Juan Antonio Castro Izaguirre, nació en Tolosa en 1911. Su pasión por los temas marinos le llevó a elegir la profesión de Marino de Guerra. En el censo de Tolosa de 1934 ya figura en su ficha la profesión de Guardamarina. Mientras Juan Antonio realizaba sus aventuras bélicas, su familia se refugió en Donibane hasta que en 1940 regresó a Tolosa. No hay ninguna constancia de que Juan Antonio volviera nunca más a Tolosa, aunque en el archivo parroquial figura que en 1945 se casó en Bayona con una francesa, posiblemente su novia de antes de la contienda.
Por Ignacio Mª Zangitu Castro
CAPÍTULO II
Verano del 36
Este verano nuestro protagonista cumplía su cuarto año como asíduo visitante a Deba. Desde su ingreso en la Escuela Naval siempre había preferido pasar la mayor parte de sus vacaciones en la Estación de los Ferrocarriles Vascos de Deba, es decir, la "casa del Tío Tomás", el primo carnal de su padre y único habitante, junto con su familia en la casa-estación.
El advenimiento de la República no había supuesto ningún retroceso en la actividad veraniega de la costa guipuzkoana, los antiguos aristócratas mantenían sus casas en Donostia y Zarautz ahora acompañados por vecinos de la nueva clase dirigente, cada uno en sus parcelas dejando para septiembre sus debates en el Congreso. Deba seguía en su papel de paso obligado hacia la Corte, aunque éste ya no existía. El tren, o lo que es lo mismo, la estación, era el lugar donde se reunían personajes de la época que contando con la amistad del Jefe Tomás, aparecía de vez en cuando para platicar y disfrutar de su amena compañía. Tengo registrada en mi memoria la anécdota de que una noche de verano de 1934, fue denunciada a la Guardia Civil de Deba la presencia en el puente de tres individuos que, a las cuatro de la madrugada, estaban cantando en mitad del puente impidiendo el sueño a los vecinos y visitantes de Deba. Efectuadas las correspondientes identificaciones, los alborotadores resultaron ser Jaime Castro Richard, factor de la estación e hijo de la misma; Juan Antonio Izaguirre, guardamarina y sobrino del mencionado jefe de estación y Manuel Fleta, famoso tenor aragonés, al que le gustaba visitar Deba y a su paisano, el jefe de la estación. Otro asíduo visitante era el gran pintor Ignacio Zuloaga, en honor a su amistad con don Tomás le pintó una preciosa miniatura vestido con el uniforme de jefe de estación. Yo recuerdo haber visto el cuadrito ovalado con la firma del autor, pero después de tantos años la pista se perdió y ya no creo que vuelva a aparecer. Creo que me estoy desviando del tema principal y no quiero hacerlo. Trataba de explicar que nuestro protagonista, a pesar de que tenía opciones para pasar sus vacaciones en Donosti o Zarautz, prefería pasarlas en Deba, sin protocolos y más acorde con su forma sencilla de ver la sociedad. Qué poco imaginaba Juan Antonio que aquel sábado 18 de Julio de 1936 iba a cambiarle totalmente su vida, la de él y la de millones de españoles. Después de haber pasado la mañana en la playa, junto con su primo Jaime, provistos de sus clásicos bañadores de tirantes al gusto de la época, habían asombrado ambos al personal femenino con sus hazañas natatorias y después de haberse tomado sus Martinis con aceitunas en el Casino, se encaminaron hacia la estación. Allí las malas noticias les estaban esperando. Efectivamente, nada más llegar observaron en el semblante de don Tomás que algo malo estaba ocurriendo. Encerrándose en el despacho con ambos jóvenes, les mostró un telegrama de su primo Luis donde requería la inmediata vuelta a casa de su hijo Juan Antonio. El telegrama no explicaba nada más, pero don Tomás les comentó que la dirección del ferrocarril le había comunicado algo sobre un levantamient militar en África. Con la incredulidad propia de su juventud comentaron durante la comida la faena que suponía perderse el baile del Casino de este sábado por la noche e intentaron observar en la actitud de don Tomás algún detalle que apoyara su forma de pensar, pero el hombre, o estaba bien informado, o era un pesimista nato, les dijo que la cosa no estaba para bailes. Sin tiempo de tomar el café, un coche oficial llegó a la estación para conducir a Juan Antonio a su casa. Ya no volvió a ver Deba más que desde el puente de un barco de guerra
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