
El barco fue hundido en Cartagena por la artillería republicana, después de que el bando nacional hubiese abandonado la zona y no se tuviese a bordo conocimiento de ello. Un total de 1.476 ocupantes del navío perdieron la vida en el naufragio.
El Castillo de Olite era un buque viejo ya entonces, además de lento, y las comunicaciones no eran lo que son hoy día; la ignorancia de la tripulación se vio sorprendida por el fuego enemigo, que terminó en pocos minutos con una nave cansada. La mayoría de pasajeros y tripulantes perdieron la vida, pero nadie habla de este naufragio, pese a contar con tantos muertos casi como el Titanic. Los jóvenes soldados gallegos de los años treinta tienen menos relevancia que los judíos acaudalados a quienes las aguas heladas del Atlántico Norte enfriaron los ánimos algo más de la cuenta, y es que la noticia va más ligada a la popularidad que a la relevancia. Tampoco escuché nunca a los pseudoprogresistas de Armani, recordar este episodio luctuoso de nuestra guerra civil, ni tampoco los cineastas subvencionados realizaron film alguno sobre como el bando republicano permitió la masacre sucedida en el barco. Hasta los muertos en nombre de la libertad son menos relevantes, pero eso es algo que no podemos contar a las familias que lloran su pérdida.
