Revista Sociedad
Es una mañana de otoño, el cielo está nublado y ha llovido. Escribo, en Pamplona, de un tema que ya cansa por repetido. Cataluña se enfrenta, en una dolorosa situación, a un dilema terrible. En un clima de violencia, a veces soterrada que puede ser real en cualquier momento. No puedo evitar el recuerdo de cuanto he podido conocer de la última experiencia republicana hace ocho décadas. Sí, políticos de entonces intentaron la secesión de Cataluña. Poco duró el experimento que el Gobierno legítimo de la República aplastó sin contemplaciones. Tuvo un costé en vidas humanas que debemos lamentar. Enfrentarse al Estado, siguiendo a políticos nacionalistas sin escrúpulos, no es un juego de niños. Tiene riesgos que todos debemos conocer. No se puede crear una falsa legalidad por procedimientos que causan estupor por la ignorancia de las más elementales reglas de la democracia. La discrepancia es perseguida. No hay debate sobre las consecuencias de seguir este camino que pretenden sin retorno hacia el abismo. El 14 de abril de 1931 se estaban celebrando elecciones municipales en España. Sin conocer el resultado final del escrutinio de los votos, Alfonso XIII con el fin de evitar un enfrentamiento entre españoles abdicó y partió hacia el exilio. En ese momento de vacío de poder, un golpe de Estado revolucionario propició la proclamación de la República. Debemos aprender las lecciones de la Historia para no repetir errores. No debe ser necesario insistir en que cualquier acto que se realice con el fin de proclamar la República en todo o en parte de España debe ser rechazado con la máxima energía. No hay vacío de poder en España en la actualidad. Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial están activos y deben dar la adecuada respuesta. Quienes defendemos la vigencia de la Constitución de 1978 no estamos solos. No es tiempo de tibieza. Que cada cual cumpla con su deber.