Revista Cultura y Ocio
Tengo empacho catalán. Sufro un perforante herpes independentista. Padezco una inflacción de gases nacionalistas. Estoy afectado de Catalanalgia aguda con Síndrome de Arthur. Tal es así que mi médico me ha prescrito seriamente dieta con ausencia de este tóxico verbal: Cataluña. "Pruebe usted con sucedáneos", me aconseja.
Así que intentaré explicarme sin consumir este nutriente tan excesivo porque mi dieta no está en absoluto equilibrada. Para desayuno, comida y cena me despacho con noticias relacionadas con anhelos independentistas en el nordeste peninsular, en el menú informativo patrio encuentro siempre un exceso de espetecs, cavas y butifarras. El país cuyo totem es un burro bulle con tanta agitación que genera más noticias que todo el resto junto.
Estoy ya muy cansado del acontecer en el área comprendida entre los (40º- 42º) y los (0-3) OE. Se me acaba la paciencia con los descendientes de la antigua Lacetania; la educada espera, el aguante impasible, el toma y daca de querellas y consultas... Estoy harto del monopoly autonómico, donde las normas se ignoran y el jugador de la esquina superior derecha acumula créditos sin pagar impuesto alguno.
Solo queda me queda la triste despedida, cada día más indignada. El firme y fiero adiós. Separación sí, pero con orden de alejamiento. Aquí nos quedaremos, en la vieja colmena. Hace algunos años que se acabó la rica miel y las raciones escasas soliviantan a las obreras menos acostumbradas a las privaciones. Quieren libar por su cuenta en prados desconocidos: ha nacido una nueva reina, crece la nueva enjambre. Nuestra reina no acabó a tiempo con la amenaza del príncipe, cuando era cría. Ahora es ya demasiado tarde. La colmena está dividida. Terminarán por irse. El bullicio del descontento hace irrespirable el ambiente. En el interior, mientras el grueso de las obreras intenta reflotar la economía del abejal fabricando miel; unas cuantas, insolidarias, solo producen cera para sí, para su nuevo panal.