Revista Sociedad
No es fácil para mí escribir sobre la situación en Cataluña sin dejarme llevar por el más agudo pesimismo y el temor por un futuro incierto. Desde Navarra, quiero expresar mi solidaridad con los catalanes, víctimas del nacionalismo más extremo. Durante años, nos han hecho creer que quienes se doblegaran a llevar el yugo que nos colocaban, vivirían en una Arcadia feliz. Un mundo imaginario donde no habría problemas y todos podrían comunicarse en un idioma tan maravilloso como el catalán. Sus jefes han ignorado la Constitución, que a todos protege. También su propio estatuto de autonomía, muy generoso y la señera, su bandera. Nada es suficiente para alimentar el monstruo que por acción u omisión entre todos hemos creado. De manera atropellada, los sediciosos han aprobado, sin nadie que les pudiera molestar, una falsa legalidad que nos quieren imponer a todos los españoles. La separación de un trozo de nuestra patria, España, es muy doloroso para quienes sufrimos los azotes del nacionalismo, en Navarra el vasco. Referéndum es una votación para aprobar o no una decisión política previa. La votación del 1-O no cumple los mínimos requisitos democráticos. Está basada en un conjunto de falsedades que a nadie permiten rebatir. La independencia total, en la actualidad no es posible. Todos dependemos de todos. La participación en diferentes organismos supranacionales supone una cesión de soberanía que aceptamos por el bien común. Nadie ha podido defender el voto negativo, ni una prudente abstención. La eliminación de un mínimo de votos para dar validez al referéndum supone que solo con el voto positivo del señor Puigdemont sea suficiente para dar una falsa validez al resultado. Una aberración democrática. Que Cataluña está en llamas es todavía una afirmación retórica, que puede ser real si nadie pone fin a esta pesadilla.