¿A qué nos recuerda este lance? Pues precisamente a eso, a un lance de rejoneo. Las ilustraciones de Castro de la Gandara remataban la faena.
Esta “españolización” del héroe nórdico tenía además otras facetas. Beowulfo es representado en las ilustraciones como un Don Quijote medieval, en un entorno eminentemente manchego (primera imagen). Grendel, por su parte, es un gigante, cuyo aspecto le asemeja más a un “moro”, que a los trolls del norte.
Y no me resisto a mencionar otro detalle: cuando Beowulfo llega a las costas de Dinamarca adopta una pose que nos recuerda a otro de los héroes de la “España Imperial”. ¿Lo adivináis?
Los años sesenta en nuestro país (marcados por el desarrollismo económico) eran un buen momento para recordar a las nuevas generaciones que, pese al rechazo que Europa sentía por el régimen franquista, que era estupendo vivir en España, un gran país, heredero de una herencia esplendorosa. El Beowulfo de Herrera and Castro exaltaba el nacionalismo de modo sutil, apoyándose en cuatro pilares:
1. La supremacía del elemento germánico-visigodo (Beowulf-Ataulfo), frente al musulmán (Grendel-moro).
2. La Fiesta Nacional, invocada por un Beowulfo que hace que su caballo haga cabriolas en derredor de un agonizante dragón taurino.
3. Las glorias literarias de nuestro país, rememoradas por un quijotesco Beowulfo.
4. La España imperial, con Beowulfo posando para la eternidad al estilo de Colón.
(de mi artículo “'Beowulfo', 'Geatas' and ''Heoroto': An Apprisal of the Earliest Rendering of Beowulf in Spain”. Miscelánea 39 (2009): 73-102.)